miércoles, 13 de junio de 2012

Cristianos a los leones



En Salamanca, salía de casa, tiraba calle Compañía arriba y en una de aquellas encrucijadas a la altura de la Pontificia podía ver una pintada que nunca dejaba de hacerme gracia: "cristianos a los leones".

Yo, como cualquiera de mi generación y de todas las precedentes, tuve una educación marcada por un bombardeo incesante con las consignas cristianas. Estuvieses donde estuvieses, zas, te caía una encima. Y por eso, por puro hartazgo, fue que di, como tantos otros, en el rechazo frontal, acrítico y, por así decirlo, sectario, hacia todo lo que oliese a incienso. Ardores propios de la inmadurez juvenil. Ignorancia en definitiva.

Pero los años, y las lecturas que con ellos van y vienen, afinan el juicio y cambian las percepciones. Y así es que, ahora, procuro discernir lo que de grano hay entre aquella paja que todo lo anegaba. Y, desde luego, grano, haberlo, haylo, que no en vano el cristianismo bebió, y no poco, en las fuentes del clasicismo griego, las mismas a las que acudí yo para curarme de las diversas intoxicaciones achacables a los vientos de la historia.

En resumidas cuentas que mucho es lo que me huelgo repensando algunas de aquellas parábolas a las que antaño hacía oídos sordos por venir de donde venían. Y de dos de ellas quiero dar cuenta hoy por parecerme que vienen muy como de molde para dar con la terapia más adecuada a esta somnolencia que nos señorea el espíritu con no pocas consecuencias de todo punto nefastas.

La primera es la de los talentos. Bien, no se la repito porque todos la conocen y, si no es así, les será fácil informarse al respecto. ¿Que hacer con los talentos que nos han sido dados? ¿Los arriesgamos o los enterramos? Bien, arriesgándolos los podemos perder, bien sur, y enterrándolos nos negamos la posibilidad de aumentarlos pero a cambio los tendremos seguros. Riesgo contra seguridad. Y así es como acaba la parábola:

Al que arriesga: "!Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré."

Al que se asegura: "Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes."

Bueno, ya saben, entre el clavel y la rosa Su Majestad escoja. ¿O era, Su Majestad es coja?

La otra es la del joven rico. Ya conocen, un joven rico va a él y le dice: "Maestro, ¿qué cosa buena haré para tener la vida eterna?". Y Jesús le respondió: "Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes y dalo a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo. Y ven; sígueme."

Está claro, para tener un tesoro en el cielo hay que dejarse de andar como las gallinas picoteando todo el día, ahora en esto, luego en lo otro. Hay que dejarse de mandangas y dedicarse en cuerpo y alma a aquello por lo que suspiras. 

En fin. Allá cada cual, pero luego que no se me vengan quejando.

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