jueves, 29 de diciembre de 2011

Llegó el Comandante y mandó a jugar

Nunca se me pasó por la cabeza poner un pie en Venezuela. Y no porque sea un país considerado como uno de entre los más inseguros del mundo, no, es que tampoco se me pasa por la cabeza qué demonios podría pintar yo allí. Por lo demás, como en cualquier otro sitio de este maltrecho planeta que no sea por estos alrededores donde todavía puedo servir de relativa referencia para unos cuantos mortales.

Pero Venezuela, les confieso, siempre, desde los lejanos años de estudiante en Valladolid, ha despertado mi curiosidad. No por nada sino por haber compartido pensión, "La Leonesa", con dos estudiantes procedentes de aquel país. Pedro Mejías y Saud. Los dos manejaban la suficiente pasta como para permitirse lujos impensables para cualquier estudiante nativo. Saud vivía allí con su mujer y dos niños. Pedro cargaba con la manutención de la Trini y toda su familia. El padre de Pedro, según nos contaba, vivía a cuerpo de rey con su oficio de animador de velorios. Contaba chistes que Pedro nos repetía a nosotros. Todavía recuerdo algunos. Un buen día Pedro, agotadas sus existencias, desapareció del mapa y nunca más se supo. Dejó una nota encima del fogón de la cocina: "me voy porque me parece que no puedo pagar". Todavía estoy viendo, como si fuese hoy, a Silvano y Olvidito, los patrones, pasearse por el comedor enseñando la nota a los comensales. Ni que decir tiene que completamente desolados porque Pedro era hombre de tirar de extraordinarios y el montante de la deuda no debía de ser baladí. Por lo demás, Saud nunca pasó de segúndo de medicina y, Pedro, nunca superó el primero de derecho. Tenía atragantado el Derecho Romano. Y eso a pesar de las alambicadas reglas mnemotécnicas que era capaz de elaborar. Eso sí, sus libros eran los mejor encuadernados y sus juegos de lapiceros los más vistosos de todo el campus. Y muchas más cosas que podría contarles, pero temo aburrir. 

Y así es que mi curiosidad por ese país me ha llevado a admirar su fantástica infraestructura musical que extiende sus tentáculos hasta los últimos rincones. Sus orquestas de jóvenes de barrios marginales bien podrían servir de ejemplo al resto del planeta. Para quitarse el sombrero. 

Pero hay otra infraestructura venezolana de la que apenas se habla y sin embargo, a mi juicio, merece toda la consideración del mundo. Me refiero a la red de academias que preparan a las jóvenes para presentarse a los concursos de belleza. Miss Venezuela, Miss Mundo, Miss Universo y todo eso. No hay barrio por miserable que sea que no tenga una academia de esas. Y el caso es que, debido a esa red, Venezuela es el país del mundo con el palmarés mas alto en ese tipo de competiciones. Lo cual, reconocerán conmigo, no es asunto a despachar con dos chistes, ya que demuestra hasta qué punto todo es susceptible de mejorar con la actividad académica, incluso la escurridiza belleza. 

Y en esto llegó el comandante Chaves y todo empezó a encajar. Los misiles rusos, por fin, pueden apuntar a Norteamerica sin menoscabo de la seguridad. Lo que antaño, con Fidel, fue tragedia, hoy es comedia. Porque, Chaves, nada que ver con Fidel. Chaves le reconoce a USA poderes sobrenaturales. Ellos, dice, pueden provocar terremotos o inocular el cáncer a voluntad. Así que, reconocidos esos poderes, ya me dirán a quién le pueden asustar esos misiles. Como si fueran de juguete.   

3 comentarios:

  1. Los ricos estudiantes venezolanos de la época eran un mito en Castilla. Oí incontables anécdotas como las que tú dices, peleas en las cafeterías por la envidia de los locales que veían cómo se llevaban las chicas más vistosas, historias del modo en que intentaban pasar de curso sin ningún éxito y hasta un balcón hay en la calle Zamora de Salamanca que supuestamente se hundió por el peso de uno de ellos, de alto tonelaje según se decía y que pudo sobrevivir porque era de un primero o segundo piso.

    Es de suponer que los estudiantes que venían a España por aquellos años eran por regla general los más matados: los brillantes se marchaban a París o a Londres y no a un país como el nuestro en el que la única ventaja con la que contaban era el idioma común. En mis años de estudiante me encontré con algún ecuatoriano, colombiano y hasta alguno del Perú. Todos ellos eran chavales que no levantaban diez minutos de estudio al día, que se matriculaban en las facultades, en los departamentos y en las asignaturas más fáciles y que desarrollaban una simpatía y habilidad supremas para engatusar melosamente a los catedráticos y conseguir los aprobados raspadillos con los que se fueron licenciando para, según palabras de uno, "conseguir su trono a la vuelta gracias al título de una unviersidad europea".

    Entre ellos vi dos casos extremos: el de un crápula que llegó a cuarentón en segundo de medicina dilapidando la fortuna familiar producida por plantaciones de café y el de otra muchacha hacendosísima, con más o menos con la misma historia familiar, que tras conseguir una licenciatura en Cambridge, terminó con la suya de hispánicas en Salamanca para marcharse a la universidad de Nueva York donde imagino que terminaría otra. Era una chica asustadiza que rozaba -imagino- un cuadro clínico mental, cuyo objetivo en la vida era acumular títulos, idiomas y conocimientos sin ningún objetivo preciso

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  2. Digo que sin ningún objetivo preciso porque ella misma lo admitía, primero porque nunca iba a tener necesidad de vivir de aquellos conocimientos cuando heredara la fortuna de sus padres -parece ser que era hija única- y porque aunque no fuera así carecía de todo entusiasmo para hacer uso de ellos. Sencillamente lo hacía como una rutina inevitable, como aquel que va de acá para allá por matar el rato sin que en el fondo le importe qué hace o a dónde va. Curiosamente a pesar de su ropa cara, una belleza más que aceptable y el conocimiento general de su situación económica que yo sepa en los cinco años que estuvo en la universidad nunca tuvo pretendientes ni siquiera amigos cercanos. Me imagino que era una prueba de eso que dicen los sabios de que la genética -en este caso la economía o el nacimiento- nunca es destino. Vete tú a saber...

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  3. Desde luego que los estudiantes sudamericanos de aquellos años daban para mucho hablar. Sin embargo los había que nos deslumbraban con su experiencia. Por ejemplo los puertoriqueños que habían vivido en New York. Luego, cuando me fui a Madrid, eran los sesenta, conocí otro tipo de estudiantes sudamericanos. Eran hijos de diplomáticos y empresarios de postín. Nos daban mil vueltas.

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