viernes, 31 de agosto de 2012

Las playas en invierno



Cuando era niño esperaba la llegada del verano con verdadera ilusión. Luego, sufría lo indecible porque este verano norteño gasta demasiadas bromas de mal gusto. Recuerdo años realmente truculentos, siempre mirando a un cielo que se negaba a dar tregua. Con los caminos embarrados, el río salido de madre, había pocas cosas a las que dedicarse hasta el día que descubrí los libros de "Guillermo". También, qué duda cabe, vinieron veranos esplendorosos en los que los únicos que miraban al cielo eran los campesinos y ganaderos en busca de la nube premonitoria del fin de la "seca", que así llamaban ellos a la sequía. Esos veranos alternaba el río con la playa, con las excursiones campestres y, también, con lecturas que ya nunca volverían a ser lo que fueron. Robinsón Crusoe, La Isla del Tesoro, Los tres Mosqueteros, La trilogía del Bounty, tienen una primera vez que, como en las cosas del amor, es irrepetible. 

Bien, pues si no con ilusión sí con agrado lo que ahora espero es el fin del verano. Este 31 de agosto en el que un sol picante entre nubes propensas a soltar su carga anuncia la inminencia del equinoccio otoñal. Veinte días apenas y cruzaremos esa línea que hace que las noches empiecen a ser más largas que el día. Días templados y húmedos, días fríos y secos, días de demorarse por las playas solitarias de límites difusos dejando que los recuerdos y ensoñaciones vayan y vengan al ritmo que les marca el rugir de las olas y la furia del viento. 

Sí, lo confieso, me gustan las playas en invierno, porque es que, ¿saben?, creo que pasear por ellas me disipa la melancolía que se me aupó sobre los hombros en los interminables meses del verano.  

miércoles, 29 de agosto de 2012

Apprenticeship



Nosotros lo llamamos Formación profesional, ellos Apprenticeship. O sea, el  aprendizaje de un oficio por medio, mayormente, de la práctica. Y entonces van los ingleses y se preguntan: ¿qué podríamos hacer nosotros para elevar el prestigio social de este tipo de aprendizaje?

Hay un artículo de Janet Murray en The Guardian del 27 de Agosto que analiza minuciosamente estas cuestiones. Análisis  que utiliza como "material y métodos" la comparación de lo que al respecto pasa en Inglaterra y en Suiza. Para empezar en Inglaterra sólo un 6 % de los alumnos se decanta por este tipo de educación mientras en Suiza dos de cada tres la escogen. Para seguir, el paro juvenil en Inglaterra es del 26% mientras que en Suiza es del 7%. Cifras que, sin duda, sólo a un tonto no le haría pensar que una cosa tiene que ver con la otra. 

Inglaterra y Suiza, dos países tan parecidos por historia: Newton y Cavendish versus Euler y los Bernoulli.  Y tan distanciados por el modelo educativo y el paro juvenil. ¿Qué mosca le ha picado a alguno de los dos? Bien, se lo diré, ha sido la mosca de la tontería social la que ha picado a los ingleses. Como si se tratase de hidalgos montañeses parece que ahora les ha dado por querer tirar el pedo más alto que el culo. Y, claro, quieren tener una licenciatura universitaria aunque sea al precio de que sólo les sirva para despachar copas en un bar nocturno. Una licenciatura, ya te digo. Cualquiera que haya vivido en Salamanca, un suponer, sabe de sobra lo que cuesta conseguir una. Las hay que te las dan adjuntas a la cajetilla que sacas de la máquina expendedora del bar de la facultad. Se lo aseguro. 

Por el contrario, en Suiza, no hay grandes diferencias de prestigio entre una cosa y otra. Y si la hay, va de soi, porque a la universidad sólo acceden los que desde las primeras enseñanzas muestran capacidades sobresalientes. El resto está tan contento con hacer un apprenticeship de tres a cuatro años, de los 16 a los 20, tres días en la empresa, dos en el aula, por semana. Y a los 21 ya son todos hombres, y mujheres, hechos y derechos que no necesitan a sus papis para nada que no sea referencia para no repetir errores. 

Sí, la diferencia entre unos y otros es la tontería que se instala en las sociedades decadentes que valoran más las apariencias que las realidades. ¡Lo que no sabremos de eso los españoles que podemos presumir de un cincuenta y pico por ciento de paro juvenil! 

En resumidas cuentas, lo que podrían hacer los ingleses para para prestigiar el apprenticeships es volver a por donde solían, es decir al pragmatismo genuino que les hacía tirar los pedos más abajo de lo que su culo les permitía. Es decir, volver a como cuando andaban sobrados. 

martes, 28 de agosto de 2012

Horarios



Hay un tal Sr. Buqueras al que pocos conocen, nadie hace caso y, sin embargo, es un tipo digno de los mayores respetos y agradecimientos. El Sr. Buqueras preside una Comisión para la Racionalización de los Horarios en España. Es decir una Comisión para lo que todos los indicadores socio-políticos-idiosincrásicos dan como una Misión Imposible. Y sin embargo...

El caso es que están estos días el Sr. Buqueras y sus presididos muy agitados con motivo de los horarios por los que se rige la, al decir de los entendidos, mejor liga de fútbol del mundo. Al parecer, los partidos que, para los que no lo sepan, duran dos horas, están programados para ser jugados a las once de la noche en vísperas de días laborables. Huelgan comentarios respecto a la insensatez de semejante organigrama. 

Como les venía contando, mis correrías de días pasados por el Cerrato se han visto seriamente perjudicadas a causa del desbarajuste de horarios en el que vive inmerso el pueblo llano, es decir, el pueblo que de puro no tener nada que hacer en todo el día -ya les dije que los camareros son todos inmigrantes-, ha decidido, con mucho acierto al parecer, entronizar como lema de su vida aquel que fuera divisa de vándalos y demás campeadores: "los otros como si no existiesen hasta que no les necesito". Y así es que amparándose en la coartada que le presta el clima y la tradición se dedica a vivir de noche lo que es para el día y viceversa. Y al escaso pueblo que trabaja, o sea, que no es llano, que le den.  

Bien, esa podría ser una forma de interpretar la realidad, por así decirlo, al modo benevolente. Pero hay otras maneras más retorcidas y no menos verosímiles de considerar esas enajenadas conductas. Maneras, digamos, freudianas, o sea, que tratan de desvelar los intríngulis del subconsciente, ese lugar del alma que ordena de forma insidiosa las conductas patológicas que sólo se consideran normales cuando se han convertido en costumbre. 

Y así es que, hurgando unos y otros en ese subconsciente humano, se ha llegado a muchas y sabias conclusiones que tienen poca vuelta de hoja. Verbigracia, que el único real y verdadero consuelo del miserable es hacer todo el daño que pueda al prójimo. Eso sí, tiene que ser un hacer daño inocente, nonchalance, como el que no quiere la cosa, para que uno no sienta los pesares de la culpa. Un ¿pero qué de malo estoy haciendo yo si sólo trato de divertirme? Además, que son las fiestas del pueblo que han sido organizadas por el Sr. Alcalde. 

En fin, poco futuro veo yo en esta España contemporánea a los altruistas designios del Sr. Buqueras. Y no por nada sino porque el grueso de la ciudadanía está formado, ya sea por miserables que necesitan más que el comer el consuelo del hacer daño y, por otra parte, por alcaldes ladinos que hacen del "pan y toros" el núcleo de su política municipal. 

