martes, 31 de enero de 2012

Venid y vamos todos



Ya lo tengo dicho, y no en broma por cierto, que si algo hubiese querido ser en esta vida es un facha al estilo Chuk Norris. O a lo Charles Bronson, que también me sirve. Bien, dirán que para qué, pues para reparar muchas injusticias que ningún poder público está dispuesto a reparar porque, dicen, no hay mal que por bien no venga: crean puestos de trabajo, adormecen la rebeldía, enriquecen a las mafias, etc. 

Así, por poner un ejemplo con el que cualquier buena persona estará de completo acuerdo: cogería, agarraría, una noche cualquiera de verano, o de fin de semana en invierno, y me llegaría hasta la Plaza de Cañadío. Una vez allí diría: chavales, largo de aquí si no queréis saber lo que es bueno. Claro, cualquiera se puede suponer el choteo con el que sería acogida la propuesta. Pero con eso  ya se contaba. Un par de leches al de apariencia más atrevida y a esperar las reacciones previsibles que nunca tardan en llegar. Acto seguido, hostia por aquí, hostia por allá, en media hora colapsaría las urgencias de Valdecilla y de todos los hospitales en cien kilómetros a la redonda. Cráneos partidos, miembros descoyuntados, vísceras reventadas, en fin, ese tipo de sustos que hacen meditar sobre la propia condición a quien los recibe. Y para terminar, un par de patadas en el culo a la autoridad competente que inevitablemente acudirá ante la gravedad de los sucesos para poner paz dialogando. Patadas, todo hay que decirlo, a lo "Darty Harry", o sea, que dejan al recipiente en la tesitura o necesidad de cagar el resto de su vida por la boca. 


Sí, desde luego, algunos somos capaces de pensar, pero somos tan mierdas que sólo nos queda instalarnos en la pesadumbre. Porque no hay nada más demoledor que la impotencia ante la injusticia. Imaginar a toda esa gente que vive en esas casas sin poder dormir noche tras noche. Gente mayor, enferma acaso. ¡Que se jodan!, dicen ellos, los niñatos de papá. Nos tenemos que divertir. En algún sitio tenemos que estar. Así, en plan "venid y vamos todos". 


Les podría poner unos cuantos ejemplos más, pero ¿à quoi bon? Sólo añadiré que, entre borrego Cañadío, o facha Chuck Norris, tengo claro lo que escogería.  






 

lunes, 30 de enero de 2012

Provinciano y aburrido


Me reprocha un comentarista anónimo que soy provinciano y aburrido. ¡Tremenda constatación! ¡Y menudo pleonasmo! Porque sí, si algo es el provincianismo es sobre todo aburrimiento. Aburrimiento y miedo al qué dirán. Lo uno por lo otro. 

Yo, ya hace mucho que aprendí a cagarme encima de todo eso que llaman multiculturalismo. En cualquier caso sólo lo acepto si me dejan decir que hay siete mil millones de culturas, tantas como individuos hay sobre el planeta. Y no es que deje de comprender que la chusma de cada rincón esté apegada a costumbres o tradiciones que aunque son particulares y diferentes en las formas, en poco difieren en el fondo de las de los otros rincones por muy alejados que estén. Pero, ya digo, es sólo cosa de la chusma, porque cuando alguien se eleva por encima de ella automáticamente se convierte en ciudadano del mundo y ya sólo le preocupan las vicisitudes de Hamlet, los misterios del número e, la duración de los orgasmos, y muy pocas cosas más. 


De todas formas, tampoco está bien dar imagen de exagerado y, por tal, voy a admitirles algunas diferencias entre las colectividades humanas surgidas al calor de la geografía. Concretamente, de la densidad demográfica. Porque mi intuición, mi experiencia, o lo que sea, me dicen que hay un punto crítico de esa densidad en la que el ser colectivo deviene individuo anónimo. O sea, de ir por la calle saludando a diestro y siniestro a pasar años deambulando de aquí para allá sin encontrarte un solo conocido. Y esa, créanme, no es cuestión baladí. Ni mucho menos.


Por así decirlo, provincia y metrópolis generan formas diferentes de mantenimiento del tipo. Y supongo que ello tiene que ver con la diferente relación que se establece entre la apariencia y el mérito  en uno y otro sitio. En fin, huelga toda explicación al respecto porque ya sabemos de sobra en donde acaban por lo general las personas meritorias nacidas en las provincias. Por muy feas que sean.


Sólo una cosa más les diré, soy ya tan viejo y espero tan poco, que me la refanfinfla estar aquí o allá. Lo único que deseo, sea donde sea, es tener vecinos civilizados. Que no metan ruidos innecesarios y cosas así. Por lo demás, me seguirá importando un rábano lo que digan de mi. Pienso continuar haciendo y diciendo lo que me dé la gana con el único cuidado de no molestar a los que me inspiran respeto, ya sea por considerarlos personas meritorias, ya sea porque dan evidencia de suspicacia violenta. 

sábado, 28 de enero de 2012

Y demás hierbas


A veces he dicho que haber estudiado medicina es una buena carta de presentación para un político. Claro, ya sé que siempre que se hace una generalización de este tipo se debe dar uno prisa a matizar - donde dije es debiera haber dicho debiera ser- porque si no rápidamente vendrán los amantes de la sinécdoque a tirarte por el suelo la teoría. Porque maté un perro, me llaman mataperros. ¡Y dale con los perros!


De hecho, todo el mundo sabe que Cataluña ha estado y está gobernada mayormente por médicos. Y ya ven por donde la han despeñado. Hoy mismo hemos podido constatar en qué ha quedado su gran conquista de los aires, Spanair, un "hub" continental en Barcelona, y todas esa palabras raras que tanto gustan utilizar los catetos de provincias para deslumbrar a su parroquia. También Cantabria, de soltera Santander, tuvo un mandatario médico al que conocí bastante de cerca y puedo dar fe de que era cualquier cosa menos cultivado. Le bastó con la fachada. Ya digo, cosa de provincias a las que, si de mi dependiera, no les dejaría otra competencia que la de los bailes regionales y el levantamiento de piedras en el caso de los vascos. 


En fin, como siempre queda bien añadir en qué te basas cuando lanzas una propuesta, les diré que según mi concepción de la jugada, la política es una ciencia que trata del manejo de un sistema complejo. Es decir, un conjunto de múltiples elementos que interactúan unos con otros y todos entre sí. O sea, el mundo, los estados, las naciones y, como metáfora de todos ellos, el cuerpo humano que bien podríamos considerar que es la primordial y más íntima nación en la que cada cual vive, o debiera vivir, su propia vida como individuo independiente. 


Así las cosas, creo necesario hacer una advertencia: cuidado con las metáforas. Porque ya saben que no todo el mundo está dotado para tomarlas por lo que son. Es más, apostaría a que la mayoría de la humanidad tiende a tomarlas en su literalidad. O, peor aún, a beneficio de inventario. Según la propia conveniencia, para que se entienda. 


Pero, en definitiva, un sistema complejo es un sistema complejo y el que ha estudiado uno, por muy tonto que sea, estará mejor capacitado para entenderlos que el que no ha estudiado ninguno. Porque, el caso es, ya digo, que todos se parecen. Y es ley reina de todos ellos que no hay pieza que al moverse no cree una conmoción en todas las demás. Y ahí, precisamente, está la gran explicación de muchas cosas que pasan: hacen falta estudios, o una gran inteligencia natural, para entender esa verdad meridiana. 


Sí, esa es la triste realidad, el común de los mortales, iletrados por querer de los dioses, o por su propia vagancia, se siente cómodo y seguro asignándole a cada efecto una causa y sólo una. Por eso, muerto el perro, ¡otra vez!, se acabó la rabia. Esa es la base, y el éxito momentáneo, de las medicinas alternativas.  Esa es la base, y el éxito momentáneo de las políticas populistas. Todo el mundo las entiende y cuando se aplican y, como no puede ser de otra forma, fracasan, se suele argumentar para explicarlo la falta de valentía para llevar el despropósito a sus últimas consecuencias. Se empieza por masajes, se sigue con pastillas, se acaba extirpando el miembro. Se empieza poniendo una multa, se sigue con penas de cárcel, se acaba organizando treblincas. Así ha corrido y corre el mundo por mor de la ignorancia y demás hierbas. 


