martes, 31 de julio de 2012

Eficiencia de la creatividad



El cocinero Ferrán Adriá dice que nunca habíamos estado tan mal desde la Guerra Civil para acá. Hombre, un cocinero tiene tanto derecho como cualquiera a decir lo que le dé la gana, pero no hay que olvidar nunca que lo ha dicho un cocinero. Un cocinero que, por otra parte, no sabemos si padecerá o no Alzheimer, aunque así, a primera vista, y por lo que dice, parece que sí. 

Yo, más que estar mal diría que lo que nunca se había visto de la Guerra Civil para acá es hacer tanto el ridículo. Y, francamente, me parece que ello puede ser en parte debido al gran caso que se hace a lo que dicen los cocineros. No hay día que no aparezca en primera página de todos los medios de comunicación un cocinero pariendo genialidades. El mismo Sr. Adriá, con Alzheimer o no, que no sé, va hoy mismo y suelta: "Pero lo que pretendemos es hacer un centro experimental sobre la eficiencia de la creatividad, un lugar donde estudiar sus procesos y auditarla, con la cocina como lenguaje de base en diálogo con otras disciplinas." ¡Leches, pues no sé! Yo, ahora mismo, tengo unas lentejas al fuego y de vez en cuando dejo esto que estoy haciendo para ir a ver cómo van. ¿Acaso es eso "eficiencia de la creatividad"? Y sin embargo, una cosa puedo asegurarles: cuando comamos luego las lentejas nos vamos a relamer. 

Sí, desde luego, en una cosa puede que tenga razón el Sr. Adría, en el inmenso malestar interior acumulado por infinidad de personas que poco a poco van cayendo en la cuenta del enorme ridículo que vienen haciendo de unos años para acá. Tienen su palacete, su todo terreno, sus mariscadas, sus lo que sea que se puede comprar con el dinero ganado fabricando puertas, pero, ¡ay!, no tienen un hijo trabajando en Silicon Valey que es lo que verdaderamente mola. Sobre todo desde que la televisión de la Sra. Aguirre se pasa el día enseñándonos lo que hacen por el mundo los madrileños a los que sus papás les dieron una buena educación. ¡Qué le vamos a hacer!

Sí, desde luego, dolor moral, si es que así puede decirse, nunca tanto desde la Guerra Civil o la noche de los tiempos. Porque va uno a dar un paseo por la costa y se encuentra, un suponer, un pueblo llamado Noja. Bien, no es que esté mal aquello, pero para qué está. Desde luego que no para dar cobijo a los trabajadores de un Silicon Valey cualquiera. Está, simple y estúpidamente, para que el upper level of the low class vaya allí quince o treinta días al año a practicar el walking dead. La ciudad fantasma once meses al año. Se cae el alma a los pies. Sobre todo cuando se piensa en lo que no se invirtió en educar a los hijos... que, ahora, todos camareros quince días al año. El resto, en casa con los papás. 



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