jueves, 26 de mayo de 2011

¡Hasta dónde hay que aguantar?

A mí, uno de los chistes que más gracia me hacía de niño era aquel en el que un francés, un inglés, un alemán y un español, disputaban sobre la superioridad de sus respectivos países. El francés apelaba a sus montañas, el inglés a sus praderas, el alemán a su bandera y el español a su ingenio. Decía el español: pues en mi país hay un perrito, ¡cómo no!, que salta las montañas, caga en las praderas y se limpia el culo con la bandera.

Nunca me habían importado las banderas, aunque de niños jugábamos a reconocer las de los diferentes países. Siempre me había parecido que de la sacralización de los símbolos no se pueden derivar más que inconvenientes. Y me sigue pareciendo, pero acepto que vivimos en el mundo que vivimos y que, hoy día, en gran medida, las antiguas guerras a porrazos se han convertido en guerras de símbolos. Despreciar los símbolos del que consideras diferente es una forma de decirle que te cae fatal.

Digo esto porque me he enterado que en el parlamento de Cataluña se está debatiendo sobre la oportunidad de colocar la obligatoria bandera española en un lugar en donde nadie pueda verla. Verdaderamente, esa gente es retorcida, pero sobre todo plasta. Y no sé a cual de esas dos "virtudes" se deben las enormes ganas de mandarles a la mierda que me entran con sólo que me los mienten.

El caso es que la estrategia de los nacionalistas es meridiana. Primero exaltan sus símbolos hasta la náusea.   Así, una vez convencido todo el personal de la importancia de esas cosas, van y se dedican a menospreciar los símbolos comunes. De tal forma es como crean un clima insano, y hasta asfixiante, del que la gente sólo puede escapar doblegándose a su designio.

Bien, pues que la escondan, que ya se encargará la naturaleza pervertida de engalanar las carreteras con la odiada enseña. Dense una vuelta por el campo y le verán como en la foto. El rojo y gualda orlando los caminos. Bien es verdad que si no fuese por la ingente cantidad de venenos que los campesinos vierten en sus campos esa maravilla no se daría. Pero esa es otra historia.

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