En fin, ya estuvo bien de largar... por hoy. 





viernes, 27 de enero de 2012

The walking dead


No sé, pero bien pudiera ser un síntoma de algo el curioso hecho constatado de que haya sido precisamente "The walking dead" la serie televisiva más vista por los internautas españoles. ¿Por qué "The walking dead"? Yo no he visto ningún capítulo de esa serie, pero conozco el género y me parece de lo más sugerente. Parejo con el de lo vampiros si es que no es el mismo. 


Curiosamente, anoche, viendo a Los Morancos, me reí mucho con el sketch  en el que representaban una escena de discoteca. La vampiro y el cateto. Personalmente siempre había pensado que las discotecas no son otra cosa que una concentración de vampiros que andan a la caza y captura de algún cateto despistao que se descuelga por allí con toda su sangre intacta. Por eso me hizo tanta gracia ver a Los Morancos reproduciendo el rito con su particular arte. 


Nunca he visto a Los Morancos haciendo de Muertos Vivientes, pero no me extrañaría que hubiesen tocado el tema porque no se les escapa una que refleje la más acuciante realidad. Por todos los lados, a todas las horas, siempre los ha habido y siempre los habrá, muertos vivientes. Salen de sus tumbas repletas de bibelots y se tiran a la calle para deambular sin dirección ni objetivo. Se dejan llevar de la costumbre, del hábito, de lo que sea con tal de que sustituya a la libre decisión. Acuden, pero no están. Trabajan, pero no rinden. Comen, pero no digieren. Duermen, pero no sueñan. Porque aunque parezcan vivos, en realidad están muertos. Estamos muertos. 


O eso, al menos, o algo parecido, es lo que dicen algunos neurobiólogos, neurocientíficos o como se quiera llamar a los nuevos gurús de la cosa inaprensible: 


"nuestros cerebros son simples computadoras de carne que, como las computadoras de verdad, son programadas por nuestros genes y experiencias para convertir un conjunto de inputs en un output predeterminado"


¿Y si eso fuese verdad? Entonces, ¿a qué seguir con la mueca de inteligencia? Mejor será olvidarlo todo y procurar tomar la decisión contraria a la que nos pide el cuerpo. Así, a lo mejor, conseguimos engañar a ese output predeterminado y nos reincorporamos a la vida. 

jueves, 26 de enero de 2012

Persépolis


Anoche pasaron por Arte "Persépolis". Me clavó en la butaca. A buen seguro que fue porque la película escarbó en la herida mal cicatrizada que vengo arrastrando desde que sufrí en mis carnes el hachazo de la intolerancia franquista y, luego, la mucho peor intolerancia de los repugnantes nacionalistas catalanes. De los vascos no hablo porque sólo estuve allí un año y no me pareció apreciar nada diferente a lo que había vivido cuando de chaval me internaron en un colegio de salesianos, es decir, teocracia folklórica y asesina.


 "Persépolis" es la biografía en dibujos animados de una joven iraní de la clase alta. Clase alta e ilustrada. O sea, lo uno por lo otro o lo otro por lo uno, el caso es que con ese doble bagaje se está en muy malas condiciones para convivir con un régimen opresivo como es, en este caso, el de los ayatolas. 


Nada me gusta hablar, y menos presumir, de mis andanzas rebeldes cuando lo de Franco. Y pocas cosas me dan más por el saco que escuchar a toda esa chusma sobrevenida antifranquista a la caza de los beneficios que del tal condición se pudieran derivar. O sea, tirando por lo bajo, el noventa por ciento de los españoles. Noventa por ciento, sí, digo bien, lo mismo que debe ser noventa el porcentaje de iraníes que conllevan la tiranía a golpe de vergonzante cobardía. Sin meterse en política, como aquí se decía por aquel entonces. 


Bueno, ya saben que ahora está muy de moda esa ciencia que consiste en estudiar las emociones desde el punto de vista neurológico. Se provoca una emoción a un tipo, o tipa, que está dentro de un aparato de resonancia magnética con el que se puede registrar algo de lo que pasa en el cerebro. El otro día vieron como resplandecía el de una señora que se prestó a hacerse una paja dentro del aparato. Parecía, dijo el investigador, que en el momento del orgasmo se encendía hasta la última neurona. En fin, para ese viaje... pero a lo que vamos, que se estudia, se investiga y se teoriza sobre el asunto. Y uno de esos teóricos de la cosa en cuestión suele estar con frecuencia en el debate de ARTE de las ocho de la tarde. Es muy interesante lo que cuenta. Dice, apoyándose en documentos gráficos, que el malestar, el bienestar, el miedo, el gregarismo y, en fin, todas y cada una de las emociones tienen su lucecita encendida en alguna parte concreta del cerebro. Y también se sabe la sustancia química que se libera cuando se enciende esa lucecita. Resumiendo, que estudiando ese juego de lucecitas y sustancias se pueden explicar los comportamientos humanos, tanto individuales como colectivos. ¡Ver para creer!


Los comportamientos humanos, ese misterio insondable. Gente, por lo demás respetable, que mira para otro lado al primer atisbo de sufrimiento ajeno. Y se dejan gobernar con gusto por quienes limitan sus derechos. Y ensalzan la injusticia ante la sola sospecha de que ello les beneficia. Y echan leña al fuego que quema al hereje para obtener la plenaria. ¡Sancta simplicitas! Y, luego, cuando se vuelven las tornas, blasonan de valentía al acomodarse a lo nuevo. Y todo, porque se encienden las lucecitas equivocadas en el cerebro.


Claro, de todo eso, deberíamos excluir a los ilustrados de la clase alta, lo uno por lo otro, lo otro por lo uno, que pal caso. "Persépolis" es la prueba y mi experiencia lo confirma.   

miércoles, 25 de enero de 2012

alea jacta est


No hago apuestas sobre si sí o si no acabarán construyendo una réplica, cutre supongo, de Las Vegas en los alrededores de Madrid. Lo único que sí creo saber sobre seguro es que la suerte ya está echada. Y no es cosa de ahora que de lejos le viene el garbanzo al pico. Porque venimos siendo, somos y seremos, un país mayormente dedicado a proporcionar infraestructura al vicio de las clases pudientes y ociosas del mundo mundial. 


Por poner un inicio a la creación de esa infraestructura hablemos de la descolonización de Argelia. Había en aquel territorio unos señores que contrastaban con el resto de la población por llevar zapatos de cuero negro en vez de alpargatas. Por eso se les llamaba pied noir, pies negros. Ni que decir tiene que eran los ricos del lugar  y concitaban el odio de las clases populares. Entonces, cuando pasó lo que pasó, los pied noir tuvieron que salir por pies de Argelia y, como en Francia no les querían porque traían malos recuerdos, se vinieron casi todos para España con, todo hay que decirlo, el riñón bien cubierto. Pues bien, aquellos señores se establecieron en el lugar que más les recordaba al de donde venían, o sea, la costa mediterránea, e invirtieron allí sus cuantiosos ahorros en montar la más densa red de prostíbulos de carretera hasta entonces conocida. Los famosos clubs que alegran la noche de las carreteras con sus atrevidos neones multicolores. 


Para empezar no estuvo mal. Ya teníamos el embrión del más importante de los tres componentes de la triada milagrosa: sexo, drogas y rock and roll. Lo demás, como se suele decir, por añadidura. Sólo hizo falta hacer la vista gorda a las mafias que necesitaban territorio para blanquear y expandirse. Primero, la italiana que, como es fácil suponer, se encontraba tan en su casa que ni siquiera se les notaba la procedencia foránea. Luego, las aborígenes surgidas al calor de las corrupciones propias de un régimen autoritario. Las sudamericanas de la droga, también. Y, por fin, la apoteosis, las rusas que aunque se hacen notar de lo lindo a nadie se le ocurriría perseguirlas por aquello de que sin el lubricante que aportan al sistema los engranajes se griparían. 


Ahora, parece ser, quieren desembarcar las americanas del juego. Y quieren imponer unas condiciones draconianas. Una especie de miniestado dentro del estado con sus no leyes por así decirlo. En los alrededores de Madrid, como les decía. Y la Presidenta Esperanza se lo está pensando. Porque la cosa va de 200.000 empleos. La mitad de los parados que hay en la comunidad. Y claro, la oposición y los sindicatos han puesto el grito en el cielo por el solo hecho de que Esperanza se lo esté pensando. Como si no supiésemos que si ellos fueran gobierno, no sólo no se lo hubiesen pensado antes de aceptar sino que, además, hubiesen puesto su lindo culito a disposición de la parte contratante. 


