sábado, 15 de septiembre de 2012

Eran 600.000... de momento



Sostenía con aparente entusiasmo el órgano de la burguesía catalana, "La Vanguardia", que habían sido un millón y medio los demandantes del paraíso. Apenas han pasado tres días y ya vamos por los seiscientos mil. Otra semana, calculo, y ya nos acercaremos a la verdad: el cuarto de millón, poco más o menos. O sea, lo que desde el principio sostuvieron los pocos medios catalanes que no están intoxicados por el sentimiento de pertenencia. 

El sentimiento de pertenencia, esa cosa tan parecida al alcohol, por citar un droga de la que casi todos conocen bien los efectos. Un vasito de vino de vez en cuando alegra, facilita la convivencia, hace que sienten bien las comidas, etc., pero, ¡ay!, con qué sutileza va el deseo incrementando sus demandas: apenas te descuidas y ya cae la botella por comida. Y ya no es alegría, es la gloria, ese lugar donde se deja de existir como individuo para entrar a formar parte del magma divino. 

¿Me podrías hablar de los gitanos?, me pide hoy, por motivos que desconozco, una querida amiga. Bueno, sí, tuve algunos tratos con gitanos. Tanto por razones profesionales como por compartir la afición por el flamenco. Y una cosa les puedo asegurar, se trata de una gente que en su mayoría vive devastada por exceso de consumo de sentimiento de pertenencia. Es tan fuerte esa rémora que sólo algunos héroes, o mentes privilegiadas, entre ellos, llegan a constituirse como individuos. Y entonces, esa es mi experiencia, no hay nada que más les moleste que el que se les esté todo el rato recordando sus orígenes. "Yo no soy gitano, yo soy una persona como tú", respondía cabreado Ramón a cualquiera que le recordase, aunque fuese de lejos, sus antecedentes, por así decirlo, penosos. Ramón, conviene que lo diga, era maestro de maestros en el arte de tañer la guitarra. Eso es lo que le había liberado del yugo de la pertenencia y había hecho de él un ser libre. Un individuo. 

Sí, desde luego, no hay droga más peligrosa que el sentimiento de pertenencia. Y no por su composición química que es casi neutra, no, es porque, por un lado, las autoridades la ofrecen gratis y en grandes cantidades todos los días de año. Y no por nada sino porque saben lo que su consumo facilita la manipulación de los gobernados. Les convierte en borregos fáciles de guiar con un par de perros pastores. Y, por otro lado, también los padres se la dan a beber a sus niños, porque saben que es buen dogal para que no se les vayan de las manos y les creen problemas. Y así corre el mundo, con grandes mayorías convertidas en magma divino que los demiurgos conforman a su voluntad. 

Por cierto, hablando de demiurgos, si tienen hoy un rato y quieren aprovecharle bien, vayan a "El País digital" y lean el artículo sobre Drácula que escribe Martín Ganzo. Pocas veces se encuentra en los periódicos algo tan esclarecedor.       

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