miércoles, 13 de julio de 2011

Libros

Dos en la vida y una en los libros. Esa es según Cervantes la buena proporción de aprendizaje. Quizá fue la suya que tan buenos frutos dio. Una excepción, en cualquier caso. Porque, si no ando equivocado, lo frecuente es que, una de dos, o se aprende todo, o casi todo, en los libros o, bien, casi todo en la vida, es decir, en la calle.

Uno, por las circunstancias de la vida, ha tendido a querer sacarlo todo de los libros. Un letraherido que se dice. Lletraferit en catalán.Y así es que si ahora me pusiesen en un montón todas las pesetas que gasté en las librerías, a buen seguro que no podría saltarlo a pesar de que conservo cierta agilidad. Y eso que también tiré de bibliotecas públicas, sobre todo en mis años salmantinos, que nunca, allí, se me pudo pillar desocupado al respecto.

Cuando se aprende todo, o casi todo, en los libros, se nota: se sirve para bien poco. Desde luego que, en cualquier caso, poco para las cosas prácticas de la vida. Y más poco, todavía, para eso que llaman inteligencia emocional. Es decir, para afrontar con equilibrio todos esos trances de la vida que requieren sangre fría.

Así que a uno no le queda más remedio que preguntarse: ¿soy así porque leí mucho o leí mucho porque me sentía un mierda? Bonito dilema. 

El caso es que andaba por los primeros cuarenta y sin perder en absoluto la querencia lectora me empecé a dar cuenta de que una cosa es leer y otra tener libros. Y que la tenencia es un verdadero incordio sobre todo si te sientes inclinado a practicar lo que aprendistes en los libros que no es otra cosa, a qué engañarse, que a vivir en libertad. O a intentarlo, por lo menos. Y así fue que empecé a deshacerme de ellos. Una biblioteca pública por aquí, unos amigos por allá... los últimos los dejé en la biblioteca de La Vidriera de Camargo on my mind.

Así y todo, siempre ha habido unos cuantos ejemplares de los que no me he podido desprender. Mayormente, los que suelo consultar, pero también otros con alguna carga sentimental. Muy pocos en total. O eso es lo que creía antes del último traslado. Luego resultaron ser los suficientes para llenar cuatro cajas y media. Una verdadera lata.

Ayer me decidí a desembalarlos. Fui a AKI y compré la estantería más barata que encontré. 9,95 €. Una verdadera porquería. Es tan endeble que tuve que sujetarla a la pared para darle un poco de equilibrio. 

Total, que mientras les iba colocando me iba diciendo: ¿y éste? ¿y éste? ¿y éste?... Ya está, concluí: urge organizar un nuevo auto de fe que los reduzca a la mitad por lo menos.

Además, los tiempos están cambiando. Dentro de cuatro días habrá una gran oferta para el libro digital. ¿Que no es lo mismo? ¿Que te gusta el tacto y el olor del papel? Bueno, sí, pero mira, y huele, en Torrelavega, o en Biganos, o en Tolosa... nada que ver con las rosas.

2 comentarios:

  1. Parece la biblioteca del Marqués de Villena: libros para disfrutar toda la vida. Sobre todo el de Matemásticas para el millón. Debe de ser por la edad, que dicen que uno se vuelve más tacaño, pero ahora prefiero comprarme libros de matemáticas o de poesía. La novela la terminas en una tarde. Con uno de aquellos te puedes tirar años y rara vez se agotan.

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  2. Uno que no se me agota en lo que a encontrar miga se refiere es "The Life of Samuel Johnson" por James Boswell. Lo tengo siempre junto a la butaca en la que gasto media vida y, de vez en cuando, le echo una ojeada. Nunca defrauda. Y los de matemáticas ni te digo, hay que volver y volver y volver a lo mismo para captar el concepto. Pero cuando llegas...

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