En resumidas cuentas, nuestro destino como país es el de proporcionar entretenimiento atrevido a las clases pudientes y ociosas del mundo. Así que, ¡buena gana de invertir en investigación! Aquí lo que hace falta son escuelas de camareros, de taperos y chaperos, de disc-jokeys, de croupiers, de geisas y, si me apuran, de camellos. Sí, necesitamos que nuestros profesionales rocen la excelencia. Porque, aunque el vicio es casi infinito, la competencia es mucha y todo apunta a que irá a más. 

martes, 24 de enero de 2012

¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?


Nuestra Vicepresidenta del Gobierno tiene un marido que no cree en esas cosas. Por eso la Vicepresidenta está casada por lo civil y sólo por lo civil. Y nada parece indicar que por ello le vaya mal a la Vicepresidenta. A todas luces, Dios está haciendo la vista gorda al respecto. Bueno, por lo menos hasta ahora que ha creído oportuno entretenerse tendiéndola una trampa. Porque es que Dios lo sabe todo y lo que mejor sabe es que sus guardianes se adormecen si no les echa carnaza y, entonces, adiós chiringuito. 


El caso es que el alcalde de Valladolid ha invitado a la Vicepresidenta a pronunciar el pregón de la Semana Santa Vallisoletana que como todos ustedes saben es un acontecimiento catalogado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. O sea, lo más de lo más en lo que a atracción turística se refiere. La Vicepresidenta, ni que decir tiene, ha aceptado gustosa. Y entonces, ¡ay!, han saltado los fusibles. La Semana Santa, ha dicho el Arzobismo de Valladolid es un hecho religioso y, por tanto, debieran haberme consultado antes de nombrar a la pregonera. Porque el Arzobispo es un hombre tolerante y tal, pero su religión no le permite considerar a la Vicepresidenta de otra forma que como una mujer pecadora. En fin, ya digo, carnaza para los guardianes de la ortodoxia. 


A mí, la verdad, me cuesta un montón entender cómo pueden seguir funcionando tan bien todas estas cosas. No puedo encontrar otra explicación que la total degradación mental de ese espécimen que se ha dado en llamar "turista accidental". Bueno, comprendo que un nórdico se vaya quince días a una playa del sur a beber gintonics debajo de una sombrilla, pero clavarse una Semana Santa... eso, desde luego, para mí es signo  patognomónico de deterioro neuronal. 


Recuerdo un año, por los rimeros sesenta, que, ante la evidencia de que el ambiente estaba enrarecido en la casa familiar, decidí quedarme a pasar la Semana Santa en Valladolid en donde a la sazón cursaba estudios de medicina. Tengo que confesarlo: no recuerdo otra ocasión en la que haya pasado tanto tiempo seguido borracho. Por la mañana, por la tarde, por la noche, todo invitaba a la ebriedad. La clandestinidad proporcionada por las puertas entornadas de los bares era motivo de una mayor exaltación de la amistad con el consiguiente aumento de las rondas. Se bebía, se jugaba a las chapas, se celebraban las obscenidades, se escarnecía al clero y se tuteaba a la autoridad que también estaba borracha. Mientras tanto, en las calles, las mujeres y los niños aguantaban a pie firme esperando la llegada las procesiones. Y en la Plaza Mayor y aledaños, en tribunas levantadas al efecto, los turistas con sus super8 en ristre se impacientaban por la parsimonia del espectáculo. 


Nunca se me olvidará aquel Jueves Santo que relucía más que el sol. No nos habíamos acostado con motivo de la inexcusable asistencia a una procesión nocturna llamada del Silencio. Ya en la citada  procesión nos habían pegado varios toques a causa de nuestra inoportuna locuacidad. Porque estábamos  pillados: si callábamos nos entraba la risa y no sabíamos qué era lo que peor podía sentarles a los que iban allí en plan serio. En resumidas cuentas, que era ya media mañana cuando nos acercamos a la Plaza Mayor donde iba a tener lugar la, por así decirlo, cúspide de la devoción colectiva: el sermón de Las Siete Palabras. Las que se supone que pronunció Jesucristo cuando estaba en la cruz a punto de hacer mutis. La cosa empezó con una canción que se echó desde el balcón del ayuntamiento una señora peruana de mucho renombre por aquel entonces. Después, silencio sepulcral, y, de pronto, un dominico con mucho caché, empezó atronar por los altavoces: ¡Padre!¿Por qué me has abandonado? Primera ristra de chistes y primera lluvia de miradas hostiles. Y así hasta la tercera o cuarta palabra en la que unos señores salidos de no sé donde nos echaron de allí como quien dice a patadas. Así que nos fuimos para la calle Correos, justo allí detrás, donde las celebraciones dionisiacas estaban en su apogeo. 


Luego, a lo largo de la vida me han querido convencer de que las procesiones de Andalucía son dignas de tomarse la molestia, pero ni por todo el oro del mundo me pillan a mí en una de esas. Siempre lo he tenido claro. Siempre me ha parecido una mamarrachada montada por los mafiosos locales para, por un lado, atraer turistas y forrarse, y por otro, para cohesionarse entre sí y pasarse la pelota del negocio marrullero. ¡Ya te digo, piedades a mí!


Total, que no estará tan ocupada la Vicepresidenta cuando tiene tiempo para dedicarse a tan fútiles menesteres. Claro que, si se mira por el lado de la crematística, la chica es mona y apropiada para una puesta en escena del agrado de los tour operators. Hay que cuidar todos los detalles porque el turista cultural/accidental es muy exigente con los encuadres. 






 

lunes, 23 de enero de 2012

Que bonito sería que las cosas fueran como nos gustaría que fuesen


Dice Monsieur Hollande: "Mi verdadero adversario es el mundo de las finanzas". Monsieur Hollande es, por si no lo saben el candidato socialista a las próximas elecciones presidenciales de Francia. 


Vamos, que si no ando equivocado a Monsieur Hollande le pasa lo mismo que a Inaki Gabilondo que les comentaba el otro día: los dos tienen perfectamente claro quien es el adversario, aunque en el caso de Iñaky, si nos atenemos al tenor de su discurso, bien podríamos decir que el adversario se ha convertido en enemigo a muerte. Es decir, que bien parecía un general enardeciendo a sus tropas antes de lanzarlas al combate, o al saqueo en este caso. 


El mundo de las finanzas: yo, tú, el otro de más allá, hemos acumulado años y con ellos, unos ahorrillos. Y ahora queremos que nos rindan cuanto más mejor. Y Monsieur Holande e Iñaki Gabilondo nos dicen que nanai, que no tenemos derecho, que el bien común, etc., etc., está por encima de los intereses particulares. Ya, y un jamón con tres chorreras. Me gustaría a mi saber cómo tienen ellos cubierto el riñón. 


Yo de finanzas lo único que sé es lo poco, o ínfimo, que me concierne. Cuando empecé a gastar menos de lo que ganaba empecé a acumular algo de capital. Y ahora, las rentas de ese capital se suman a mis ingresos ordinarios. Y así, penique a penique, el capital va creciendo. Bien, podría haberlo enterrado como en la parábola de los denarios, o haberlo gastado en juergas, pero opté por los dividendos. Y por eso, por más que le fastidie a Iñaky, estoy encantado con la existencia de las agencias de calificación del rating. Por ellas sé que tengo mi dinero puesto en buenas manos. Aunque comprendo lo resbaladizo de ese terreno y las considerables posibilidades de batacazo. Pero, qué es la vida sin arriesgar mínimamente. 


Siguiendo con este paseo entre el whisfull thinking y la realidad, paso a comentar otro asunto de rabioso candelero. Me refiero a ese gordo que han pillado en Nueva Zelanda por tener una página web dedicada al intercambio de archivos. Bueno, había que ver lo contento que estaba ayer Arcadi Espada con la noticia. Le llamaba gordo de la forma más peyorativa posible y, también, hizo el esbozo de una biografía del tipo que  no dejaba lugar a la menor compasión. Te comprendo en parte, Arcadi, porque a ti te estaba perjudicando ese tipo. Pero no te comprendo en la parte que hace referencia al estado de la cuestión. Veamos, tu apelas al orden moral para condenar la conducta de los que intercambian archivos en la red. Incluso vas más allá y argumentas que esa práctica, al cargarse los derechos de autor, supone el fin de la creación. Bien, te acepto la primera, el mundo ha encontrado un nuevo medio para que el número de inmorales crezca si es que eso es posible. Pero la segunda... permíteme que lo dude o ni siquiera eso, porque, además, es que acaso no hay ya suficiente creación acumulada a la que ni de lejos se le ha empezado a hincar el diente. Quizá porque fuese bueno parar y reconsiderar, han sido los dioses omnipotentes los que han promocionado el desarrollo de esa tecnología nefanda. 


Yo, la verdad, esperaba algo más de ti, Arcadi. Esperaba que te supieses sobreponer al binomio situación/opinión. Y, también, que hubieses superado esa perversión del pensamiento que lleva de la opinión repetida a la convicción. Por mucho que insistas nada va a cambiar si la tecnología existente no lo permite. Todos los jueces y FBIs del mundo no podrán parar las descargas si no hay medios informáticos para conseguirlo. ¿Qué me dices de eso? Tú, seguro que lo sabes. ¿Hay medios o no los hay? Yo he oído de todo al respecto. Aunque te confieso que tiendo a creer a los que dicen que es muy difícil el control. Cierras una página, dicen, y al día siguiente hay cien nuevas. 


No sé, no tengo ni idea, pero, en cualquier caso, estoy convencido de que una aproximación inteligente al asunto pasa más por aclarar los aspectos técnicos del embrollo que no por llamar indeseables a los aprovechados. Porque, la verdad, a veces parece que ante la impotencia tecnológica lo que se está proponiendo es la teocracia de los creadores. Ya digo, no sé, porque ¿que es preferible, inmorales o teócratas? 
  

sábado, 21 de enero de 2012

Woody y las manzanas.


Ya hace mucho que dejé de ver las películas de Woody Allen. Fue a partir de un ciclo  suyo que vi cuando vivía en San Sabastián. Seis o siete días seguidos inyectándome en vena tal cúmulo torrencial de ocurrencias ingeniosas me dejó para el arrastre. A punto de necesitar asistencia psiquiátrica. Y no es que no me gustasen. Todo lo contrario, me gustaban demasiado, pero al modo como me gustaba la mariguana u otras drogas de inmediatos efectos descerebrantes y placenteros. No, la verdad, hay cosas que es mejor mantener alejadas si quieres disponer de ti mismo a tu propio antojo. Y las películas de Woody, es una de ellas. Bueno, quizá el día de la fiesta del pueblo te puedas dar un homenaje, pero, después, ni tocarlo hasta el año que viene. 


Resumiendo, ayer no era la fiesta del pueblo, pero dadas las circunstancias medioambientales pasé por la biblioteca municipal con el fin de aprovisionarme de alimentos terrenales. No es fácil, se lo juro. A estas edades tiene uno el campo muy trillado. Al final me decidí por "Zulú" y "Viky Cristina Barcelona".  O sea, una seria y, a mi juicio, magistral, y otra, al decir de los críticos con calado intelectual, "fresca", es decir , y para que mejor nos entendamos, chisgaravís.  


De "Zulú" no diré nada que no sea recomendársela. Aunque ya sé que a algunos puros de corazón los argumentos de temática militar les produce urticaria. Allá ellos y su incapacidad para apreciar el enorme poder evocador de la cotidianeidad  que tienen las tácticas y estrategias de la guerra. La vida misma en estado puro. O sea que, en fin, me limitaré a unas cuantas apreciaciones sobre "Viky Cristina Barcelona"


La verdad, no tengo ni idea que será lo que ha pretendido Allen con esa película. ¿Un homenaje a Brcelona? ¿Una pasada por la piedra? O ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. O sea, seguir en la brecha divirtiéndose y ganando pasta a raudales. En cualquier caso, lo que sí me ha parecido es que utiliza todos los tópicos del lugar llevados hasta casi el paroxismo. Para empezar hay uno que difícilmente podrán apreciar los que no hayan vivido allí cierto tiempo. Desde el mismo momento que aparece Penélope, la frase que más repite Bardén es "habla inglés que no te entiende". Bueno, es la misma frase que repite hasta la saciedad el que va de bueno en los ambientes catalanes de Barcelona cuando aparece un castellano: parla castellà que no entend el català. 


El otro tópico es el de la modernidad. A modernos no nos gana nadie. Ni los de New York. Porque nosotros rompemos todos los tabús, empezando por el del sexo. En Barcelona, por así decirlo, se practica como la cosa más natural todo eso que es el pan de cada día en las películas porno. La fantasía hecha realidad. Lujo, sexo y un impulso creador sin límites. Lo uno por lo otro. Por eso se hacen catedrales que parecen casinos de las Vegas. Y la cúspide de la vanguardia mundial se esconde en la casita del fondo del bosque en donde el lobo espera a Caperucita. 


Y la pobre Caperucita de New York, Viky, que viene a Barcelona a hacer una tesis sobre la "identidad catalana". ¿Y que vas a hacer con eso?, le pregunta, no sin sorna, el multimillonario empresario catalán. No hay respuesta. Hubiese estado feo. 


Por lo demás, el núcleo del argumento, el manido mito de las manzanas de oro. Paris eligiendo entre Venus, Hera y una mezcla en este caso de Diana y Atenea. O cosa por estilo. Bien, no estuvo mal la recreación. Aunque, para serles sincero, me gustaron más otras. "El río", de Renoir, por poner un ejemplo. O "Los Gozos y las Sombras", por poner otro. No sé. 

viernes, 20 de enero de 2012

Derecho de corrección



Una familia va a la playa. Lo más normal del mundo. Casi una obligación. Las neveras bajo la sombrilla, las toballas extendidas, las sillas y tal, todo en orden, el niño se va por ahí a dar una vuelta. Lo propio en estos casos. Regresa al cabo de un rato y dice a la vez que muestra unas conchas: "mira lo que he encontrado, papá". El padre, entonces, va y le pega dos tortas. "¿Por qué me pegas si no he hecho nada?, protesta el niño. "Pues para cuando lo hagas", le contesta el padre de no muy buenas pulgas.


Bien, pues si algún justiciero hubiese presenciado la escena e, incluso, grabado, y quisiera poner al padre en un aprieto, lo tendría difícil porque existe una figura jurídica llamada "derecho de corrección".


Dos tortas sin cardenales, "derecho de corrección". Dos tortas con cardenales, "violencia domestica". Y de "género", supongo, si en vez de niño es niña.


A mí me parece muy bien que nuestros políticos y políticas legislen de forma y manera que hasta las ventosidades tengan especificación precisa en el código penal. Porque nunca se sabe. Acuérdense de aquel luctuoso suceso narrado magistralmente por Flavio Josefo, en el que el cuesco soltado a destiempo por un judío fue causa eficiente de más de treinta mil muertes.


Bueno, el caso es que un padre que tenía la custodia compartida estaba esperando la llegada de su hijo a la hora convenida. El niño se retrasó veinte minutos. El padre se desquitó. Dos tortas y al suelo. Dos patadas en el pecho para rematar el "derecho de corrección". Ahora la cosa está en los tribunales. No por nada si no porque el mentado derecho de corrección le procuró al niño dos hermosos cardenales en el pecho. El juez decidirá.


Sí, desde luego, nadie va a negar ahora que hay padres que suelen tener malos días. Incluso demasiados malos días. Pero también reconocerán conmigo que hay niños, muchos niños, que son para echarlos de comer aparte. Me lo confirmó ayer mi vecino del tercero. Estaba yo en el garaje sacando del coche todo lo que había comprado en Carrefour. Suddenly, un perro, de raza dálmata creo, se puso a ladrarme como un poseso a menos de medio metro. Se lo recriminé al dueño. ¡No pasa nada! Los ladridos son como el llanto de un niño, dijo el tipo con una entonación que no dejaba lugar a dudas de lo imbécil que me consideraba. Hubo un pequeño rifirrafe y al final dije: sí, pero los perros muerden. Entonces él, sin cortarse un pelo, respondió: también los niños muerden... y mucho más que los perros. Reconozco que aunque hubiese querido no hubiera podido darle adecuada respuesta.


En fin, ni que decir tiene que la pequeña anécdota me dio en qué pensar. Claro, me decía mientras subía en el ascensor, eso explica muchas cosas. La proliferación de los perros y el bajo índice de natalidad, entre otras. Quizá, una vacuna antirrábica para los niños... no sé, pero a este paso ni pensiones, ni leches.

miércoles, 18 de enero de 2012

¡Enorme tormenta, compañero!

Mirando al mar, soñé.

No, no se preocupen que no va a ser ni de agua, ni de nieve o granizo, ni, ni siquiera de hierro como las que describía Jünger, no, va a ser de ideas. O sea, eso que los anglosajones llaman brainstorming, una especie de ritual que consiste en poner medio kilo de cocaína en el centro d la mesa para que se sirvan los altos ejecutivos de la empresa y empiecen a soltar por su linda boca. Se graba todo y luego se revisa para ver si en medio del guirigay alguien dijo algo sensato. 


Bueno, el alcalde de Santander ha dicho que la brainstorming en ciernes va a ser enorme. ¡Enorme tormenta, compañero!, que diría un cubano castrista. Bueno, supongo que el consistorio no habrá tenido problemas para hacerse con la cocaína preceptiva para tal evento. 


La enjundia de la cosa consiste en que Santander también quiere tener una de esas que se han dado en llamar "milla de oro". Como Londres o Madrid. ¡Pourquoi pas! Yo lo comprendo perfectamente, porque de algo hay que vivir. Si no tienes nada en la tienda por lo menos que el escaparate sea vistoso. Es la moda. Con un buen escaparate y unos cuantos vuelos low cost, tienes aseguradas las hordas de turistas que dejan sus dinerillos y también, ¡ay!, sus caquitas. 


El resto de la ciudad, como vulgarmente se dice, que le den por el saco. Total, qué más da, si va a ser para que vivan los camareros que sirven raciones y cazuelitas en la milla de oro. Los demás, ingenieros, doctores, matemáticos y tal, que podrían poner alguna objeción, ya tienen sacado el billete para Londres, Berlín, Silicon Valey, y lugares por el estilo. Los pobres, condenados a emigrar de su "tierra dorada" como cantaba Jorge Valverde. Y ahora, con el oro de la milla, más dorada todavía. 


Así son las cosas, porque así corre el siglo. Pero no todo es lo que parece, ni todo lo que reluce es oro. El otro día oí unos comentarios que me parece  pertinente  traer a colación. Blasonaban unos patriotas de haber sobrepasado a Francia en la cosa de la cocina. Tenemos más estrellas Michelín y todo eso. Entonces, un francés que andaba por allí les dijo, ¡benditos de dios, pero en qué mundo andáis todavía!  A los franceses ya hace mucho que les importa un bledo las estrellas Michelín. Lo que cuenta es la comida que se hace en los hogares, y esa está a años luz de la que se hace en los hogares de otros países. Es como si los brasileños, porque hace años que no ganan la copa del mundo, hubiesen dejado de ser los reyes del fútbol. No, convénzanse, son los reyes porque el fútbol impregna la vida cotidiana de la gente. Lo mismo que la comida en Francia. Y eso es lo que cuenta. 


Sí, los escaparates están muy bien, pero mejoran poco la vida de la gente. Lo que cuenta es lo que hay en la tienda. Y en la trastienda. 


  

De sentido común


El tiempo me ha dado la razón. No es ningún consuelo, pero sí un alivio, no por nada si no porque muchas veces tenía la sensación de que los que me escuchaban me tomaban por loco, o resentido, o, incluso, reaccionario. Hoy, ya no digo nada porque hasta los más recalcitrantes otorgan al callar cuando se señala hacia la hecatombe. Sí, la sanidad pública está en ruina porque ese el destino de todo lo que se rige por las reglas del populismo: derechos ilimitados, deberes inexistentes. 


Todo el mundo tiene derecho a la salud, dice nuestra Constitución. Y todo el mundo se lo tomó al pie de letra. Y los que más los que se pasaban media vida fumando cigarrillos junto a la barra de un bar. O comiendo sin parar chuletones los fines de semana. O sin apearse del coche ni para cagar. O un millón más de conductas viciosas y altamente lesivas para ellos y la comunidad. 


Yo, claro, ya digo, lo veía venir, lo cual nada tiene de extraordinario porque he sido un testigo excepcional de todo el auge y caída del sueño igualitario a efectos de salud. En el año 68 del siglo pasado entré como médico interno aspirante a "especialista Mike" en la Fundación Valdecilla. En aquel hospital lo único que fallaba era la escasa actualización de conocimientos por parte de los jefes de servicio. Por lo demás, creo que era un sorprendente modelo de eficacia que debiera ser estudiado en todas las escuelas de gestión hospitalaria. La medicina que allí se hacía, desde luego, era obsoleta, pero considerada en función de sus costes era una verdadera bicoca. Porque allí se curaba mucha gente sin para ello tener que saquear los bolsillos del humilde contribuyente. Luego, por supuesto, se echaban en falta medios y saberes que hubiesen sido decisivos en momentos puntuales. 


De Valdecilla pase a un hospital para mineros en Oviedo. Aquel hospital era otra cosa. Decían que era el pago que se había dado a los sindicatos mineros a cambio de su silencio, pero no sé, porque durante el tiempo que estuve en Asturias los sindicatos no pararon de meter bulla. El caso es que estaba muy dotado de material y sabiduría. Mi jefe, venido de un hospital holandés, era un prodigio de conocimientos mezclados con sentido común. Nunca le vi desperdiciar una peseta. Por lo demás, el régimen allí era de tipo americano. Sesiones clínicas, investigación, cursos... sobre todo recuerdo una sesión semanal a las ocho de la mañana en la que se evaluaba la necesidad o no de realizar todas las pruebas diagnósticas especiales que habían sido solicitadas por los médicos de la plantilla. Unas se aceptaban y otras se rechazaban. Se tenía en cuenta el coste, la oportunidad y el riesgo. Aquello era muy interesante y también digno de ser estudiado en las escuelas de gestión. 


Volví en los setenta a un Valdecilla renovado, pletórico de recursos y conocimientos. Y escaso sentido común, quizá. Había mucho, allí, de eso que se conoce como tics de nuevo rico. Almacenes rebosantes de aparatos que no se sabía cómo utilizar. Y cosas por el estilo. Y venga a engrosar las plantillas. En aquellos tiempos, de crisis también, parecía que la sanidad pública tenía encomendada, entre otras tareas, la de disminuir las cifras del paro. Y así fue que, desde aquella refundación, siempre hubo junto a magníficos profesionales de todos los estamentos un verdadero ejercito de parásitos, rascándose las bolas ellos y la cona ellas. Es arriesgado decirlo, pero me importa un bledo. 


De tal manera que, de aquí para allá, llegué a mi último destino, en el Hospital Universitario de Salamanca. Nada menos. No lo podía soportar. Me producía náuseas y taquicardias el deambular por sus pasillos. No digo ya, entrar en las habitaciones. Estaba en un servicio en el que eramos nueve especialistas para dar servicio a nueve camas y unas consultas de tres al cuarto. Así que una de dos, o se inventaba el trabajo o se hacía manifiesta la desnudez. No, desde luego, mejor inventarse el trabajo. Agarrar a los enfermos, crónicos en su inmensa mayoría, y someterles a todo tipo de pruebas habidas y por haber. Como la mayoría no tenían justificación posible se recurría a la coartada de la investigación científica siempre, todo hay que decirlo, financiada desinteresadamente por algún laboratorio farmacéutico. Luego, para redondear y hacer los pasillos transitables, esos mismos laboratorios se encargaban de mantener a parte de la plantilla de viaje por el extranjero, de congreso en congreso... y por  la noche al Tropicana para desengrasar. 


¿Y los recursos para todo eso? Nunca escuché una sola reflexión acerca de ello. Pero hay ahí material para escribir un libro de terror.  


Mientras tanto, la realidad fuera del gueto no era tan bonita. El ciudadano de a pie tenía que soportar unas listas de espera de meses y años para las patologías más comunes. Hernias, cataratas, cosas así que no te matan, pero hacen que la vida sea miserable. ¿Por qué esas esperas con todos esos ejércitos de cirujanos en los hospitales? Bueno, todo el mundo sabe de qué va la cosa y no voy a entrar en detalles. El caso es que buena parte de la población supo a su debido tiempo como sortear la injusta realidad: pagándose una mutua. Y así, gracias a ese aliviadero más o menos espontáneo, ha sido que la sanidad pública no ha quebrado antes. Pero todo tiene un límite. La estulticia, también. Y las aguas siempre pugnan por volver a su cauce primitivo. O sea, que es impepinable que todo régimen de derechos sólo se puede mantener si es financiado por otro de deberes. Y que caiga quien tenga que caer. 

martes, 17 de enero de 2012

La jarretera


Es verdad, Jacobo, que se habla poco de literatura. Será, supongo, porque se hace. Con mayor o menor gracia, pero se hace. Porque ya nadie se corta. Pares lo que quieras y lo cuelgas en la red. Y te quedas tan ancho. Y si buscas notoriedad siempre hay medios para conseguir alguna. Coges, agarras y te vas, un suponer, al blog de Félix de Azúa y metes tus delirios entre los comentarios. A veces se ven ahí verdaderas joyas.  O en las correspondencias de los diarios de Arcadi Espada. Y muchos más sitios por el estilo por donde merodean los que sin ser del oficio no dejan de tener alguno. 


Respecto a Fraga, ni simpatía ni antipatía. Sin duda fue un hombre de valía, con más tesón, quizá, que agilidad mental. En cualquier caso, no supo gustar allí donde era necesario gustar para conseguir lo que parecía querer con todas sus fuerzas, que eran muchas. El Rey se fijó en Suárez, un don nadie al lado de Fraga, pero con muchas más horas de barra de bar. No sé, para mí que el finado dio a lo largo de toda su vida una sensación como de soberbia o cosa parecida que le impedía caer bien. Recuerdo una anécdota que se contaba entre estudiantes acerca de lo mal que llevó una broma que le gastaron sus alumnos con motivo de haber sido nombrado presidente de un grupo cervecero. Le pusieron un cerdito-hucha encima de la mesa y él lo apartó de un manotazo que hizo saltar al cerdo por los aires. Por otra parte los que vivimos en aquel Madrid de los sesenta creo que nos beneficiamos bastante de una ley que hizo  pasar sobre la libertad de información. No era gran cosa pero se notó mucho, sobre todo en el teatro. Y ya sabes lo que pasa cuando se abre un poco la mano. A partir de allí, la cosa fue como una moto y ya, bastante antes de morir Franco, la censura era un pitorreo. Seguían deteniendo y censurando, pero era como tratar de tapar las grietas de una presa con esparadrapo. Por lo demás, lo más curioso de Fraga, tan comme il faut que presumía de ser, es que al parecer tuvo una secretaria-querida durante la mayor parte de su vida. 


Por otra parte, los cruceros por el Mediterráneo, dices. Ni ciego de grifa me pillan a mí en una de esas. Por dios bendito, qué agobio. ¿Te acuerdas de una película en la Jack Lemon y no recuerdo quién otro que iban en un crucero contratados para sacar a bailar a las viejecitas? La gente es que no se cansa de soñar con paraísos holywoodianos. Van a los cruceros, hablan con los perros, se retocan el ojete... lo que sea con tal de olvidarse por un rato de lo que son. 


Por fin lo del Toisón de Oro. No sé, pero no le veo ya a Sarkosy entre los Argonautas. Me pega más colgándose de la solapa la liga de una princesa avergonzada. Por eso, yo le hubiese dado la Jarretera. Para que juegue con la Bruni a las disciplinas inglesas. 


En fin.

lunes, 16 de enero de 2012

¿Dr. Mabuse? I suppose so

Una de las mayores desgracias naturales que se pueden concebir es la que se produce cuando los dioses omnipotentes deciden conceder un verbo florido a un tonto del culo. Es el caso, por poner un ejemplo muy a mano, de Iñaki Gabilondo. En realidad España está llena de ese tipo de desgracias y, seguramente, es una más de entre las herencias detestables que nos dejaron los moros. Porque es que los moros son así, gente que se pierde marrulleando. Me decía un día Fadila, una estudiante argelina en Salamanca, que lo que decía Arafat en medía hora le costaba a Tony Blair medio minuto. Me pareció un buen indicador para explicar el porqué de las diferencias de nivel de vida de sus respectivos pueblos.


El caso es que como hoy hace tan malo y con toda la pinta de no dar tregua, son muchas las horas por delante para perderse por la procelosa red de redes. Y así, sin darme cuenta del cómo, he caído en lo de Gabilondo. ¡Menudo majadero! En mi modesta opinión, claro está. Todo su arte estriba en dirigirse a un público mucho más interesado por el cómo que por el qué. La magia de la floritura. La prosodia seductora. El revestimiento de respetabilidad que la indignación proporciona a los idiotas.


Después de repetir con mucho énfasis no sé cuantas veces que las agencias de calificación del rating  son unas chantajistas va y se descuelga con el argumento de que esas agencias actúan sólo y únicamente en función de sus intereses. ¡Acabáramos! La prueba del nueve. Lástima de que todos los que tienen pasta para invertir les hagan tanto caso. Porque son idiotas, por eso tienen dinero, que si no serían como Gabilondo y sus fieles seguidores que no se dejan engañar.


Claro, el hecho de que Gabilondo sea vasco explica muchas de las cualidades que le adornan. No por nada sino porque, como todos saben, en esa comunidad autónoma nació Ignacio de Loyola, el malandrín que en palabras de Roland Barthes llevó a las más altas cotas imaginables el terrorismo verbal. Por el bien de la humanidad, claro está, pero terrorismo al fin y al cabo. Pautado, modulado, armonizado, como la partitura de una sinfonía Heroica.


Les contaré una anécdota para tratar de ilustrar lo del discurso jesuítico. Estaba Xabier Arzallus tronando desde lo alto de un púlpito colocado a tal efecto en medio de una campa. Enfrente tenía un nutrido auditorio de tipos con boina que parecían no perder comba. "Porque entonces van los de Madrid y mandan a unos pistoleros a matar vascos", iba diciendo el jeltzale con un bien estudiado incremento del volumen hasta llegar al vascos como en un grito quejumbroso. Entonces, parada en seco, breve pausa con la expresión interrogativa, y tenue hilillo de voz para concluir con un "que se dedicaban a matar gente". Juraría por Dios que la inmensa mayoría de los de la boina no oyeron la conclusión, pero Xabier tenía su coartada por si alguien le reprochaba defensa de los asesinos. Bien, pues así es todo lo de los jesuitas, iñakis o como les quieran llamar. Suplen inteligencia con marrullería. Y honestidad con camaradería. Les sobra y les basta con ser uno de los míos.


 

domingo, 15 de enero de 2012

Regeneración

Generalizando o, mejor si quieren, simplificando un poco podríamos concluir que la crisis es sufrimiento y el sufrimiento suele ser fuente de regeneración. Bien, soy consciente de que para algunos hemipléjicos morales lo que acabo de decir suena a cristiano, pero eso es debido a que su deterioro mental les impide concebir que los principios del cristianismo también vienen de más allá, de la noche de los tiempos por así decirlo. De hecho, apostaría doble contra sencillo a que no hay religión en el mundo, o sistema filosófico si les gusta más, que no hunda sus raíces en esa sencilla secuencia de Eros y Tanatos o Tanatos y Eros. Siempre hay un huevo entre las cenizas calientes a punto de eclosionar. Aunque, por lo demás, tampoco se debe descartar que del sufrimiento se derive muerte. 


Les digo esto porque, aunque pudiera ser ingenuidad por mi parte, creo que ya empiezo a notar algunos signos de esa tan esperada regeneración, o salida de la crisis por decirlo de otra manera. La primera buena nueva fue cuando se formó un gobierno de gente con muchísimos más estudios que los del gobierno anterior. Ya digo, seré ingenuo, pero confío en los estudios, que en buena parte son sufrimiento, para mejorar el mundo, o sea, regenerarle. Aunque, claro, no todo va a ser orégano, y estoy de acuerdo con Jacobo en que disminuir el presupuesto de investigación como una de sus primeras medidas no es un buen augurio. 


Pero hay otra señal que vengo percibiendo de un tiempo para acá. Suelo echar una ojeada de vez en cuando al boletín oficial de la catalanidad rampante, o sea, La Vanguardia, y creo percibir de un tiempo para acá entre líneas, una disminución de las ínfulas distanciadoras. Ahora es frecuente ver el sustantivo España varias veces repetido en su primera página. Algo inaudito en el pasado. Y, claro, siguen con lo de la extrema derecha de Madrid como culpable de todo el sentimiento separador de "Cataluña", dicen, como si fuese un todo indivisible, pero sólo es una treta que ni ellos mismos se creen. Ya, hasta los más tontos saben que el verdadero reducto de la extrema derecha española se encuentra entre los círculos independentistas catalanes. Y que el sentimiento separador de "Cataluña" no es tal ni de lejos. Lo más, lo más, una moda entre los sectores más cutres de la población que, por cierto, como las ratas, son los primeros en saltar del barco cuando los pesebres se vacían. Y así es que hasta su policía autonómica ejerce sus derechos de reclamación al grito de ¡viva España! y con flamear de la rojaigualda incluido.


