"El comercio se la juega en Navidad". "Estamos con la soga al cuello". Así, de este tenor, son las declaraciones de los de la Cámara de Comercio. ¡Caray!, digo yo, cualquiera lo diría.
Ayer, domingo de peperipingo, fuimos por ahí en bicicleta, por esos maravillosos valles cántabros que más lo serían si no fuese porque los millones de coches que los cruzan tienen una prisa de mil demonios y el olor a mierda de vaca lo impregna todo, espíritus incluidos. La hora de la comida nos pilló por la parte de Villacarriedo y Selaya. Buscamos un menú normal, pero todos eran de 25 o 30 €. Es que son platos de carta, se justificaban. Chicos y chicas listos y listas, al fin y al cabo. Hasta que dimos con uno de 15, que no es poco por cierto. Una porquería y como que no nos trataron muy bien. Como si fuésemos parias. Claro que en la única mesa ocupada, salvo nosotros, había un constructor con su familia tirando de solomillos. Pa que luego digan que si la construcción tal, que si la construcción cual.
Pasamos luego por los altos de Villafrufe al valle de Toranzo. Desde allí, siguiendo el curso del Pas abajo y el Pisueña arriba, llegamos a Sarón donde habíamos dejado el coche. Un poco cansados, la verdad. