domingo, 28 de octubre de 2012

Fashion¡



Hay pocas cosas que me regocijen más que la llegada de eso que la mayoría de la gente llama mal tiempo. Llueve, el viento corta como un cuchillo, incluso, si los dioses se ponen estupendos van y nos mandan una nevada. Y entonces, en casa, con su salón caldeado, sus sofás, su pantalla de plasma, es el paraíso. Anoche, sin ir más lejos, llegué de dar un paseo por las calles desiertas, me senté en el sofá, le dí al mando y apareció en pantalla FASHION¡, en la cadena ARTE, una hora colgado, sin casi respiración, tratando de comprender algo de ese enigma que es para mí el mundo de la que dicen "alta costura".

Robert Altman trató de aportarnos alguna luz sobre el tema en "Prêt-à-Porter", pero aparte de que sus glamourosos personajes se pasan toda la película pisando las caquitas de sus caniches, lo cual, huelga decirlo, me hacía macha gracia, no encontré nada digno de mención aparte del tedio como impresión general. La alta costura, sus desfiles, sus mariconadas sin límite, su extravagancia, su monotonía, su sorprendente capacidad para colarse en los informativos de todas las televisiones del mundo... bueno en Cubavisión, no sé.

De entrada,  anoche pude hacer unas cuantas constataciones que tienen poca vuelta de hoja. Uno, lo de adornarse con plumas exóticas para distinguirse es quizá la pulsión más arraigada, por animal, de todas las que condicionan la conducta humana. Dos, las plumas exóticas son muy raras y por tanto muy caras, es decir, son un lujo. Tres, la industria del lujo es un filón de riqueza inextinguible porque es la que da  a la gente la posibilidad de sobresalir entre sus semejantes sin haberse esforzado lo más mínimo en adquirir méritos para ello. Cuatro, el lujo, por ser el más eficaz sustituto del mérito, es el signo más incontestable de la decadencia. Cinco, Francia  es líder indiscutible de la industria del lujo y por ello, quizá, también, el más acabado modelo de decadencia de lo que se ha dado en llamar civilización occidental, o sea, para que nos entendamos, delirios socialdemócratas, la chusma al poder. 

Luego, todos esos desfiles rimbombantes y demás, los spots publicitarios que necesita toda industria. Sí, creo que empecé a desentrañar ese enigma y quizá por eso, ahora, como a Edipo, me dejarán entrar en la ciudad, a su milla de oro, para que renueve mi armario y pueda de una vez por todas exhibir mis muchos méritos ante el respetable.  



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