miércoles, 22 de febrero de 2012

La muerte de lo muerto es la vida



En aquellos lejanos ochenta del siglo pasado andaba yo por Barcelona dedicado más que nada a tratar de aprender algunas cosas. Tertulieaba mucho y no con gente cualquiera por lo general. Y el caso es que, a la mayoría de aquella gente esclarecida, la sola mención  de Ortega parecía levantarles ampollas en el culo. De padre del fascismo español para arriba, todo era poco para intentar denigrarle. Luego, claro, con el tiempo, hilando unas cosas con otras, ya supe a ciencia cierta de donde venía aquella estúpida inquina. Espanya, Madrit, las balanzas fiscales y toda esa fantasía moruna. 


Yo, desde luego, en absoluto me arredré y continué leyendo a Ortega con tanto o más entusiasmo que el que ponía en leer a Shakespeare, otra de mis adquisiciones de aquellos tiempos. Y así ha sido que tanto uno como otro hayan pasado a ser piezas fundamentales de mi infraestructura mental. Siempre les tengo a mano porque cada dos por tres se me antoja consultarles. 


El caso es que andaba ojeando, u hojeando, que no sé, " Meditaciones del Quijote". Y, de pronto, me topo con esto:


"... Dice Kant que los turcos cuando viajan suelen caracterizar a los países según su vicio genuino, y que, usado de esta manera, el compondría la tabla siguiente: 1º Tierra de las modas (Francia). 2º Tierra del mal humor (Inglaterra). 3º Tierra de los antepasados (España).  4º Tierra de la ostentación (Italia). 5º Tierra de los títulos (Alemania). 6º Tierra de los señores (Polonia). 


¡Tierra de los antepasados...! Por lo tanto no nuestra, no libre propiedad de los españoles actuales. Los que antes pasaron siguen gobernándonos y forman una oligarquía de la muerte que nos oprime. <<Sábelo -dice el criado de las Coéforas [886]-, los muertos matan a los vivos.>>


Esta influencia del pasado sobre nuestra raza es una cuestión de las más delicadas. A través de ella descubrimos la mecánica psicológica del reaccionarismo español. Y no me refiero al político, que es sólo una manifestación, la menos honda y significativa, de la general constitución reaccionaria de nuestro espíritu...


Toléreseme, a beneficio de concisión, una fórmula paradójica: la muerte de lo muerto es la vida..." 


Me ha parecido de cierta oportunidad traer a colación estas reflexiones orteguianas a propósito de un chiste, o lo que sea, con el que me topé en mi sobrevuelo diario por los medios de comunicación. "No se puede juzgar al franquismo mientras siga vivo y seguirá vivo mientras no se le pueda juzgar." Bueno, supongo que el autor se habrá quedado calvo por detrás de las orejas después de parir tan ingeniosa paradoja. ¿Y quién se tendría que encargar de juzgar el franquismo? ¿Y con qué leyes? ¿Las de hoy o las que había cuando se cometieron los actos supuestamente judiciables? ¿Y en quienes se sustancia en la actualidad el franquismo? A lo mejor el ingenioso autor del chiste está pensando en su jefe Jose Luis, que ese sí que bebió a los pechos del franquismo y con no poco provecho. 


En fin, yo me apunto a lo de Ortega: la muerte de lo muerto es la vida. Y lo del chiste de marras: mercancía averiada para hemipléjicos morales. Y la historia para los historiadores.


P. D.- Bastante esclarecedor al respecto podrían resultar los seminarios que organizaba para sus alumnos el profesor Bruno Ganz en la película "El Lector". 

2 comentarios:

  1. Ya sabes que no estoy de acuerdo contigo: memoria histórica for ever, pero a lo bien y empezando por juzgar al imperialismo romano. Y si los italianos protestan, caña con ellos...

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  2. Ya, porque fijate lo que podríamos ser ahora si no hubiesen metido aquí las narices los romanos. Podríamos seguir tan lindamente encaramados en los árboles o guarecidos en la cuevas pintando bisontes.

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