Lo demás, por añadidura, o sea, todos dormidos en el aula.  


lunes, 27 de agosto de 2012

Historias del Cerrato II






 En Casa Paco de Encinas de Esgueva, ya digo, nos trataron como a príncipes. O princeses, como decían en mi pueblo, pero un poco encadenados. La comida, de primera, lo mismo que el trato. Y en el bar hay un wifi aceptable. El único inconveniente, quizá, es que al estar muy mal aisladas las habitaciones respecto del comedor, hasta que no se va el último comensal es como si tuvieses invitados en la cama. El patrón nos ha dicho que de una y media a ocho de la mañana nos garantiza silencio absoluto. Porque es que, argumentaba, la gente empieza a venir a cenar a las once y media. Bueno, ahora son las once y veinte y puedo dar fe de que todavía no ha aparecido nadie. Por lo demás, comprenderán que estemos temblando. 



Curiosos pueblos catellanos. Te vas a dar una vuelta y de pronto te topas con un parque umbrío que para sí lo quisieran muchas capitales de provincia que yo me sé. Y luego subiendo por la inevitable en todo pueblo castellano Calle Cantarranas, al salir de una curva, te sorprende la inmensa mole del castillo. Te sientas allí en un banco que hay a su sombra y no hay persona que pase que no tenga algo que decirte y, siempre, empleando muy aquilatados adjetivos. Con cualquiera que te cruces por la calle hará lo indecible por atraparte para un rato de conversación. Pero no hombre, todavía no se vaya,  que no he acabado... me dijo uno después de explayarse largo y tendido a propósito de unos tatuajes que a mí se me ocurrió señalarle. Historias del Tercio y así. 




A la postre, la una y media que decía Paco se convirtió en las dos. Hasta esa hora estuvieron berreando los jovenzuelos a la puerta del hostal. Luego, por lo visto, consideraron que ya era hora de dejarse caer por Casillas de Esgueva en donde había fiesta. Así que, entre unas cosas y otras, los perros, las campanas, otra noche que apenas hemos podido dormir y ya van tres. Horas y horas dando vueltas en la cama y a la cabeza y prometiéndome por todo lo más sagrado que a mí no me pillan en otra. Pero en fin, luego dan las ocho, te levantas y miras ese cielo y sientes ese aire y te reconfortas un poco y se te olvidan las promesas. 

Eran las nueve y media de la mañana cuando hemos pasado a la altura de Casillas que, dos kilómetros más allá, al fondo del valle, contra la ladera del cerro, lanzaba a los cuatro vientos una música estruendosa tipo “obras en el piso de al lado”. Hemos seguido carretera adelante, veinte kilómetros o así, hasta Esguevillas de Esgueva en donde hemos girado a la derecha para tomar el camino hacia Baltanás no sin antes habernos enterado de lo que realmente quiere decir tejavana. Largo de contar y viene mejor explicado en la wikipedia, así que...  Porque, a lo que iba, que hemos decidido que lo mejor era volver a por el libro que había olvidado María. Y bueno, menudo marrón nos hemos tragado. Hemos dado un rodeo de más de veinte kilómetros para evitar las subidas y bajadas que nos torturaron ayer y todo ha sido en vano. Los treinta y tantos de la venida se han convertido en los cincuenta y tantos de la ida con más o menos las mismas cuestas, si no más. Hemos llegado reventados a Baltanás, hemos recuperado el libro y nos hemos quedado a comer en La Posada. A comer como de boda, tres platos de alta cocina con un vino de crianza, veinte euros el menú. ¡Jo, cómo se cuida esa gente cerrateña!

Después de echar la siesta en el parque baltanaseño, sin saber muy bien por qué, decidimos tirar hacia Venta de Baños a donde llegamos tras no pocos sufrimientos con el sol ya muy bajo. En Venta de Baños dimos con un hotel de los de toda la vida muy como de molde para recuperarse del fuetazo del camino y el mal humor inherente a no haber sabido acertar ni con las rutas ni con las dosificaciones ni con nada de nada al parecer. Porque esa es la cuestión, que a veces todo parece ponerse en contra y, entonces, mientras pedaleas de mala gana, vas dándole vueltas al asunto, que si qué demonios hago yo aquí, que si ésta es la última vez que voy a cualquier sitio en el que no tenga nada que hacer y donde nadie me espere, que sí con lo bien que me lo paso yo en casa y todo lo que estoy echando en falta la guitarra, las lecturas, los paseos al super, las comidas en La Montaña o en cualquiera de las otras tabernas que tengo a mano , en fin, todas esas cosas de la cotidianeidad que tan feliz me hacen dentro de un orden.

Y ahora, después de haber dormido aceptablemente, eso sí, con las ventanas cerradas a cal y canto porque había fiesta en un barrio del pueblo y la música tipo “telar mal engrasado” lo impregnaba todo, en fin, como les decía, ahora viajamos en un "regional" hacia Santander, concretamente acabamos de pasar Osorno, y, entonces, voy y pienso en los buenos ratos que pasé por estas tierras y lo inútil que es querer recuperar el pasado repitiéndolo. No, ya es tiempo para otras voces y otros ámbitos que diría Capote. Sí, quizá los muchos sufrimientos de este viaje no hayan sido en vano. Como si de unos ejercicios espirituales o viaje iniciático se hubiese tratado que me va ayudar a encarar el futuro con un poco más de sensatez. Porque de eso se trata a estas alturas de la vida, de ser, ya, por fin, un poco sensato y hacer caso omiso de los cantos de sirena que, huelga decir, no paran de sonar en todo tiempo y lugar.

Pasamos por Alar y vemos allá al fondo la que fue nuestra casa. ¿Nos bajamos?, dice María…ni por todo el oro del mundo, pienso, esto estuvo aceptablemente bien, pero eso fue todo: capítulo cerrado.

sábado, 25 de agosto de 2012

Historias del Cerrato








La habitación que habíamos concertado en Astudillo resulto ser tal desastre que optamos por desistir. Y así fue que de Guatemala caímos en Guatepeor. La Pensión El Carro, por decirlo a la manera planiana, era indescriptiblemente espantosa. Una habitación raquítica con una cama empotrada entre dos paredes de tal forma que hasta yo, que soy bajito, no podía estirarme. Como no tenía armario habían colocado un dispositivo debajo de la repisa de la televisión, que no había, por cierto, del que colgaban dos perchas de alambre retorcidas. En una esquina había un galán de noche, lo cual, no dejaba de tener su aquel. Si a eso se le añadían las sábanas sintéticas, el colchón con todos los muelles descoyuntados, el olor a pocilga que entraba por la ventana que era imposible cerrar so pena de achicharrarnos, el canto de los gallos cuando ya empezábamos a agarrar el sueño… y es que claro, aparte de todas esas condiciones tan favorables, María había embaulao para cenar una ración de alubias con almejas de las que no se salta un torero. Total, que a las ocho hemos bajado a desayunar y le hemos dicho cuatro palabras a la dueña.

La dueña, si nos atenemos a su discurso, ha resultado ser una especie de madre coraje que castigada de plein fouet por la crisis ha dado con sus huesos y sus dos hijos en Astudillo. Por lo visto tenía un restaurante en un pueblo con muchas fábricas relacionadas con la construcción. Daba unos cien menús al día y, de la noche a la mañana, los cien se quedaron en cinco o seis. Si a eso se le añade que con sus muchas ganancias había restaurado una casa en Valoria la Buena para dedicarla a casa rural, lo cual, por razones obvias que ella comprendió cuando la cosa ya no tenía remedio, resulto un completo fracaso. ¿Quién va a querer ir a Valoria a pasar tres días?, decía desconsolada. Así que, enterada de que en Astudillo traspasaban un mesón con pensión adjunta, se lanzó a la aventura. Si, muy bien, señora, todo eso está muy bien, pero cobrar cuarenta euros por esa habitación es un despropósito, le hemos dicho. Y ella que si tal y que si cual, que se le daba de perlas el arte jeremiaco, así que hemos agarrado las bicicletas, hemos cargado el equipaje y hemos salido pitando carretera adelante.

