martes, 17 de abril de 2012

Un agasajo postinero




Salir de los túneles de Guadarrama y ver en lontananza las torres de Chamartín es algo que me levanta el espíritu. Sí, no me importa confesarlo, venir a Madrid es de las cosas que me animan a seguir viviendo. Claro, no puedo saber lo que vendría a pensar después de seis meses de continua estancia aquí, pero me atrevo a aventurarlo: seguiría en la onda.


Llegué puntual, tome el metro y al poco ya estaba en la pensión. Angelines me recibió como si me conociese de toda la vida. Y cuando vio mi carné se puso como unas castañuelas porque resulta que ella también nació un siete de julio, pero del sesenta, me remarcó varias veces como dando a entender que era demasiada la diferencia de edad como para que me hiciese ilusiones. Fuese la coincidencia citada o su natural simpatía, el caso es que nos estuvimos poniendo al corriente sobre las parte menos comprometidas de nuestras biografías. Ella es del Aliste, de un pueblo cerca de Alcañiz. Y bueno, cosas así que no hacen ahora al caso, si no es para señalar lo fácil que es pegar la hebra con cualquiera en esta ciudad sin propietarios de toda la vida.


Encontré a la familia en forma. Sin duda somos de una estirpe de conversadores natos. Siempre se nos van las horas sin que decaiga el interés. Estamos en el mundo, seguimos sus devaneos y nos gusta desmenuzarlos. Eran ya las diez o así cuando me despedí con el ánimo bien dispuesto para ir por ahí a echar una ojeada. De entrada me metí en un Vips y pedí una hamburguesa. Ni que decir tiene que estaba deliciosa. Y, mientras la engullía, observaba al personal y escuchaba conversaciones. Todo el mundo parecía ajeno a la matraca que daban las pantallas con lo de Argentina y Repsol. Los chicos de al lado con sus ipads a mano lo mismo hablaban de California que de Bali que de los bonos a diez años que del equipo de fútbol en que al parecer jugaban. El camarero cubano me trató como para que volviese al día siguiente. Ambiente cool y medianamente distinguido, en definitiva.


Después de embaular una hamburguesa, aunque fuese la más pequeña de las que ofrecían, no era cosa de meterse en la cama, así que tiré Princesa abajo a la búsqueda de sensaciones. No había caminado mucho cuando se me acercó un señor medio enano, y víctima a todas luces del síndrome de Froelich, y me alargo un pasquín:


MOUSTACHE´S 

Disfrute tomando una copa, 

servida por las más bellas señoritas. 

Ambiente selecto


Para otro día que esté menos cansado me dije y seguí hacia delante. Apenas había gente por la calle. Y muy poco tráfico. Quizá fuese por ser lunes, pero también por lo que ya saben. A mí izquierda la masa arbórea del palacio de Liria parecía fantasmal. Llegué a la Plaza de España y me paré a contemplar. La vista que desde allí se tiene de la Gran Vía es grandiosa. Y mucho más ahora que los edificios no están iluminados artificialmente. Tuve la sensación de haber vuelto a mis mocedades, cuando estudiante, que recorría incesante todos esos escenarios con el afán secreto de desasnarme. En fin, hubiese tirado Gran Vía arriba y luego sabe Dios donde, pero la biología no engaña y ya hacía rato que me estaba pidiendo prudencia. Decidí retirarme.


Sí, hay algo ahora en el ambiente de esta ciudad que me recuerda a los años sesenta. Aunque quizá sólo sea una primera impresión. Y al fin y al cabo, ya digo, ayer era lunes.

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