sábado, 5 de noviembre de 2011

The Swerve

Siempre he detestado de todo corazón a los que limitan su experiencia a lo más cercano, a lo particular. . Como diría Shopenhauer, son los que ponen el conocimiento al servicio de su voluntad. Es decir, como los animales, sólo tratan de aprender lo que les sirve de inmediato para satisfacer sus deseos. Es primario, animalesco y todo lo asqueroso que quieran, pero sería torpe no reconocer lo efectivo del procedimiento. No hay más que mirar alrededor. Por todas las partes mandan gentes que mueven el rabo tan pronto oyen palabras como Corocota, El Pilos o tonterías por el estilo. Y es que, claro, ¿qué cosa hay que le guste más al pueblo llano que ver a un perrito moviendo el rabo? ¡Es tan entrañable!

En fin, me podría extender en el tema todo lo que me diese la gana porque lo tengo muy pulido, pero no es esa mi intención para esta entrada. De lo que quiero tratar es exactamente de lo contrario, de la ampliación de la experiencia hasta los confines de lo general. Una pasión por conocer liberada de la tiranía de la voluntad. Saber por saber, para entender la forma de manifestarse que tiene el mundo. Un placer nada desdeñable. Y ahí termina su utilidad. No hay rabito para seducir al populacho.

Siendo así que, aún a sabiendas de su escasa utilidad práctica, mis preferencias se decantan sin paliativos hacia el conocimiento en general, no es de extrañar que lo primero que haga cuando estreno casa es llamar al instalador de antenas para que me coloque una parabólica dirigida al ASTRA. Quizá les parezca excentricidad, pero no saben el alivio que me supone y las alegrías que me da. Alivio, porque, así, ni por error veo una cadena ombliguista. Alegrías, porque se suelen ver cosas de mucha consideración.

Y así fue anoche, que en BlombergTV pude ver a Charlie Rose entrevistando a un tal Stephen Greenblatt. Stephen Greenblatt es un profesor de historia de Harvard que acaba de publicar un libro sobre la vida de Lucrecio. "The Swerve: How the World Became Modern". Swerve viene a querer decir algo así como virage brusco. O sea, el que pegó el mundo cuando un tipo llamado Poggio Bracciolini, allá por el año 1417, echo la vista encima de un manuscrito que había en un monasterio alemán y decidió copiarlo. El manuscrito no era otra cosa que el De rerum natura de Lucrecio, un texto que por diversas causas de fácil comprensión había permanecido en el olvido mil años o así.

Las causas de fácil comprensión a que les hacía alusión no eran otras que el pretender Lucrecio derrocar el monstruo de la religión por medio de las leyes científicas que explican lo que puede y no puede producirse. Doctrina, ésta, que está muy lejos de ser impía ya que ha sido precisamente la religión la principal causa de los mayores crímenes y horrores de la historia. Luego está el miedo a la muerte confundido con las penas de ultratumba que es el origen de los errores y creencias alimentados por mitos y ensueños. Contra ese miedo se levantará la explicación racional: los mecanismos de los astros; los de las almas y sus fantasías.

Bueno, no es preciso seguir para que se comprenda que ese era el mensaje que estaba esperando recibir mucha gente en aquellos tiempos del incipiente Renacimiento. Lo que pensaban, pero no se atrevían a decir por miedo a los guardianes del templo. La historia de siempre en definitiva. No termina de acabarse una era que ya no funciona y las cabezas pensantes están al acecho de los nuevos signos que son el preludio de lo que se ha dado en llamar nuevo paradigma. Aire fresco para mejor entendernos. Y así fue que el libro de Lucrecio empezó a iluminar las mejores mentes de la época. Y a algunas las iluminó tanto que los guardianes no pudieron soportar los destellos y las decapitaron. Ya digo, la misma historia de siempre.

En fin, en estos tiempos, quizá también de incipiente Renacimiento, estamos atentos a la llegada de los Lucrecios de turno que vienen a denunciar el montón de supercherías que nos impiden respirar a pleno pulmón. Y claro, por lo menos en mi caso, el ASTRA es la mejor atalaya para abarcar el mundo. Así que, vengan por donde vengan, es probable que les pille.

Por lo demás les diré que entre los escasos libros que he salvado de la quema está "De la Naturaleza de las cosas" de Lucrecio en edición de Agustín García Calvo. Así que he ido a la habitación de al lado y no me ha costado encontrarle. Y ahora lo estoy leyendo con toda la motivación inspirada desde el ASTRA.

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