La verdad es que Astudillo es un pueblo remarcable. Y la gente que andaba por allí, lugareños y veraneantes, daba la impresión de llevar una vida apacible y bastante regalada. La plaza con sus soportales, sus plátanos, sus bancos, sus cafés animados y los niños corriendo de aquí para allí. Por haber, en Astudillo hay hasta un monumento dedicado al farmacéutico rural. La verdad, nunca había visto cosa semejante. Y todas esas “casas grandes” de agricultores ricos de fines del XIX y comienzos del XX que ahora están restauradas y no al estilo “Santillana”, sino con cierta nonchalance que le da un aire casi hasta distinguido. Y tampoco falta el gran palacio de la familia más rica e ilustre que ahora se cae a pedazos y nadie puede impedirlo. Y last but no lest, las bodegas. La colina al oeste del pueblo está acribillada de bodegas. La gente se reune en ellas a merendar y supongo, también, a emborracharse. De hecho, yo, un par de veces que estuve en unas de esas bodegas, que no hay pueblo que se precie que no tenga un montón de ellas, salí a cuatro patas. Porque es que se da un fenómeno muy curioso, que cuando estás en ellas, con toda esa tierra sobre la cabeza, bebes y bebes y no notas la ebriedad, pero cuando sales fuera, ¡ay, madre!, agárrate a lo que sea o disponte a caer de culo. Bueno, entre ir a la bodega y hablar de bodegas, según pude comprobar, a la gente de Astudillo, y supongo que a la de Baltanás, donde ahora estamos, le da para más de media vida. Por cierto que lo de las bodegas de Baltanas es cosa notable. Como de patrimonio histórico nacional, por lo menos. Bueno, supongo que también la UNESCO podría decir algo al respecto.

En Baltanás estamos en una casa rural que, así, de entrada, está muy bien. Pero la habitación ya se nos ha llenado de moscas. Y me temo que va a ser ruidosa hasta altas horas de la mañana porque la fonda tiene una terraza que debe ser lo más de lo más branché que dicen los franceses, de Baltanás y alrededores. El caso es que, sea como sea, bien que tenemos que dar gracias a los dioses porque por el Cerrato no es fácil encontrar alojamiento y llegar hasta aquí ha sido penoso hasta decir basta. Más que nada por el viento que se ha obstinado en sernos adverso y con furia. Particularmente al atravesar un páramo que es que parecía que aquello nunca se acababa. Al final hemos llegado a Antigua, el pueblo ese del que Manolo y Esperanza cuentan extrañas historias. Dicen que hay una ciudad subterránea en la que vive gente y todo eso. Nosotros no hemos visto nada. Sólo un caza de propulsión a chorro colocado a guisa de monumento a la entrada del pueblo por el lado de donde se baja del páramo. Y bueno, nos han dado muy bien de comer en un bar con pinta de ser también centro social. Coliflor rebozada, revuelto de setas, chuletillas de cordero. Todo de primera, así como el pan del que María, muy entendida en esa materia, ha hecho grandes elogios. Luego, en una adecuación muy cuca que hay a la salida del pueblo hacia Baltanás, hemos echado una reparadora siesta de mucho agradecer. Por cierto que había por allí una señora de muy buen porte y con el pelo y la tez de un blanco casi cadavérico. Como no hubiese podido ser de otra manera rápidamente hemos pensado que quizá se tratase de una habitante de ese submundo que dicen Manolo y Esperanza que había salido a la superficie un rato con la finalidad de que su perro hiciese sus necesidades. En fin.

Y ahora, a ver lo que da de sí la velada. No sin cierta aprehensión, por cierto, porque es que todo es ir cayendo la tarde y notar como aumentan los decibelios de forma casi alarmante.

***



Lo de Baltanás estuvo francamente bien. Los de La Posada se mostraron sumamente amables. La habitación, por comparación con la de Astudillo, era regia. Y a la postre no hubo tanto ruido, porque, como nos explicó el camarero moldavo que nos sirvió la cena, ayer tocaba juerga hasta las dos en la bodegas y luego en la discoteca a donde todo el mundo debía acudir con el correspondiente disfraz. Nos dijo que habíamos tenido suerte porque lo normal es que la discoteca abra a las cuatro y que hasta entonces la gente se solace por los bares del pueblo, siendo el de La Posada el más solicitado. Total que, hoy al pagar –cuarenta euros, como en Astudillo-, les he dicho a los dueños que qué lástima que no tuviesen internet. Entonces se han mirado extrañados y han exclamado al unísono, sí, sí que tenemos. Pues el camarero me dijo que no había, les he contestado. El camarero, cubano, que con la proverbial labia que caracteriza a esa gente nos había casi convencido de que es mejor para todos que no haya conexión a internet. Sabe Dios que es lo que le movería a actuar así porque lo que desde luego no me cabe en la cabeza es que no supiese que había servicio. Al final, dada la familiaridad alcanzada con los posaderos, les he preguntado por un veterinario que hubo en Liérganes que era de Baltanás. Don Pedro Cabezudo, cómo no, una celebridad en el pueblo. La calle principal le está dedicada y es que no es para menos. Él fue el fundador de la Cooperativa Quesera, la industria que más riqueza ha dado al pueblo y que exporta allende nuestras fronteras. El queso del Cerrato, quizá el mejor que se fabrica en España y acaso en el mundo. Y lo digo sin el menor asomo de sorna y el que no se lo crea que lo compre, lo pruebe y luego diga. Don Pedro, obviamente, ya murió, pero su hijo Jose Manuel vive en Baltanás. Luego, a las once y media, vendrá por aquí, me han dicho. José Manuel, o Juan Manuel, que no me acuerdo muy bien, era amigo nuestro, muy leído y gran conversador. Estudiaba físicas. No sé si las acabaría. Me hubiese gustado verle.

El caso es que lo de Baltanás es muy sintomático. La discoteca abre a diario a las cuatro de la madrugada y hasta esa hora la gente se solaza en las bodegas que, como les decía son cosa notable, aunque así, a primera vista, para uno que no sepa, parece una ciudad funeraria en la ladera de la colina. En las bodegas y los bares. En los bares que tienen todos camareros emigrantes, claro, faltaría más. Luego, ayer, todos los jóvenes sin excepción iban maquillados, disfrazados y alegres como unas castañuelas. Están en fiestas, bien es verdad, pero cuándo no lo están… en fin, esta España nuestra que no sabe uno qué pensar.

Al final, el posadero nos ha pergeñado en un papel el trayecto ideal para acercarnos hasta Peñafiel. Alguien se preguntará que por qué cuando vamos por ahí de gira nunca llevamos mapa. Bien, supongo que es cuestión de idiosincrasia. Acaso llevaba planos Cortes cuando avanzaba con sus mesnadas hacia Tenochtitlan. No, se informaba por el camino y eso le permitía enterarse de un montón de cosas que no vienen en los planos. 
Lo de llevar planos, perdón, es cosa de turistas y demás gente de guarda y ten. No digo ya el GPS que es el alma de los taxistas. No, los viajeros, los verdaderos viajeros, van a ciegas y se pierden por los poblados más remotos donde sin duda están las cosas más interesantes y las oportunidades más inesperadas. 