Pero la guinda del pastel ha empezado a circular hace muy pocos días. Y la verdad, me extraña un montón el que no haya levantado más revuelo. De hecho diría que no ha levantado ninguno. Se trata de la fusión en ciernes de Bankia, antigua Caja Madrid, y Caixabank, antigua "La Caixa". Un gran banco español con sede en Barcelona, se ha apresurado a decir uno de los gurús de "a casa nostra". Justamente el mismo que habla con la cabeza de un toro que está colgada en un bar de la Plaza  Mayor de Madrid. Él le pregunta al toro y toro le contesta, ¡qué casualidad!, que en Madrid hay mucho facha. Después él se lo cuenta a los lectores de La Vanguardia a sabiendas de que así producirá grandes hemorragias de satisfacción. Un gran gran banco español en Barcelona, !ya te digo!, o sea de la misma manera que el Banco de Santander está en Santander. ¡Jo! Los provincianos nunca pueden dejar de mirar el mundo por el ojo de la cerradura. De la de su casa, por supuesto. 


En fin, no se amoínen que de aquí, al menos, salimos aliviados de monsergas identitarias. Y de muchas otras otras, supongo, propias de los discapacitados morales que no pueden concebir el mundo como un todo escurridizo... seguramente, pienso, porque de niños nunca se dedicaron a pescar anguilas a mano en el río de su pueblo. 


Y después, una vez repuestos, a esperar el siguiente susto. O la siguiente monserga. Porque no tenemos solución. Se lo juro. 

viernes, 13 de enero de 2012

Revuelo

Karzay explicando cómo la tienen los americanos.

Cada sí y cada no tiene que haber en la escena internacional un caso banal de dudoso gusto que atizado convenientemente por los puros de corazón levanta un revuelo inusitado. Porque es que, ya saben, sin revuelo se acumula el polvo y se dispara el asma.  


Para que la cosa funcione convenientemente, el acto banal tiene que estar protagonizado por americanos. La verdad, no se qué tienen esos chicos, pero desde luego tenemos que reconocer que su capacidad para provocar indignación es proverbial. Tira un americano un cuesco y ahí tienes a cien mil idiotas revistiéndose de respetabilidad. No sé, quizá hace dos mil años les tocaba el turno a los romanos. En cualquier caso, estoy seguro de que no ha habido momento de la historia sin su correspondiente colectivo compacto levantador de revuelos. 


Ahora les ha tocado el turno a unos soldados que han meado sobre unos talibanes muertos. Pura continuación de la guerra por otros procedimientos, los psicológicos. Es muy importante para ganarla. Los soldados saben, porque lo han leído en el Corán, que un musulmán, aunque sea martir, no puede entrar en el paraíso, ya saben, donde les esperan muchas huríes, si su cuerpo está impuro. Y por eso les mean encima a los muertos, para acojonar a los vivos. 


A tal efecto, recuerdo un reportaje que vi en la BBC. Era un campo de concentración en el que los aliados tenían presos a los alemanes que iban haciendo prisioneros. Las fotos que enseñaron en nada tenían que envidiar a las de Auschwitz. Todos los inmates parecían padecer un síndrome de anorexia galopante. Preguntado al respecto el ministro británico de asuntos exteriores de la época, respondió lo siguiente: "Sí, eso puede que sea malo para la historia, pero es muy bueno para ganar la guerra."


Bueno, yo, como casi todas las personas que conozco, respecto a la guerra sólo puedo hablar de oídas. Porque nunca me he visto en tal aprieto. Pero hago mis esfuerzos para comprender en lo posible a la soldadesca. Los chavales vienen con la excitación que da el jugarse la vida y no pueden relajarse haciendo yoga. Les distiende más jugar a los trogloditas. Lo veo natural. 


Por lo demás, que bueno sería que no hubiese guerras. Y que reinase el amor fraternal entre todos los humanos. Y que todos tuviésemos una parecida fe y una parecida lengua para comunicarnos. Por no hablar de unas parecidas necesidades y una parecida autoestima. Y así todo habría suficientes diferencias entre unos y otros para tenernos entretenidos hablando mal del vecino, eso sí, sin llegar a mayores. Pero hay lo que hay porque somos como somos y nadie lo va a remediar por los siglos de los siglos. Así que pueden estar tranquilos los puros de corazón que motivos para revestirse de respetabilidad nunca les van a faltar.   

jueves, 12 de enero de 2012

Toten y tabú

"Se acercó al animal junto a su hija para demostrarle que no era violento. En ese instante, el perro, que estaba atado, le lanzó una dentellada que le produjo heridas en el rostro. El hombre ha sido operado de un ojo."


Así reza una de las frases utilizadas por el grupo artístico "Zumo Natural" para componer un vídeo. Otra frase es: "en el Estado español hay cien mil heroinómanos". Saquen sus conclusiones... y explíquense cómo se financian los talibanes para mantener su lucha contra nuestras tropas en Afganistán. En fin. 


Bueno, muchos de los que me conocen estoy seguro de que piensan que tengo fobia a los perros. Pues se equivocan. Lo que me molesta de todo este asunto es que debido al uso que se hace de los perros estos han devenido en una de entre las más odiosas plagas que estamos padeciendo. 


Decía Gregorio Morán en uno de sus magistrales artículos que en esta sociedad había dos o tres temas tabús. Es decir, que si alguien, por muy prestigioso que fuese, mandaba un artículo a un periódico tratando de uno de esos tres temas en términos que no fuesen elogiosos, automáticamente sería  censurado. Uno de esos tres temas era el de los perros. Sólo se pueden decir cosas bonitas de ellos so pena de convertirse en "mala persona" por decreto. 


Pero las cosas están cambiando. Quizá la primera semilla la puso Sánchez Ferlosio cuando dijo que la culpa de muchos males que padecemos la tiene Walt Disney. Walt Disney humanizó a los animales y la chusma se lo tomó al pie de la letra. Sólo hay que ver las cosas que hace y dice la gente que tiene perros. El otro día, por ejemplo, un tipo de Barcelona mató a su novia porque se negó a hacerle una felación a su perro. Y así para escribir un libro. 


Sí, la gente se empieza a hartar y a tomar la justicia por su mano. En un pueblo de Santander alguien se ha encargado de envenenar a todos los perros del vecindario. El periódico dice que seguramente porque molestaban con sus ladridos. Y también se han visto noticias de denuncias de vecinos por la misma causa. Y es raro que no haya más. Cuando voy por la provincia en bicicleta la sensación más insistente, y no muy agradable por cierto, es la producida por el constante ladrar de los perros. Es como una maldición. Y cuando te acercas a una casa siempre sale Cerbero con sus tres cabezas en acción. En fin, no quiero entrar en mitologías. 


El caso es que los perros no guardan nada. Sólo sirven para asustar al indefenso ciudadano. Si alguien se acerca al domicilio con intenciones aviesas tiene mil subterfugios para neutralizar al chucho y, por consiguiente, pillar más desprevenidos a sus moradores que si no tuviesen su seguridad fiada a un ser irracional... sí, porque a muchos hay que recordarles que un perro es un animal irracional, o sea, que actúa sólo por instinto. Y el instinto, ya saben, es automático. Es decir, no admite las improvisaciones necesarias ante los nuevos matices. 


En resumidas cuentas, que admiro la utilidad de esos animales para determinadas tareas: pastoreo, policía, guías de ciego y un largo etc.. Otra cosa es la función sustitutiva de carencias afectivas o apuntalamientos narcisistas. Parece como si los dueños de los perros por fin hubiesen conseguido alguien que les quiere de verdad y les es fiel sin reservas. Y así es que se produzcan esos amores incomprensibles que llevan a hacer por el perro lo que la mayoría de sus propietarios no haría, no digo ya por sus padres, es que ni por sus hijos. A ir por ahí recogiendo las cagadas del chucho. ¡Por Dios, qué asquerosidad! 


