Yo ya lo sabía de sobra y por eso vengo obrando en consecuencia desde tiempo inmemorial, pero es que me ha extrañado leer hoy, precisamente hoy, en no sé donde, que la Navidad es un arma de destrucción masiva.
Desde luego que sí. Mi madre que, a sus noventa y nueve, motivos tiene para estar estar de vuelta de casi todo me suele decir cada año por estas fechas algo así como: "como me gustaría dormirme y despertar cuando ya haya pasado todo". Todo, o sea, esa excitación enfermiza que tiene a media humanidad pelando langostinos y devorando capones. Y luego, ya, con la danza que sale de una panza sometida al tormento de una digestión laboriosísima, contemporizar con los parientes que quieren serlo más que nunca por medio de la obscena exhibición de ridículas sentimentalidades.
¡Por Dios bendito, qué mal gusto! Me pregunto cuando vamos a llegar a ese estado del desarrollo mental que permite disfrutar de la compañía de nuestros semejantes, incluso de nuestros más allegados, sin que para ello sea preceptivo -que diría el sindicalista- estar alrededor de una mesa atiborrándose de friandises.
Bueno, me digo que quizá no sea posible sobrevivir sin sacar de vez en cuando a la superficie nuestro yo más primitivo. Como una especie de comunión con los espíritus del submundo, las fuerzas telúricas o como quieran llamar a ese afán por el caos que, en teoría, es inicio de todo esfuerzo regenerador.
En fin, cada cual es muy dueño de hacer lo que le venga en gana, pero no olviden que nuestro recién estrenado gran timonel ha sentenciado: no estamos para cenas.
Pues parece que esto sucede en todas las sociedades primitiva, quiero decir lo de la ingesta descontrolada de calorías, sobre todo antes de entrar en el combate ritual y cosas así. En fin, que yo me acabo de poner ciego a chuletón. Para una vez que cocina mi mujer hay que aprovechar. No sé si hacerme de los de la tribu, que es como llama un amigo mío a los aberlaches, no sé si a los de la parte derecha de la ría o a los de la izquierda. Para el caso, patatas, que diría el clásico.
ResponderEliminarEn cualquier caso lo mejor es la resistencia pasiva. La navidad, como si no existiera...
ResponderEliminar¡Sí, como si no existiera! Tendría que estar muerto. O por lo menos, ciego, sordo y anósmico.
ResponderEliminarTienes razón, los primitivos acumulan para la fiesta. Cuando vivía en Alar los vecinos me enseñaban con orgullo como tenían sus arcones un par de meses antes de Navidad. A estos -se referían a sus hijos-, si no les cebas no vienen, me decían.