Y así ha sido que después de subir a los alcores, cruzar los páramos, bajar a los valles, volver a subir, y vuelta a empezar, hemos llegado a un lugar absolutamente irrepetible, Encinas de Esgueva, donde hemos comido y tomado habitación en Casa Paco. Hemos comido como príncipes, con un vino del terroir que costaba parar. Y unas alubias y una costilla asada de verdadera antología. Y luego la preceptiva siesta. Y luego… no sé, porque el caso es que María se ha olvidado el libro que está leyendo en La Posada de Baltanás y, si alguien no se lo trae, mañana tendremos que volver allí, porque es un libro de la biblioteca municipal y además la tiene muy enganchada y, bueno, un acto fallido más con su correspondiente carga de ocultos significados. Veremos.  

jueves, 23 de agosto de 2012

Bodega La Montaña



Ayer, mientras comíamos en la Bodega La Montaña nos dedicábamos a proyectar el recorrido que pensamos hacer en  bicicleta, ya mismo, por tierras de Castilla. No era fácil porque las zonas más accesibles y planas de esa región ya las tenemos muy trilladas. Ahora tendremos que tirar hacia el este por donde el terreno es más abrupto y, probablemente, el tráfico más denso. En cualquier caso, que por intentarlo no quede.

En esas estábamos cuando los vecinos de la mesa de al lado, después de pedir educadas excusas por haber estado escuchándonos, nos indicaron que el recorrido que estábamos escogiendo quizá no fuese el más adecuado. Ellos eran de Valladolid y sabían de qué hablaban. Bueno, en realidad él era de Bilbao y había tenido que salir pitando de allí por lo que todo el mundo sabe y calla. Grandes aficionados a la moto, parece ser que sillonnent le territoire sin cesar no quedándoles ya parcela por descubrir. Bien, sea como fuere, el caso es que nos enzarzamos en una animada conversación sobre esto y lo de más allá que duró hasta bastante más allá del final de las ingestas. 

Nada del otro mundo, por otro lado, gente civilizada que no necesita de especiales afinidades para entablar conversación. Me ha pasado muchas veces, sobre todo en Madrid. Gente sin recelos que se abandona al azar y aprovecha el vuelo de una mosca que pasaba por allí para lanzarte un guiño cómplice y hacer un comentario de los que buscan contrapartida. El inicio de algo que no por fugaz dejará de ser intenso. Sal de la vida que le dicen. 

Y ya, volviendo para casa, comentábamos el lance. Sostenía María que la posibilidad de enrolle varía mucho en función de la procedencia de los vecinos de mesa. Si fuesen de Cantabria, aseguraba, prácticamente imposible. Con gente de Castilla, como había sido el caso, mucho más fácil. Bueno, no sé, porque este tipo de apreciaciones entran de lleno en la categoría de los tópicos. Mi madre, por ejemplo, siempre opinó al respecto más o menos lo mismo que María. La gente de la Meseta es para ellas mucho más abierta que la de la Costa. De  la Costa de Santander en concreto que es la Costa que ellas mejor conocen. Y, sin embargo...

Qué duda cabe que la geografía, el clima, la estructura social, la educación, y montón de cosas más, influyen en la forma de ser de las personas. Pero luego hay que tener en cuenta a las personas como conjunto y a las personas como individuos y, ahí, se rompen muchos esquemas. Y así es que después de una vida larga ya y relativamente intensa, habiendo tomado de asiento muchas veces lo que sólo era de paso, y viceversa, si alguien me preguntase al respecto de lo que les vengo comentando le diría que, en mi modesta opinión, varía muy poco de unas regiones a otras el porcentaje de gentes abiertas y cerradas, lo mismo que el de imbéciles y amables. En fin, si de colectivos queremos opinar, sería más apropiado, pienso, agruparlos por nivel educativo y cosas por el estilo que no por procedencia... pero comprendo que esto es más dificultoso y menos lucido. 

miércoles, 22 de agosto de 2012

El Gabinete del Dr. Kalimotxo



Se me acercó y me dijo sin que a mí me pareciese que había el menor asomo de ironía en sus palabras: "es una película muy buena, oye, créeme, que yo entiendo mucho de cine". Bueno, al cine sí que debe de ir mucho porque las dos únicas veces que yo he ido en los últimos veinte años me lo he encontrado por allí. O sea, que es posible que entienda, aunque sólo sea por desgaste. Pero, dado su argumentario, uno tiende a creer que sus capacidades analíticas y expresivas son más cortas que las mangas de un chaleco. 

El caso es que así corre la inmensa mayoría del razonamiento que se produce en el mundo: conclusiones extraídas de premisas que se sustentan exclusivamente en la fe. "Oye, créeme, que yo sé mucho de eso". Y huelgan demostraciones. ¿Para qué? Si todo el mundo esta de acuerdo en ello. Si vas mucho al cine, lógicamente, tienes que ser un entendido en la materia. Bueno, mire, perdone, yo ni estoy de acuerdo con eso ni dejo de estarlo, y por tal será que quiera destriparlo para ver que es lo que tiene por dentro. 

En realidad, aquí, lo interesante, y sobre todo bueno, sería que nos mantuviésemos callados hasta saber de qué demonios estamos hablando. De hecho hay personas que tienen ese don y que a lo sumo se manifiestan por medio de un gesto que denota intención interrogativa. Nunca sabremos agradecérselo bastante. Parar la logorrea y poner las neuronas a trabajar, esa es la ardua tarea para la que pocos están capacitados. Yo, desde luego que no, y por eso es, o puede que sea, mi imparable y progresiva propensión al aislamiento como única terapia a mi alcance contra esa vergonzante carencia. De hecho, quizá le pase a todo el mundo cuando va tomando conciencia de sí mismo más por viejo que por diablo. 

Hablar por hablar para ahuyentar las angustias del inmenso vacío que es el silencio cuando estamos reunidos.  Bueno, algunos, que ni logorrear ni aislarse pueden, lo remedian bebiendo Kalimotxo que como todos ustedes saben es la pócima sagrada de las tribus del oeste pirenaico... y luego se van por ahí a kemar kontenedores que es diversión muy bravía y de gran valor añadido. 


martes, 21 de agosto de 2012

Skilled Work, Without the Worker



Me envía Jacobus un artículo del The New York Times titulado "Skilled Work, Without the Worker". Trata de un asunto que viene siendo supersobado topic desde que el ser humano empezó a inventar máquinas, es decir, que, una de dos, o paramos de joder, sensu stricto, o no quedará más remedio que organizar guerras para deshacerse del material sobrante. 

Y es que los empresarios lo tienen claro, el punto débil de su invento lo constituye el factor humano en su acepción más iletrada. Esa gente que sabe apretar tornillos, soldar cables, tocar botones, bajar palancas y labores por el estilo, tiene una inherente propensión a las acciones reivindicativas concertadas, lo cual, pues francamente, es sumamente molesto a la vez que pernicioso a la hora de cuadrar los balances.  

Hubo un tiempo en el que, John Maynard Keynes mediante, se pensó que ese molesto material humano iletrado y sobrante se podría reconvertir en una suerte de disciplinado e insaciable consumidor, con lo cual ya se habría conseguido cuadrar el círculo de la inenmendable jodienda. ¡Vana pretensión! Han pasado los años, no muchos la verdad y, al hacer balance del invento, podemos constatar con razonable certeza su estrepitoso fracaso: cada vez hay más parados y está más pachucho el planeta. Y no se para de joder a troche y moche. Hoy somos 7.000 millones y para pasado mañana se calcula que seremos 9.000. 

Y en éstas estando, van y vienen las empresas e inventan unos robots con los que se consigue que donde había diez obreros ya sólo se necesite uno.  Sí, bueno, y ahora qué. ¿Es que alguien tiene ideas sobre qué hacer con esos nueve que sobran? A ideas que no sean mandarles al matadero, me refiero. 

