sábado, 11 de agosto de 2012

Las nieves del Kilimanjaro



Qué haría usted si le pusiesen un megáfono en las manos. Seguramente lo mismo que lo que hace un pulpo en un garaje. Sin embargo, se lo ponen al Sr. Sánchez Gordillo y es lo mismo que si a Rafa Nadal le ponen una raqueta. O por decirlo con metáfora que tanto nos gustaba en el Valladolid de los 60, que si a Mademoiselle  Croisant le ponen un microscopio electrónico, que va y lo maneja con rara habilidad. 

Ayer por la tarde me empujaron a ir al cine y al final cedí. Total, me dije, una tarde calurosa de verano que, estés donde estés, nunca escapas al disconfort, así que, qué más da. Se trataba de una película francesa de un director de esos que se decantan por lo que se conoce como "social". Bastante pestiñazo por cierto, con overdose de sentimentalismo barato y unos cuantos tricks tirando a carajoneros para encajar las piezas. Por así decirlo, era un prodigio de previsibilidad. Resumiendo, si hubiese sido por decisión propia ni ciego de grifa hubiese ido a verla, pero ya que fui ¿por qué no sacarle alguna punta? Porque, ni hay algo que no la tenga, ni nada que no se pueda relacionar con otros asuntos de la realidad que sí que la tienen. 

Los película trataba de unos sindicalistas buenísima gente a los que la realidad golpea con brutalidad. Y no por nada, sino porque al director, un tal Guédiguian, le ha parecido, con correctísimo criterio a mi juicio, que la única manera de que las dos neuronas de un sindicalista buenísima gente se pongan a funcionar es si recibe un golpe brutal que le descalabre la vida. Sólo así se consigue lo que podríamos denominar el ¡eureka! de un sindicalista buenísima gente: ¿en qué he podido equivocarme para que las cosas hayan salido tan mal? Y al final, ¡sí, soy un burgués! ¿Y qué?  Y no está nada mal esto de tomarse un par de copas de vez en cuando. Y la familia, en su sitio. Y no necesito ir a ver las nieves del Kilianjaro porque lo que yo quiero es estar bien, aquí, donde estoy. Y todas esas cosas que vienen aparejadas al atrevimiento de reconocerse individuo... entre las cuales, y valga la paradoja, está la no menor de empezar a ser generoso, pero de verdad. 

Bien, pues después de ver la película y echar una mirada a la realidad, atando cabos, se me ha ocurrido pensar que, quizá, si al Sr. Sánchez Gordillo le diesen unas buenas patadas en el culo, metafóricamente hablando, claro... aunque no sé, porque le veo muy crecido. Quizá, a lo mejó, amputándole el megáfono...     

2 comentarios:

  1. Recuerdo la primera vez que vi a ese hombre en un Informe Semanal hará treinta años. Daba homilías de dos o tres horas sin pestañear y sin que la gente se levantar para ir al retrete. Igual que el tío Fidel.

    Hace unos días oía que España era uno de los países de la UE en el que los ciudadanos sabían menos de ciencia. Y de historia, me imagino, porque si no no se entiende que este individuo tenga un mínimo de simpatizantes después de que todos sabemos cómo acabaron las cosas en Rusia, por ejemplo, cuando ganaron los buenos como este señor. Recuerdo una entrevista en la BBC de un catedrático del LSE de origen ruso. Contaba el terror de sus padres cuando él era niño. Cada vez que llamaban a la puerta les daba un vuelco al corazón porque podía ser el último día de su vida. Decía que, en comparación con aquello, la existencia de hoy en día en Inglaterra era el paraíso. Y que le parecía alucinante que esas cosas no estuvieran presentes todos los días en la enseñanza de las escuelas, por ejemplo.

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  2. No, si razones para que ese tipo de gente no existiese las hay a patadas, pero ya sabes que la razón está reñida con el sentimiento de disculpa. Nada, creo, consuela tanto a los desgraciados como señalar a los supuestos culpables de sus desgracias. Conseguido el objetivo ya pueden ir a saquear Mercadona y luego a dormir con la conciencia tranquila. Es ley de vida que convendría combatir.

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