sábado, 10 de marzo de 2012

Tiempo de cátaros



Que nunca hay nada nuevo bajo la luz del sol es un tópico que se acerca bastante a la verdad. Por eso si les digo que vuelven los cátaros ya sabrán a qué me estoy refiriendo, a gente que pasa de fornicar. En aquellos tiempos medievales estaba muy mal visto porque entre pestes, guerras y demás sinsabores la tierra se iba quedando desierta y lo que más se apreciaba era ver nacer un niño. O una niña, perdón, que no vaya a ser que lea esto uno, o una, de la Junta de Andazulía. En resumidas cuentas, que los cátaros, como decía, estaban muy mal vistos y si la autoridad competente les echaba la vista encima les mandaba a la hoguera.


Pues bien, en estos tiempos que corren se está extendiendo lo que podríamos llamar moda cátara. Claro que eso es en Japón y ya saben que esa gente nos lleva la delantera en casi todo por espacio de unos cuantos lustros. O sea que, aquí, tranquilos de momento, pero con el ojo avizor porque ya saben a qué velocidad corren los lustros en estos tiempos mediáticos, o virtuales, que no sé.


Pero aunque los efectos se repitan, repudio de la fornicación, las causas que los provocan sí que en principio parecen ser lejanas. Si a los cátaros la cosa les venía de unas alambicadas construcciones teológicas que les llevaban al ascetismo total so pena de no alcanzar la reencarnación en una naturaleza divina, para los japoneses de hoy la cosa es más sencilla: cuestión de economía vital. La fornicación, argumentan, no es para tanto, ni mucho menos, si se la compara con sus enormes demandas de energía para unos resultados inciertos. Así que, ¡quita pallá!, que acariciar mininos es placentero y te deja intacto para el resto de las actividades.


Bien es verdad que estas teorías niponas casan mal con aquellas que hicimos nuestras cuando de jóvenes leímos "La función del orgasmo".  Se sostenía allí que el que no fornicaba a triscapellejo devenía en neurótico perdido. Y de ahí el término "triscapellejear" que tan bien le sienta a la actividad sexual practicada al "tresbolillo", es decir, fuera de las doctrinas que pregona la Santa Madre Iglesia.


Es difícil  saber a qué carta quedarse. Houellebecq, al que considero una gran autoridad en el asunto, dice que ni energías ni leches, que todo es cuestión de autoestima y, por eso, lo que cuenta es conseguir presas de alto standing. Narciso necesita una mejora constante del espejo en el que se mira para sentirse guapo. Por otra parte, si alguna percepción se modifica con la edad esa es la que hace a la actividad sexual. Con los años se va moderando el encanto hasta quedar todo en una llamita ilusoria.


Narcisismo por un lado. Bien, eso tiene solución. El poder es magnífico sustituto. ¿Pero y los ardores juveniles provocados por los tsunamis hormonales? No sé, quizá, me digo, los japoneses son especialistas en el tratamiento de los tsunamis. Quizá les estén poniendo diques con algo que echan a las comidas.


En fin, yo, aparte de Houellebecq, me fío de dos maestros de la cosa sin enmienda: Pandora Rebato y Juan Abreu. Ellos lo saben todo del asunto y, por tal, se lo pasan pipa practicando. Porque resulta, no nos engañemos, que ahí está la madre del cordero de cualquier actividad que queremos sea placentera, en el saber y sólo en el saber.


Sin saber no hay salvación posible.

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