¡Jo! Mira que es complicado este mundo, cuando más se sofistica y libera de pesadas cargas más necesita del caos para restablecer el orden. 


lunes, 20 de agosto de 2012

Profesor Lazhar



Tenía que ser un argelino, que además bebe vino tinto, el que viniese a poner orden en la maltrecha escuela canadiense. La paradoja, lo que nadie espera. Aunque luego, visto de cerca, resulta de lo más natural porque a nadie se le escapa que por el mismo mecanismo que enfrentar dificultades genera sensatez, columpiarse en la opulencia engendra estulticia. 

Estaba allí el todo Santander culto, en la filmoteca, para ver "El Profesor Lazhar", una película canadiense que, por demás y como suele decirse, venía precedida de muy buenas críticas. El Profesor Lazhar es un tipo normal que ha padecido los horrores propios de quien ha tenido que vivir entre subnormales. Al final, escapa por los pelos, pero no así su mujer e hijos que son convertidos en cenizas por el furor inquisitorial de los citados subnormales. Una vez en Canadá, circunstancias poco edificantes de la vida le llevan a trabajar en un colegio público. Una profesora se ha ahorcado en su aula, sus alumnos quedan traumatizados, algunos culpabilizados; será el Profesor Lazhar el encargado de poner un poco de sensatez en el cafarnau desatado por la maquinaria socialdemócrata que todo lo impregna de melindres amortiguantes. 

Por lo demás, lo único que hace el Profesor Lazhar es lo que he oído decir a tantos profesores que hay que hacer para restaurar el orden y la eficacia en la enseñanza. Sacralizar el espacio del aula, devolver el respeto perdido a la autoridad, fomentar entre compañeros la emulación del mérito y levantar los apósitos de las llagas para que se curen al aire. 

Todo muy bonito, un pelín, si quieren, pasado de sentimentalidad. Pero, a la postre, el Profesor Lazhar se tiene que largar. El sistema imperante no soporta eficacia a cambio de independencia de criterio. Sólo faltaría tolerar que alguien viniese ahora a enmendarnos la plana. A decirnos que con nuestras elaboradísimas propuestas teóricas sólo hemos conseguido avanzar hacia atrás. ¿Y qué haríamos entonces con nuestro compacto ejercito de psicólogos, sociólogos y demás huecólogos? No, mejor que se vaya el Profesor Lazhar que nosotros ya nos las apañaremos con los de aquí. La misma canción, en definitiva, de todas las decadencias. 

Bueno, el asunto nos dio para no pocas deliberaciones, o si quieren controversias, que la cuestión de la enseñanza con sus intrincadas ramificaciones por los campos de las ideologías...   

domingo, 19 de agosto de 2012

¿Crisis o lisis?



Decimos crisis pero a lo mejor es lisis. Creo recordar que los procesos febriles que, como ustedes saben, están provocados por la activación de los mecanismos de defensa del organismo frente a determinados ataques a su integridad, se suelen resolver, cuando se resuelven, de dos formas bien diferenciadas: por crisis o por lisis. 

Por crisis es cuando te pones a morir, con temperaturas por encima de los cuarenta grados centígrados, sudas toda la noche como un cosaco en plena batalla, sueñas horrores y, a la mañana siguiente, te despiertas fresco como una rosa y con ganas de irte a correrla por ahí. 

Por lisis es cuando el malestar es difuso, el debilitamiento progresivo, la fiebre no es muy alta pero apenas baja de un día para otro. Y así es que, cuando se considera que se ha llegado a la curación, la situación física y anímica es tan precaria que se necesitan largas convalecencias para recuperar la verdadera normalidad.  

Bien, pues puestos a aplicar el análisis citado a la actual situación de indudable fiebre socio-política-económica-armamentística, yo tendería a decantarme más por la opción de la lisis que no de la crisis. 

Por así decirlo, nos estamos ajustando a lo que se podría denominar modelo tipo "dama de las camelias". Es decir, un lánguido yacer entre encajes que hay que lavar todos los días para ocultar las pruebas del mal subyacente. Esos esputos sanguinolentos de los que nos vemos incapaces de prescindir y que, como diría Marx, el de los hermanos, nos están llevando de la nada a las más altas cotas de la miseria. 

Esputos sanguinolentos de todos los tipos de los que los medios de comunicación dan cumplida cuenta todos los días con el correspondiente regodeo que la hazaña exige y merece.

Por ejemplo, el ABC nos cuenta que un tal Paco Roncero ha abierto en Madrid un "restaurante del futuro" en el que al comer intervienen todos los sentidos. Eso sí, a mil euros del ala el menú. ¡Toma esputo! Y aunque ustedes no se lo crean, allí a nadie se la chupan ni nada de eso. No, la cosa es mucho más sofisticada. De tipo multisensorial: tú empiezas a comer, un suponer,  un plato de moluscos y, de pronto, "grandes pantallas que bajan del techo, juegos de luces que cambian, sonidos diferentes, aromas, temperaturas… Un sofisticado sistema en el que se han incluido materiales cerámicos avanzados, aluminio de aeronáutica, tecnología de alta precisión e ingeniería derivada de la industria del cine". Luego, por si no has tenido suficiente, hay a tu disposición una oleoteca en la que puedes catar 216 tipos diferentes de aceites de oliva, eso si, todos españoles. No sé, pero así, a bote pronto, se me ocurre que has tenido que nacer muy pobre y haber ascendido, como digo, a las más altas cotas de la miseria para sacar algo en limpio de todo eso, pero no sé, claro, porque cada uno es hijo de sus circunstancias y experiencias y... en fin. 

Pues sí, me decanto por llamarlo lisis, porque todo parece indicar que va para largo, sin horrores ni sudores, y con mucha multisensorialidad por medio. O sea, como de cosa de pobres venidos a menos. De yonkis, por así decirlo, que esos sí que son sensibles. O, por poner otro ejemplo, del viceconsul del Reino Unido en Cuernavaca, que de puro sensible que era no soportaba llevar calcetines aunque las circunstancias le exigiesen vestir frack.  

Bueno, la verdad es que a mí mientras no se hundan los mercados, crisis o lisis me la traen al pairo... pero en algo hay que entretenerse con más o menos acierto. 

sábado, 18 de agosto de 2012

La cultura de los mosquitos




Si todos los ministros del ramo hiciesen igual que el nuestro, el Sr. José Manuel Soria, apañados estaríamos. Ha instado a sus compatriotas a que no hagan turismo fuera de nuestras fronteras porque, argumenta, por ahí es todo más feo, más sucio y, lo que es peor, suele estar lleno de mosquitos. 

Me ha recordado mucho a cuando estaba en Cataluña, no en Barcelona sino en la interior, por la parte de la Segarra, que había una enfebrecida campaña entre la ciudadanía para que se consumiesen sólo productos catalanes. Y en los supermercados había secciones en las que todas las estanterías eran de productos catalanes y si te desviabas de ellas como que eras mal mirado. Era patriotismo en estado puro, es decir, con miopía mórbida, porque si de algo viven los catalanes es de vender productos alimenticios al resto de España. Solo tienen que darse ustedes un vuelta por un supermercado de, por poner un ejemplo, El Barco de Valdeorras, y mirar las etiquetas de lo que allí se vende. Más de la mitad, seguro, viene de las fábricas de Cataluña. Entonces, ¿qué sería de la industria catalana si todas las regiones de España imitasen a Cataluña en la cosa del patriotismo alimentario? 

Sí, lo del Sr. Soria es de miopía mórbida. Y de inteligencia gallinácea. Demagogia para bar de barrio bajo o hermandad de antiguos legionarios. Lugares, en fin, donde la gente los tiene tan bien puestos que no necesita hacer nada especial para subir la autoestima. 

