Como las cosas están por lo visto tan mal, es natural que los que pasamos mucho tiempo en casa sacando pelotillas de la nariz nos preguntemos de vez en cuando por el porqué de tanta calamidad. Y, entonces, lo mismo que, según dicen, cada día tiene su afán, en este caso, cada día tiene su disparatada explicación. Y, para hoy, ya la tengo.
La culpa de lo que nos está pasando tendrá, qué duda cabe, múltiples causas, pero apuesto con ustedes lo que quieran que una de las mayores es aquella que se fraguó el 10 de diciembre de 1948 cuando a unos señores muy importantes, allí en New York, no se les ocurrió mejor idea que firmar un documento que dieron en titular: "Declaración Universal de Derechos Humanos". Ni al demonio se le ocurre.
¿Quién no se va a apuntar a semejante bicoca? Yo, desde luego, el primero que me lo creí todo a pies juntillas. Un montón de derechos sin puto deber que les contrapese. ¡Anda que no!
Y así corre la historia. Ayer, les cuento, combatí la horrible meteorología viendo capítulos de "The Wire" y no pude sino llegar a la misma conclusión que cuando vi los capítulos de "Breakin Bad": la cosa tiene ya mala solución. Pero que muy mala, como diría el honorable Pujol. Por cierto, recuerdo ahora que allí por los comienzos del XX había un catalán de nombre Pujol que se ganaba la vida por los cabarets de Paris tocando de oído las arias de las más famosas óperas, nada extraordinario sino fuese por que lo hacía a golpe de ventosidad. El otro día pasaron un documental en ARTE donde se pudo ver la extraña habilidad del citado Pujol. Perdón por la digresión.
Pues sí, como les decía nos lo creímos a pies juntillas. Sólo necesitábamos madrugar un poco para ir a recoger el maná. Ni había que plantarlo, ni abonarlo, ni na de na, sólo cogerlo y devorarlo. Y a subir montaña tras montaña, sin miedo a la fatiga porque para todo había la solución idónea: los polvos mágicos.
Y así estamos, que existen por el mundo en la actualidad unas tropecientas mil organizaciones no gubernamentales dedicadas a velar por la meticulosa observancia de aquellos 30 artículos de lujo de que se componía la famosa declaración de marras. Y claro, material para denuncias nunca les falta porque ya me dirán por donde se pasan los derechos de los otros los que sólo tienen deberes, o sea, los vulgarmente conocidos como poderosos... o "éllos", por usar la palabra tan cara a personajes entrañables del estilo de García Calvo.
Pues sí, derechos sin deberes es lo que hace que siempre que salgo a pasear tenga que hacerlo con la vista clavada en el pavimento so pena de pisar lo que no hace falta que les diga. Hay ordenanzas al respecto, sí, pero los poderosos, o "ellos", se las pasan por donde les viene en gana. Y así, se le quitan a uno las ganas de salir.
¡Ya te digo!
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