Bueno, los que las recogen. El otro día le di un toque a un vecino y se puso como un basilisco. "Yo siempre lo recojo", dijo gritando. Bien, tú sí, pero mira, dije señalando un par de gigantescas cagadas que había a pocos pasos de nuestra puerta. El tipo se fue refunfuñando a poner el perro a cagar en un césped que hay un poco más allá de nuestro interland. El caso es que hay tantos perros que con que sólo sea un 2% el número de propietarios inciviles ya tenemos tanta mierda en las aceras que se hace imprescindible el caminar mirando siempre al suelo. Del césped, en teoría para tumbarse y que jueguen los niños, ya no hablo; todos son un cagadero. 


Y el caso es que, además, tener perro no debe de ser barato. Entre comida, veterinario, peluquería y tal... no lo haces con cien euros al mes. En fin, ¡qué mundo éste!

miércoles, 11 de enero de 2012

La caja inteligente

Recuerdo aquellos años del cuplé cuando en la pomada progresista era norma de obligado cumplimiento repetir cada sí y cada no que ellos no veían televisión. Y, por supuesto, lo decían con ese rictus de orgullo propio de los que se creen superiores por el simple hecho de pertenecer a algo. O sea, a la progresía que toma copas en los bares después de haberse endosado un bodrio las más de las veces en un cine de arte y ensayo. 


Bien, pues mi opinión es que ellos se lo perdieron. Porque la televisión, desde el mismo momento en que empezó a emitir, ha sido uno de los mejores instrumentos para tomarle el pulso a la sociedad. O al mundo, si quieren. Y, en cualquier caso, infinitamente mejor que lo de tomar copas entre correligionarios repitiendo consignas y dándose la razón sin parar. 


Bueno, me dejo de más preámbulos porque me temo que están sonando a rabiosa justificación de mi irrefrenable afición a colgarme de la "caja tonta", por decirlo con terminología progre. Así que voy directo al grano, al presente, y cómo me ayuda a interpretarlo mi mentada afición. 


Resulta que había un programa de debate en Telemadrid que en realidad no era otra cosa que un concurso de frikis tirando a dar con el mayor daño posible a un monigote llamado Zapatero. Si uno la decía gorda el otro la tenía que doblar o quedaba fuera de juego. Todos periodistas, por supuesto, moderados por un colega suyo que no hacía sino, por un lado, despejar el campo para facilitar que no se perdiese tiro, y por el otro, poner trabas a cualquier intento de auxilio al monigote. Aquello, a primera vista, era realmente soporifero, pero mirado con detenimiento tenía su aquel. Era un buen muestrario de hasta que punto es capaz de degradarse la condición humana a causa de apesebramiento. Es decir, medrar más por lealtad que por mérito. 


El caso es que anoche me dije, hombre, hoy es martes, deben de estar los frikis en Telemadrid, voy a ver como les ha sentado la perdida del monigote. Y me llevé una sorpresa. Para empezar, los intervinientes se habían reducido a la mitad. Les conducía una periodista que se limitaba a cruzar unas piernas bastante bien puestas. Y todos menos uno eran economistas de prestigio. El uno citado, ni que decir tiene era periodista, el Sr. Camacho, una de las predecibles lumbreras que ilumina el mundo cada mañana desde su columna de ABC. Sostuvo, así, de entrada, el Sr. Camacho que Rajoy había mentido y no daba la cara. Y se quedó muy ancho porque, como señaló, el había criticado mucho al anterior gobierno y no iba a ser menos con el actual. Prevención a destiempo que diría mi padre. Entonces fue otro señor,   economista renombrado por su pedagogía de la crisis, y dijo,  pero que es eso de dar la cara... sonó a, pero qué es esa gilipollez de dar la cara. Aquí, continuó, todos somos mayores y sabemos que hay un déficit inmenso que hay que corregir, así que sabemos de sobra que se van a subir todos los impuestos que se pueden subir y se va a recortar todo lo que se puede recortar, hasta que las cifras cuadren. Luego otro economista no menos prestigioso dijo lo que todos sabemos... o debiéramos saber, que para ganar dinero hay que vender algo. Y España no puede vender a los precios actuales porque sus mercancías no son competitivas. Así que o aumenta su competitividad o baja los precios. Aumentar la competitividad a corto plazo es problemático porque lo que se dice calidad sólo la sabemos dar en la cosa de las raciones y cazuelitas. Por tanto hay que bajar los precios hasta que la relación precio/calidad nos haga apetecibles a los demandantes. Ergo, y aquí está la madre del cordero, hay que bajar los sueldos. Bajarlos y no poco. ¡Ay, madre, que me lo han roto!, que diría el sindicalista. 


Y así es que viendo la televisión hago algo más que entretenerme. También me da en qué pensar. Y otras cuantas cosas más que no digo por no cansar con obviedades. 

martes, 10 de enero de 2012

¡Dios mío, qué mujer!


Pido perdón de antemano porque soy consciente de que no soy el más indicado para tirar la primera piedra.

Sostenía Charlote Rampling que las mujeres guapas son prioritarias para muchas tareas sin estar en absoluto avaladas por el mérito. Bien, no es ese el caso de la señora de la foto, la juez Ayala, que por si no lo saben también es España. De vez en cuando conviene constatar cosas así para no caer en la desesperación. 


El caso es que la juez Ayala anda estos días instruyendo un sumario que podríamos calificar de insólito si no fuese porque la experiencia dicta lo contrario. Desgraciadamente de raro, extraño y desacostumbrado no tiene nada. Más bien, todo lo contrario. Robar lo que sea y donde sea con tal de poder seguir esnifando cocaína es el pan nuestro de cada día. Pero, claro, hay casos y casos y el que viene ocupando a la juez Ayala reune suficientes ingredientes para constituirse de por sí en historia para no dormir.


Un jerifalte de la Junta de Andalucía, haciendo extrañas migas con su chófer, se dedicaba a sustraer enormes sumas de dinero de las arcas públicas para poder irse por ahí de juerga. Con coche y chófer oficial, por supuesto, que el tipo no se cortaba un pelo. Copas, cocaína, regalitos y, apostaría que también, nenas, o nenes, que pal caso... porque el tipo, por si no lo saben, era Director General de Trabajo, o sea, que su principal misión en esta vida era dar trabajo a cuanta más gente, mejor. ¡Y vive Dios que sí lo hacía! Porque, desengáñense, si hay un nicho de empleo inagotable ese es el de la industria del vicio. Y en Sevilla, ¡ya te digo! Desde los tiempos de Guzmán de Alfarache. Y puede que desde mucho antes.


En realidad, lo que me sorprende de todo esto no es el hecho en sí sino su dilatación en el tiempo. ¿Cómo es posible que una cosa así se pueda camuflar durante días, meses, años? Sólo me cabe una explicación: una sociedad moralmente podrida. Una sociedad perruna, de lealtades acríticas, y cobardía generalizada.


No te metas en lo que no te importa que te puede salir caro. ¡Pero, hombre de Dios, cómo que no me importa! El otro día, cuando fuimos a Bilbao, nada menos que Bilbao, entramos a comer en un restaurante. Mientras esperábamos que nos ubicasen sufríamos el tormento que nos infligía un infante tocando el tambor. Estaba el rufián en una mesa grande rodeado de padres, tíos y abuelos. Una docena o así, en total. Todos celebraban lo que estaba haciendo el niño. Nadie de entre los atormentados se atrevía a decir nada. Ni camareros ni clientes. Pero, claro, lo que no sabía aquella gente soez era que entre los que esperábamos mesa había una experta en desfacer entuertos educativos. Así fue que María se acercó a la mesa, dijo no sé qué cuatro palabras y el niño ceso de molestar con el consiguiente malestar de toda su familia. Nos sentaron en una mesa al lado de la suya y pudimos experimentar durante toda la comida el odio de sus miradas. Pero el niño no volvió a darle al tambor a pesar de las instigaciones permanentes a tal efecto del que parecía su abuelo. Sus padres, más letrados seguramente, se lo impidieron.


Dirán que qué tendrá que ver lo uno con lo otro. Para mí tiene que ver todo. Es la permisividad de las pequeñas injusticias la que alimenta las grandes. Es decir, el incivismo es la madre de la corrupción. Y de ahí que sea tan necesario que nos pongamos todos desagradables cuando la ocasión lo merece. Aunque a veces nos equivoquemos, que también en este asunto, y tal y como están las cosas, más vale que sobre que no que falte.