Porque ahí está el punto, y quid de toda cuestión, que en estos tiempos vulgares, ociosos y de enajenante uniformidad la autoestima del respetable, así, a palo seco, suele estar por los suelos. O, por decirlo al modo clásico, cuando se miran en el estanque para nada acaban convertidos en Narcisos. 

Y así fue que, pensando en estos problemas, unos sabios ingleses de los principios del XX descubrieron el gigantesco poder terapéutico que a efectos de autoestima tiene la distancia. De hecho, parangonando a Newton y su ley de la gravedad, sentenciaron que el aumento de la autoestima era directamente proporcional al cuadrado de la distancia recorrida entre el lugar de residencia habitual y la lejanía alcanzada, aplicando, eso sí, una constante correctora en función de la naturaleza no sólo del tamaño de los mosquitos de la zona sino también de los extraños procedimientos que los naturales del lugar emplean para defenderse de sus picaduras. Las cuestiones culturales en definitiva que es lo que al personal más le mola. 

Así que la campaña personal del Sr. Soria no creo que sea ni inteligente ni efectiva ni nada de nada. Parecerá que le han hecho caso aquellos a los que ahorca la fuerza de su precariedad. Pero el resto, cuando más lejos mejor, porque hasta el más iletrado sabe que nada como conocer "nuevas y extrañas culturas" para restaurarse y volver a casa como nuevo.

Y es que reconocerán conmigo que donde esté "la cosa de la cultura", que se quite todo lo demás. Y el Sr. Ministro sin enterarse. 



jueves, 16 de agosto de 2012

Avanzar al pasado



Avanzar al pasado: la sanidad como mercancía. Y después, como para abrir boca: "El real decreto de abril del Gobierno del PP es una contrarreforma que nos lleva tres décadas atrás."

Así es el título y el comienzo de la tribuna de opinión del diario independiente de la mañana de hoy. Lo firman una "colla" de catalanes que imparten docencia en la Universidad Pompeu Fabra. 

Ya saben, catalanes y de izquierdas, el no va más del análisis criptomarxista. Ciencia de sacristía para que nos entendamos. Estos ricos no tienen corazón y quieren hacer negocio con lo que sea, incluso con la salud de la gente. ¡A donde vamos a llegar, por los clavos de Jesús! 

Pues les voy a contar, por el querer de los dioses, o de mi mala cabeza, me vi en la tesitura de tener que trabajar varios años en el sistema catalán de salud pública y, entre las lecciones que extraje de tan fatigosa experiencia, la primera y más sobresaliente fue sin duda que difícilmente es posible que un sistema se sostenga manteniendo semejantes niveles de corrupción. Porcentajes por medicamento recetado. Porcentajes por todo tipo de pruebas especiales manifiestamente innecesarias desviadas a la medicina privada. Viajes y regalos de todo tipo por parte de los laboratorios. En fin, lo que todo el mundo sabe menos, al parecer, los criptomarxistas catalanes de la Pompeu Fabra. 

Bien, pues el sistema al fin se hundió y, por cierto, no fue entre otras causas menores por la mayor de la corrupción de los médicos catalanes, no, fue por las políticas de los del PP que no quieren sino poner en bandeja a sus amigos naturales, los capitalistas de chaqué, puro y sombrero de copa, el pastel de la sanidad. 

Y así corre el mundo y no es que con ello quiera decir que los médicos sólo se corrompen en Cataluña, ni mucho menos,  pero les puedo asegurar que la rara habilidad para el choriceo de los de allí no la he visto en parte alguna. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

Ali ben Ymete



A mí todas estas estrategias que se traen entre manos los moros con la estúpida ilusión de que sus mujeres no les pongan los cuernos  no me cogen en absoluto de nuevas. Al fin y al cabo no otra cosa es lo que intentaban los cristianos de aquí cuando yo era niño. Don Emilio subía al púlpito y tronaba contra la libertad de costumbres que creía percibir, con muy buen criterio por cierto, entre la menguada clase pudiente del pueblo. Él abogaba, como los moros de ahora, porque la mujer fuese el complemento natural del hombre. Sin duda en el seminario le habían enseñado que una cosa cualquiera, un color por ejemplo, y su complementario, da como resultado algo neutro. ¿Y qué hay en mundo más manejable que lo neutro? 

El caso es que esos putos moros de la parte de Túnez se olvidan de donde vienen. El miedo a los cuernos es más fuerte que las piedras que les rodean por todos los lados para resfrescarles la memoria. Porque quieran o no quieran son los herederos de la Reina Dido, ejemplo donde los haya de mujer con un par. 

En resumidas cuentas, que los moros de Túnez han hecho su revolución más que nada para meter a las mujeres en cintura. Ahora, han pensado, redactamos una constitución en la que se deja meridianamente claro que la mujer es, como quería Don Emilio por aquel entonces, complemento natural del hombre. Y ya está. Todo solucionado. Nunca más nos volverán a poner los cuernos. 

Y un jamón con tres chorreras, han dicho ellas. Y se han tirado a la calle y no ha habido televisión del mundo que no las haya mostrado en sus noticiarios. Que las mujeres tunecinas no quieren ser complementarias ha sido propalado a los cuatro vientos. Y había que verlas. A esas no las para ni Alá ni Ali ben Ymete.  ¡Complementarias, ya te digo! Habrá que ver quién es aquí el complemento. Esos pobres desgraciados. 

No sé, pero o mucho me equivoco o a Alá le quedan muy pocos telediarios. Los mismos que le quedaban a Dios cuando D. Emilio subía al púlpito a tronar.  


martes, 14 de agosto de 2012

A guide to John Cage´s music



Cuando lo de María Castaña yo me hacía el estudiante en Madrid. Concretamente el tipo de estudiante tirando a culto que era una forma de sentirse mejor que los demás, o sea, la inmensa mayoría que se cultivaba leyendo "Marca". El caso es que había muchas cosas para ver y escuchar a precios muy asequibles, cuando no gratis, en aquel Madrid de los comienzos del desarrollismo. Estaban, por ejemplo, los conciertos de la naciente orquesta de Radio y Televisión Española que bajo la batuta de Igor Markievich tenían lugar todas las semanas en el Teatro Español. No me perdía ni uno. Iban allí muchos estudiantes de música que con partitura en mano denunciaban con escándalo las al parecer frecuentes pifias de la orquesta. A mi aquello me sorprendía y me encantaba. Y lamentaba profundamente ser tan cateto. Porque no me enteraba de nada. Todo me parecía de perlas y disfrutaba por escuchar en vivo lo que me sabía de memoria de tanto escucharlo en el tocadiscos. 

Como es natural, donde hay ambientes cultos no puede dejar de haber ambientes cultísimos. Para minorías muy minoritarias que se solían dar cita en los conciertos que a la sazón tenían lugar en el Instituto Alemán sito en la Plaza de Ortega y Gasset, justo al lado de Ca la Juli donde me hospedaba. Una vez me dejé caer por allí y no entendí nada, así que me rajé. Mucho después comprendí que lo que allí se había estado cociendo era de Schoenberg hacia adelante. Tan hacia delante que un día hubo allí una sesión cuyos ecos me llegaron en forma de anonadamiento. Por lo visto, había llegado un tipo, se había sentado frente al piano, había abierto y cerrado la tapa tres veces a la vez que miraba un reloj que sacaba del bolsillo del chaleco. Pasados cuatro minutos y treinta y tres segundos se había levantado y largado de la sala. Se trataba sin duda de la composición 4´ 33´´ de John Cage, una especie de linea divisoria entre el antes y el después de la forma de ser culto. Como el urinario de Duchamp o algo por el estilo. Por así decirlo, en plan para minorías, "una abominación de la sedimentación simbólica en las obras artísticas como consecuencia del paso del tiempo y una exaltación de lo coyuntural, lo fugaz y lo contemporáneo. Una "abominación de la sedimentación simbólica" es, para los que no lo hayan entendido, aquello que tanta gracia le hacía al gran Alberto Pico cuando describía como las Inmaculadas de Murillo ya sólo servían para decorar las tapas de las cajas de dulce de membrillo. 

