domingo, 18 de diciembre de 2011

Los genes que regulan la personalidad y otras historias

Apenas han leído la primera página de la larga novela y ya saben cómo acaba. Chicos listos que se dice de los que un cantamañanas como Eduardo Punset podría ser el perfecto portavoz.

La cosa en cuestión consiste más o menos en lo siguiente. Cogen a un tipo cualquiera y le dan a comer, pongamos, una tableta de chocolate. Nada del otro mundo si no fuese porque mientras come le tienen metido en una especie de ratonera que en realidad es un aparato de lo que se ha dado en denominar resonancia magnética. Y el aparato, entonces, mientras come, le está tomando unas borrosas fotos de lo que pasa en el cerebro. Un aumento de la opacidad por aquí, un poco menos por allá. Nada de particular. Pero entonces viene el experto y encuentra similitudes con lo que encontraron cuando sometieron al tipo, o a otro tipo, al mismo experimento, pero en este caso sin chocolate y con una fantástica morena al alcance de la mano. ¡Aja!, dicen, éste es el lugar donde se centran las emociones que procura el placer. Bueno, nada que objetar, es el método científico y, ante eso, punto redondo.

Bueno, punto redondo si no fuese porque de tan liviana adquisición extraen los nuevos predicadores unas conclusiones que podríamos calificar de definitivas. Tan definitivas que es como si ya estuviésemos a dos pasos de saber por donde hay que cortar en caso de una pulsión incontrolable por el chocolate o las morenas. Nada nuevo por otra parte.

Digo nada nuevo porque recuerdo haber contemplado un caso parecido cuando estudiante en Madrid. El profesor Vara del Rey nos trajo una chica a clase a la que habían rebanado el lóbulo frontal para curarle una obsesión por la limpieza. La obsesión  había sido tolerable hasta que la chica tuvo un hijo al que  estaba despellejando por tal de verle limpio. Curada, sí, pero zombi. Cosas de la ciencia que no todo lo puede a la primera de cambio.

Lo de la primera página de la larga novela venía a cuento de que el otro día se lo escuche a un periodista científico que respondía así a los reproches de ligereza que le hacían. El buen señor se había lanzado a fabular y como nadie le decía nada, pues adelante. Pero como no debía ser tonto, no le costó recular cuando se topó con un sensato. Estamos en la primera página de la novela, metaforizó. Y tan novela, pensé yo. Por lo de la ficción.

Porque es que, no sé si se habrán dado cuenta, pero últimamente circula por ahí una nueva especie de religión: la neurofilosofía. Algo así como el estudio de los mecanismos cerebrales por los cuales pensamos esto en vez de lo otro. Una ciencia que, les confieso, me tendría acojonado si no fuese porque no creo absolutamente nada de lo que propone como verdadero. Pero el personal necesita creer en algo y como Punset es un lince... pues se apunta a Redes. Magia potagia.

En fin, les digo, para mí hay dos cosas de las que todavía no es que no se haya escrito la primera página es que nadie tiene ni idea de por dónde empezar. Verbi gracia, el funcionamiento del cerebro y el origen del universo. El día que se sepa eso ¿para qué seguir?

2 comentarios:

  1. Esto me recuerda a la fe que tuvimos hace siglos, parece, en el sicoanálisis: dale que te pego con las frustraciones, el subconsciente y tanta mandanga. Hoy, cuando intento leer algo de esa basura me asombro de cómo fue posible que tragáramos con esas ruedas de molino. Qué coñazo con las religiones.

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  2. De todas las batallas que sostiene la humanidad, la más perdida, o la más lenta de ganar para un optimista, es la que sostiene la razón contra la fe. Es comprensible porque puestos a escoger entre razón/incertidumbre y fe/certeza hay que ser muy chulo para escoger la primera.

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