miércoles, 17 de octubre de 2012

Sostiene Borges



Dice Borges: "Me puse a escribir de metafísica, pero me entró una súbita oleada de felicidad y tuve que dejarlo".

Ahí está el punto, que si uno anduviese medianamente contento con las cosas de la vida, buena gana de ponerse a reflexionar sobre ellas. O a escribir que es una forma de reflexionar digamos que con muletas, para que no bailen las ideas y poder engarzarlas con cierto sentido una detrás de otra con la finalidad de llegar a alguna conclusión que pudiera tener la virtualidad de disipar el mal humor. 

Así es que es inútil tratar de ocultarlo, a los que nos gusta escribir no es, generalmente, por otra causa que porque nos damos cuenta que es la forma menos ofensiva de canalizar la mala leche. Lo cual no quiere decir que sea práctica que no da problemas, ni mucho menos. Todo lo contrario, es la actividad perfecta para ganar antipatías cuando no enemistades. En la misma medida, si no más, muchas más, que las simpatías y adeptos que se pudieran derivar de tal actividad. 

El caso es que a la postre simpatías o antipatías te da igual, porque la única realidad es que una vez has cogido carrerilla, que no hace falta mucha insistencia para ello, ya no puedes parar. Es adictivo de narices. Tal que lo dejas un día y ya notas desasosiego. Dos, y se te amontonan las ideas sobre las que te quieres demorar. Y así es que, como les pasa a todos los aficionados a practicar artesanías, cuando te quieres dar cuenta tienes tal cantidad de material acumulado, y tan repetitivo, que no te deja casi respirar. Tienes que sacártelo de encima. ¿Cómo? Una: destruyéndolo sin más. Dos: publicándolo. 

Destruirlo, un acto de humildad... para los hipócritas; de modestia... para los incompetentes. No, no es fácil. Ni quizá conveniente. ¿Quién sabe? Alomejó...

Publicarlo. Un gran reto, claro, pero madre mía, va uno a una librería y ve todo lo que hay allí y... bueno, sí, hay cosas la mar de entretenidas, y otras la mar de interesantes, pero la inmensa mayoría es cháchara que no por estar más o menos bellamente empaquetada deja de llevársela el viento. La verdad es que no me veo en esos trances. Porque ni entretenido, ni interesante. En el mejor de los casos, anecdótico. Y con tan poca sustancia a qué intentar el cocido.

Por lo demás, ando estos días revisando unos dietarios que me dio por escribir hace unos años y confieso que me inquieta. Revivir el pasado de tal manera tiene algo como de demoniaco. Como de máquina del tiempo. En fin.  

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