En estas y otras cosas por el estilo di en pensar tras leer "A guide to John Cage´s music", un artículo aparecido en The Gaurdian que recomiendo muy vivamente a los que quieran abandonar la trillada senda de la sedimentación simbólica y comenzar a explorar por entre la vulgaridad y la nada de lo cotidiano que, si bien se sabe mirar, está llena de cosas que son como per lloguer cadires.

domingo, 12 de agosto de 2012

No todo está perdido



Quizá ayer me pasé de las raya con mis críticas al Sr. Sánchez Gordillo. Hoy, después de una tormentosa noche dándole vueltas al asunto, quiero pedir perdón por la vulgaridad de mi juicio y romper una lanza a favor del mentado.

Todo el que esté al tanto de los mecanismos por los que el ser humano se defiende de las agresiones medioambientales, sabe de sobra hasta que punto están desamparados esos niños que, como vulgarmente se dice, han sido criados entre algodones por padres neuróticos. Sí, por esos padres que so capa de responsabilidad esconden un egoísmo feroz que sacrifica el normal desarrollo de los niños a un no querer que les den problemas. Bueno, ya saben lo que pasa con esos chavales cuando después, por imperativos de la vida, entran en contacto con el mundanal ruido, que pillan todo lo habido y por haber con tal de que sea pernicioso. Por así decirlo, un sistema inmunitario insuficientemente desarrollado les coloca a merced de todo tipo de alimañas. 

Bien, pues valga lo dicho como metáfora del cuerpo social, ese que las autoridades miman y distraen hasta la náusea para que se mantenga dócil. Le cuidan la salud, la educación y, sobre todo, le amenizan los ocios con todo tipo de mariconadas. No le dejan un minuto a su propia bola no vaya a ser que se ponga a pensar y se le desmande. Y así ha sido que hayamos venido a dar en esta especie de inmunodeficiencia cívica y social que no deja otra alternativa a los problemas que la de desculpabilizarse señalando a los culpables. 

Y es por toda esta teoría que les vengo exponiendo por la que empiezo a creer que las balandronadas del Sr. Sánchez Gordillo pueden servir de ayuda al desarrollo de un sistema inmunitario social potente. Lo mismo que la codicia de los especuladores ayuda a descubrir las fallas del sistema económico. O la brutalidad de los cazurros denuncia el amaneramiento castrador de la educación pequeñoburguesa... a tal efecto, he leído una noticia en la prensa local que me ha conmovido profundamente. Un grupo de jóvenes del municipio de Soba ha decidido poner la guinda a las celebraciones veraniegas con el apedreamiento de un campamento de scouts que había por allí. "No tiréis que hay muchos niños", gritaban los monitores aterrorizados. "Pues que salgan lo niños para que les podamos dar mejor", contestaron los mozos ebrios de dicha. 

En fin, que a D. G., siempre habrá Srs. Sánchez Gordillo, especuladores, y mozos cazurros en Soba para que no todo esté perdido. A efectos inmunitarios me refiero. 

sábado, 11 de agosto de 2012

Las nieves del Kilimanjaro



Qué haría usted si le pusiesen un megáfono en las manos. Seguramente lo mismo que lo que hace un pulpo en un garaje. Sin embargo, se lo ponen al Sr. Sánchez Gordillo y es lo mismo que si a Rafa Nadal le ponen una raqueta. O por decirlo con metáfora que tanto nos gustaba en el Valladolid de los 60, que si a Mademoiselle  Croisant le ponen un microscopio electrónico, que va y lo maneja con rara habilidad. 

Ayer por la tarde me empujaron a ir al cine y al final cedí. Total, me dije, una tarde calurosa de verano que, estés donde estés, nunca escapas al disconfort, así que, qué más da. Se trataba de una película francesa de un director de esos que se decantan por lo que se conoce como "social". Bastante pestiñazo por cierto, con overdose de sentimentalismo barato y unos cuantos tricks tirando a carajoneros para encajar las piezas. Por así decirlo, era un prodigio de previsibilidad. Resumiendo, si hubiese sido por decisión propia ni ciego de grifa hubiese ido a verla, pero ya que fui ¿por qué no sacarle alguna punta? Porque, ni hay algo que no la tenga, ni nada que no se pueda relacionar con otros asuntos de la realidad que sí que la tienen. 

Los película trataba de unos sindicalistas buenísima gente a los que la realidad golpea con brutalidad. Y no por nada, sino porque al director, un tal Guédiguian, le ha parecido, con correctísimo criterio a mi juicio, que la única manera de que las dos neuronas de un sindicalista buenísima gente se pongan a funcionar es si recibe un golpe brutal que le descalabre la vida. Sólo así se consigue lo que podríamos denominar el ¡eureka! de un sindicalista buenísima gente: ¿en qué he podido equivocarme para que las cosas hayan salido tan mal? Y al final, ¡sí, soy un burgués! ¿Y qué?  Y no está nada mal esto de tomarse un par de copas de vez en cuando. Y la familia, en su sitio. Y no necesito ir a ver las nieves del Kilianjaro porque lo que yo quiero es estar bien, aquí, donde estoy. Y todas esas cosas que vienen aparejadas al atrevimiento de reconocerse individuo... entre las cuales, y valga la paradoja, está la no menor de empezar a ser generoso, pero de verdad. 

Bien, pues después de ver la película y echar una mirada a la realidad, atando cabos, se me ha ocurrido pensar que, quizá, si al Sr. Sánchez Gordillo le diesen unas buenas patadas en el culo, metafóricamente hablando, claro... aunque no sé, porque le veo muy crecido. Quizá, a lo mejó, amputándole el megáfono...     

viernes, 10 de agosto de 2012

El dinosaurio dormido



¡Silencio, que duermen!

La verdad, puestos a elegir, prefiero que se muera un Papa a que haya Juegos Olímpicos. Me estoy refiriendo a efectos televisivos que son en definitiva los que marcan la realidad más real, es decir la realidad simbólica que parece ser la única que puede soportar el personal por aquello de que con ella es fácil hacer de un sayo una capa. 

El caso es que estos días, como antaño cuando se moría un Papa, o llegaba la Semana Santa, y no digamos ya cuando se murió Franco, la televisión es un verdadero asco con la cosa de los Juegos Olímpicos. Venga y dale al patriotismo de cartonpiedra por un quítame allá esa medalla. La verdad, no creo que alguien con dos neuronas en su sitio pueda contemplar eso tres minutos seguidos sin ponerse a vomitar. Por cierto que ayer estaban pasando un reportaje en la CNN sobre como  preparan los chinos desde la más tierna infancia a los futuros triunfadores. Eso sí que tenía miga, porque nos daba una idea de lo que nos puede pasar si esa gente se hace con el dominio del mundo. 

Pero a lo que iba, ¿es que lo que realmente está pasando estos días son esos dichosos juegos olímpicos? Sí, claro, ciertamente están teniendo lugar en una ciudad llamada Londres. De hecho cada cuatro años montan el tinglado en una ciudad diferente. Una especie de titiriteros ambulantes cuya única gracia consiste en tirar el pedo más alto que el culo... o sea, el simbolismo que más le gusta al respetable porque, probablemente, es el único que comprende. Cosas sin la menor enjundia. Obviedades a la carta. ¿Hay quien dé más para hurtarse a la realidad? 

