miércoles, 30 de noviembre de 2011

Dependencia

Es curioso comprobar como, por arte de birli-birloque como quien dice, uno se ha ido convirtiendo en algo así como un Mr. Gadget cualquiera. No hay cometido que me proponga realizar para el que no deba recurrir al preceptivo artilugio. Si me pongo a enumerar todos los que he acumulado estoy seguro de que mucho antes de acabar ya estaría deseando hacer cualquier barbaridad que mejor es no mencionar. Porque es insoportable saber hasta que punto uno es dependiente. Absolutamente para todo. 

Viene a cuento el triste cuento que les estoy contando porque el otro día en Madrid me emponzoñé un poquito más. Fui al Corte Inglés y compré un libro electrónico. Y ahora ando tratando de aprender cómo funciona. Una verdadera lata. Que vaya a la página web tal, que vaya a la página web cual, y todos queriendo sacarte dinero. ¡Y vaya que si te lo sacan! Porque como andas desesperado no te importa tirar de tarjeta. ¡Dios! Con lo que uno ha despotricado en esta vida del pensamiento mágico. ¿Y de qué otra cosa sino de eso es de lo que estoy imbuido hasta los tuétanos? ¡Me cagüen...! He ido superponiéndome tantas corazas defensivas contra el ocio y demás, que ya casi no me puedo ni mover.

No sé, porque uno ya sabe que en esta vida sólo y exclusivamente se va a, y por donde, le llevan. Y que toda pretensión de propia iniciativa es mera ilusión. Pero, como se suele decir, de ilusión también se vive y, por tal, bueno sería ir proponiéndose realizar determinadas operaciones encaminadas a una menor dependencia de nada en particular y de todo en general. Es decir, el cabanon como metáfora de lo que es posible. Limpieza general. Auto de fe. Morir para renacer. Renacer a una vida con algo de independencia.

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