martes, 2 de octubre de 2012

Sentimientos encontrados



Como se suele decir, respeto, incluso entiendo, pero no comparto. El caso es que en la capital de la Montaña un buen día decidieron que había que hacer un Palacio de Festivales en concordancia con el prestigio de la ciudad. Escogieron para ubicarle la cima de una colina al borde de la bahía. Contrataron a un arquitecto de postín y salió lo que salió. Para todos los gustos que, como todo el mundo sabe, hay especialidades sobre las que cualquiera puede opinar, verbigracia, medicina y no digamos, ya, arquitectura.  Así que les cuento.

Al estar el Palacio sobre un altozano y haber querido su creador que por su parte trasera tuviese acceso directo a la orilla del mar, le fue preciso idear una escalinata majestuosa al estilo de la que hay en la Plaza de España en Roma o la que bajan corriendo las masas en "El acorazado Potemkin". Una buena idea, sin lugar a dudas, pero con un pequeño perinquinoso pero. La escalinata en cuestión va a dar a ninguna parte. Bueno, en realidad da a una estrecha calle a la que limita por su lado sur una potente verja de hierro. Imagínense a las masas déferlant por la escalinata, como en el Acorazado Potemkin, un suponer, y yendo a espachurrarse contra la verja de hierro. No, no son maneras. Delante de la escalinata, se mire como se mire, lo que procede es una gran explanada en la que las masas que déferlent por la escalinata se puedan expandir sin cortapisas. 

Bien, habiendo dejado sentado ya que lo suyo es una amplia explanada lo que ahora procede preguntarse es por qué no la hay. Buena pregunta, como se suele decir. Pues en principio porque los terrenos al otro lado de la verja tienen dueño. O sea, cuestan dinero y mucho dada la privilegiada ubicación. En segundo lugar porque hay allí un dique seco construido con piedra de sillería en el que duerme el sueño de los justos una draga herrumbrosa que para muchos santanderinos es algo así como uno de los emblemas más paradigmáticos del glorioso pasado marinero de la ciudad. Otro paradigma es la grúa de piedra que se conserva en uno de los muelles y que tanto desasosiego está creando por causa sobrevenida a propósito de la construcción de un superferolítico centro cultural en sus aledaños. 

Veamos. Los terrenos se pueden comprar o intercambiar por otros de dominio público y similar valía. La verja se puede retirar y mandar a fundir. El dique de pidera se puede aprovechar ya que no es obra baladí. Por ejemplo se le  podría poner una cubierta de cristal y en los escalones de sus laterales, aquí y allá, se demorarían unas sirenitas de colores con la cola plateada. Bueno, eso, ya, cada uno podría proponer la seva. Pero lo de las sirenitas no me digan que no iban a atraer rápidamente a las masas de turistas ansiosas de originalidad. En fin, y ahora nos topamos con el principal escollo, la draga, el que es emblema para tantos de un pasado... ¿cómo le calificaría yo? 

Mejor no le califico y así me ahorro problemas, que ya se sabe que hay gente muy sensible a estas cosas. Pero restaurar la draga y ponerla en funcionamiento como quieren algunos... no será ese deseo producto de una melancolía tirando a tarde de domingo en invierno. Porque se me antoja muy costoso el capricho. Sobre todo a efectos prácticos. Porque lo que pueda dragar esa draga... ya me dirán, con los adelantos que hay hoy día. Y luego, que con todo ese rollo de la arqueología industrial hay que andarse con mucho cuidado, porque la misma palabra lo dice, industrial, es decir, a porrillo por todas las partes. Como iglesias y monasterios en Castilla, que están los pobres que ya no pueden más de tanto conservar para cuatro turistas en bicicleta que se descuelgan por allí. 

En fin, en definitiva, para acabar, que los turistas ya no se conforman con cualquier cosa. Hay que proporcionarles pintas de cerveza baratas, putas que no lo parezcan, espacios libres de regulaciones y, para despistar, unas cuantas vistas de postal para la cosa cultural que siempre viene bien como coartada. 

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