¡Leches! Y cuando despertó el dinosaurio se encontró con que le habían bajado el sueldo un cincuenta por ciento. ¡Toma ya realidad!

miércoles, 8 de agosto de 2012

Rosencrantz and Guildenstern are dead.



"They are not near my conscience; their defeat / Does by their own insinuation grow".

Rosencrantz y Guildenstern han ido a visitar al rey y le han dicho que le diga a Rajoy que convoque un referéndum sobre los recortes. No me digan que no es genial. Como dirían en mi pueblo: seguro que se han quedado calvos por detrás de las orejas. 

Rosencrantz y Guildenstern lo tienen claro: ellos con el pueblo llano y la juerga que la sigan pagando los ricos. Porque ellos, que van mucho de alterne por Madrid, han podido comprobar que sigue habiendo muchos ricos. Y así es que cuando llegan por la noche a casa, por muy cansados que estén, cogen, agarran un rollo de lienzo, lo despliegan y pintan en él con grandes letras: "Rectificación Ya". Luego, llaman a sus amigos y les pasan el dato: mañana a las doce en la Castellana, frente al Ministerio de los Mercados, que en este caso es el que hace de Hamlet. O sea, al que hay que liquidar. 

Por así decirlo ellos siguen jugando su papel ajenos al destino que ya tienen marcado. Y es que el de los Mercados se adelantó a visitar al rey para decirle que, una de dos, o yo o Rosencrantz y Guildenstern. Tú escoges. Y la decisión, obviously, ya ha sido tomada. Ni siquiera merece comentario. 

"Their defeat / Does by their own insinuation grow". Nada como dejar a los necios largar para acelerar su derrota. Así, el autodenominado "periódico independiente de la mañana" va y pare en su primera página: "Rechace en bloque "al peaje sanitario" del gobierno a los sin papeles." ¿No hubiese sido más correcto escribir: rechace en bloque de mis correligionarios al "peaje, etc., etc.? Porque me dejo cortar un huevo y la yema del otro a que esa medida es una de las que estaban esperando como agua de mayo millones y millones de españoles. Y luego viene un consejero vasco que además es socialista, o sea, miel sobre hojuelas, y dice: "es un desmantelamiento controlado del sistema". Pues, claro hombre, porque ¿qué otra cosa se te ocurre que podamos hacer?  

Y  todo así, luego cabalgamos. Y la bolsa, la madre de todos los baremos, sube mientras asistimos a los funerales de Rosencrantz y Guildenstern.  

martes, 7 de agosto de 2012

La isla desierta



Me habían dicho que no había raíz cuadrada de números negativos y entonces descubrí i y los números complejos. Me habían dicho que no había logaritmos de números negativos y entonces di con la Identidad de Euler. Y, así, como una cosa lleva a otra, por querer encontrar el intríngulis de la citada Identidad, fui y me topé con las Series de Taylor. Y en ello estoy por el momento y con no pocos quebraderos de cabeza. Sarna a gusto que le dicen. 

Cuando Robinson Crusoe llega a su isla desierta es una persona normal o, por mejor decirlo, del montón. Está acostumbrado a comer, beber, vestirse, trasladarse y todas esas cosas que hacemos los humanos en la más absoluta inocencia de lo que en realidad suponen, o han supuesto, de esfuerzo civilizatorio, si es que así se puede decir. Y ahí está el dato y la gran ventaja de ser arrojado a una isla desierta, que por definición o, si mejor quieren, necesidad, estás obligado a perder la inocencia y tomar conciencia de la gran complejidad que se esconde detrás de las pequeñas cosas que utilizamos e ingerimos cotidianamente y las grandes dificultades que se hubieron de superar para que así pueda ser. Y por eso es que, ya, una vez en posesión de esa conciencia, truecas quejas en gracias a los dioses por todo lo que te es concedido al margen de su calidad y cantidad. Por así decirlo, ¡a tomar pol saco las pequeñas preferencias! 

Pues sí, la isla desierta devuelve a Robinson a unos orígenes muy especiales. Porque no tiene de nada de todas esas cosas que no sólo sabe que existen sino que, también, estaba habituado a utilizar como la cosa más natural del mundo. ¡Qué desgracia! Y, también, qué gran oportunidad. El inmenso placer de redescubrir la civilización. El pan, por ejemplo, ¿cuantas barreras a superar desde que encuentra una espiga de trigo nacida por casualidad? El estofado, otra necesidad que exige millones de experimentos previos antes de conseguir un material moldeable y que resista el fuego. Y así, todas y cada una de las cosas que desea, porque en la isla desierta nada cae del cielo. 

Descubrir. El mundo es una isla desierta que esconde un inmenso misterio cuyo desentrañamiento nos brinda una inagotable fuente de placer. Aunque, a veces, en mitad de ese proceso nos encontramos con la huella de un pie que nos llena de terror. Hasta que descubrimos cual es su origen y que también de ello podemos extraer beneficio si sabemos ser sabios. 

La isla desierta. ¡Qué gran paradoja! 




lunes, 6 de agosto de 2012

Curiosity




Cómo demonios fue posible que Kepler descubriese no sólo que la órbita de un planeta alrededor del sol es una elipse con el sol en uno de sus focos sino, también, que la línea que une el planeta con el sol barre áreas iguales en tiempos iguales e, incluso más, que el cuadrado del periodo del planeta es proporcional al cubo de su semieje mayor. 


Y eso por no hablar de Newton que entre otras múltiples lindezas nos dejó una Ley de la Gravitación Universal que afirma sin que nadie haya podido desmentirlo hasta el presente que: todo objeto en el universo atrae a cualquier otro objeto con una fuerza en dirección de la línea de los centros de los dos objetos, que es proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. 


Ya, muchos años antes, un tal Tales de Mileto había sorprendido a sus vecinos al predecir un eclipse. Se decía que eran brujerías que había aprendido en sus viajes por la Mesopotamia. Y unos cuantos años después un tal Eratóstenes, allá, en Egipto, se las apañó, echando mano de senos y cosenos, para tomarle las medidas al planeta Tierra.   


Así, entre unas cosas y otras traídas al conocimiento universal por mentes privilegiadas, ha podido ser que los americanos de la NASA se las hayan apañado para depositar sano y salvo esta mañana un artilugio explorador en el planeta Marte. Una hazaña donde las haya, desde luego, de  las que hacen pensar que hay algo como de sobrenatural en el ser humano, en algunos seres humanos. Una a modo de iluminación divina o algo por el estilo. Aunque luego, una vez aterrizado el entusiasmo, comprendas que sólo se trata del esfuerzo y constancia de mentes indudablemente privilegiadas. 


El caso es que para regocijo de algunos, entre los que me encuentro, estos hitos de la humanidad es imposible minusvalorarlos. Y así ha sido que todos los medios de comunicación se han visto obligados a relegar a muy segundos planos los plastíferos alardes olímpicos. Ni siquiera pariendo las más insignes chorradas consiguen resaltarlos. "Bolt, más rápido que el tiempo", dice uno de ellos. ¡Qué gilipollez! Siempre hay un tipo que corre más rápido que los otros. Por la misma razón que otro tira los pedos más sonoros. Un accidente de la naturaleza y nada más. Por el querer de los dioses, si es que quieres echarle un poco de poesía al asunto. Pero llegar a Marte y no estrellarse, eso sí que no es un accidente, es un hito en el camino del triunfo del ser humano sobre la naturaleza. Y un mal día para los amantes de "lo natural". ¡Qué le vamos a hacer!