martes, 10 de mayo de 2011

Idleness

Siempre he envidiado a las personas que dicen que nunca se aburren. Que no encuentran el tiempo para hacer todo lo que tienen que hacer.

Los que me conocen saben hasta que punto me identifico con aquellas confidencias de Serlock Holmes al Dr. Watson a través del aire espeso de su cubículo en Baker Str. "Podemos congratularnos de nuestra buena suerte que nos ha rescatado por unas horas de las insufribles fatigas de la ociosidad". O bien: "... and hand me my violin, for the only problem we have still to solve is how to while away these bleak autumnal evenings."

La verdad es que no sé cómo me las he podido apañar, pero el caso es que, incluso en las épocas de la vida en las que más ocupado he estado, siempre tuve la sensación de disponer de un exceso de tiempo libre que no sabía de qué manera llenar como no fuese yéndome por ahí un rato a ejercer de vampiro.

Por todas estas cosas que les cuento es, quizá, por las que me inspira tantas simpatías el Dr. Samuel Johnson. Él, como con frecuencia me pasa a mí, vivía abrumado por las "insufferables fatigues of idleness" y una de las maneras que tenía de zafarse de tan incómodo flagelo era la de reflexionar sobre él. Así es que escribió una serie de artículos dedicados a analizar el carácter del ocioso. O sea, su propio carácter. "The Idler", tituló esa serie de artículos.

Dice Johnson que algunos practican la ociosidad con sorprendente entereza. Blasonan de no hacer nada. Dan     gracias a los dioses por permitirles vivir sin pegar sello. Duermen hasta que no pueden más y sólo se levantan para hacer el ejercicio que les permita volver a dormir. Su único trabajo consiste en elaborar justificaciones para su vaguería.  Son, en definitiva, verdaderos devotos de la ociosidad para la que tejen guirnaldas de amapolas y por la que brindan en copas llenas con las aguas del olvido.  Que viven en un estado de continua y llana estupidez, olvidadizos y olvidados. Es decir, que hace mucho tiempo que dejaron de vivir y que, cuando mueren, los que les sobreviven dicen: ha dejado de respirar.

Pero lo bueno del caso es que la ociosidad predomina en vidas que nadie tildaría de ociosas. Como es un vicio que se agota en si mismo, puede ser disfrutado sin perjudicar a terceros. Nada que ver, por tal, con el Fraude, que daña la propiedad de otros, o el Orgullo, que busca su satisfacción  humillando a supuestos inferiores. La ociosidad, por contra, se vive silenciosamente y en paz sin levantar las envidias propias de la ostentación ni las iras de la oposición. Nadie por tanto suele detectarla  y, por ende, criticarla.  

Curiosamente, lo mismo que el Orgullo se suele esconder tras la humildad, la Ociosidad se oculta tras la imagen de hiperactividad y prisa. Me voy porque tengo un montón de cosas que hacer, suelen decir los parados. Aquellos que desprecian su propio trabajo se esfuerzan para llenar su mente con algo que pueda enmascarar su locura y hacen todo tipo de tonterías con sorprendente diligencia como queriendo convencerse a si mismos de que hacen algo importante.

Algunos tienen especial habilidad para permanecer en estado de permanente preparación para lo que ha de ser la tarea definitiva. Medidas previas, planificaciones, acumulación de materiales... proveyendo siempre para el negocio final. Esos, ciertamente, son prisioneros de la ociosidad. Nada se puede esperar del trabajador que siempre anda a la búsqueda de mejores herramientas. Una vez le oí decir a un pintor de cierta fama que nadie obsesionado con la calidad de los pinceles y las pinturas llegará alguna vez a pintar algo que merezca la pena.  

En otros la ociosidad se manifiesta bajo otro expediente. Ellos dilapidan el tiempo sin por ello sentir el tedio de las horas vacías. El arte consiste en pasar el día ocupado en negocios insignificantes. Tener siempre entre manos algo que suscite curiosidad, pero no esfuerzo. La mente entretenida, pero no activa. Este arte ha sido largo tiempo practicado por mi viejo amigo Sober (grave, serio, formal, sobrio). Sober es un tipo que, por un lado, tiene grandes deseos y rápida imaginación y, por otro, un desmedido amor a la comodidad, cosa que le incapacita para llevar a cabo cualquier actividad que entrañe dificultad. Resumiendo, no hace nada de particular que sirva para algo, pero tampoco se aburre.

La principal afición de Mr. Sober es conversar. Nunca se cansa de hablar o escuchar por que imagina que así nunca para de, ya sea enseñar, ya sea aprender. Lo malo es que llega un momento en la noche en el que hay que parar para que los amigos puedan irse a dormir. Mr. Sober tiembla ante la llegada de ese momento. Sin embargo, Mr. Sober, no se arredra. Tiene recursos para combatir la miseria de esos momentos vacíos. Se ha persuadido a sí mismo de que las artes manuales están inmerecidamente infravaloradas. El ha observado que para su práctica se precisa  ejercitar el pensamiento más ajustado que dar se pueda. De esta especulación se ha lanzado a la práctica. Para empezar se ha agenciado todas las herramientas necesarias para el oficio de carpintero. Ha reparado la carbonera con notable éxito  y anda a la expectativa de nuevos deterioros para entrar de nuevo en acción.

No hay oficio que haya dejado de lado. Zapatero, fontanero, cacharrero. Ha fracasado en todos, bien es verdad, pero porque no les ha dedicado el tiempo y la atención debida. Aunque su verdadero hobby es la química. Se ha comprado un horno y una retorta para destilar todo lo que sea destilable. Y se sienta a ver como van saliendo las gotas de la retorta. Y las cuenta olvidando que, mientras la gota cae, el tiempo se va.

¡Pobre Sober! A veces le tomamos el pelo y el no se lo toma a mal. Y dice que va a cambiar. Porque una cosa es cierta: nadie es menos apegado a sus convicciones que el ocioso. Lo que no es poco.

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