lunes, 28 de noviembre de 2011

Jesuita insignificante.


"Hube de aguantar la verdad al verme allí, porque, como es de suponer, fui a mí mismo a quien busqué primero. Nunca tuve una idea noble de mi presencia física, pero nunca la sentí tan nula como al compararla con las otras caras, bien conocidas por mí, en aquella alineación de habituales. Parezco un jesuita insignificante..."


Otra vez traigo a colación al gran Pessoa. No por nada sino porque ayer, gran día para el recuerdo, fuimos de excursión por las montañas de San Roque de Río Miera y, como el que no quiere la cosa, cayeron unas cuantas fotos, cosa que, por cierto, con los gadgets que todos llevamos hoy día en el bolsillo, es casi inevitable.

El caso es que Pessoa está un día cualquiera en la oficina y de pronto nota que hay un revuelo inhabitual. Es que el jefe ha tenido el capricho de hacer venir a un fotógrafo para que tome una instantánea de todos los empleados juntos. Dos días después, al llegar al trabajo observa que todos sus compañeros están alrededor de una mesa absortos en la contemplación de algo. Pronto descubre que son las fotografías de marras. Él también las mira y, de vuelta ya en casa, siente la necesidad de ponerse a escribir sobre lo que esa contemplación le ha hecho sentir.

"Mi cara delgada e inexpresiva ni tiene inteligencia, ni intensidad, ni cosa alguna, sea lo que sea, que me destaque por encima de aquel agua estancada de las otras caras. Del agua estancada, no. Hay allí rostros realmente expresivos. ... . Hasta el mozo -reparo sin poder reprimir un sentimiento que quiero suponer que no es de envidia- tiene una seguridad de cara, una expresión directa que dista sonrisas de mi apagamiento nulo de esfinge de papelería. "


Supongo que todo ese discurso tendrá algo que ver con la autoestima o cosa por el estilo. Porque es seguro que también hay personas a las que les encanta verse en las fotografías. Se ven bien, atractivas y tal. Y quizá sea así en la mayoría de los casos. Sin embargo, también me costa que a mucha gente le produce una desazón pareja a la de Pessoa. Incluso algunos, para disimular su desagrado, argumentan que hacerse fotografías roba el alma. Una tontería, sin duda, pero con su miga. Porque, si no el alma, que nadie sabe lo que es, si que el verse retratado tiene algo de confrontación con uno mismo con el consiguiente riesgo de desasosiego. Y es que, qué duro es no gustarse físicamente. Mejor que nadie te lo recuerde. Así, te vas olvidando y acabas por sentirte un ser normal.

Bueno, en cualquier caso, tampoco está de más desasosegarse de vez en cuando. Como si de bajar los humos se tratase.

En fin, cosas de adolescentes.

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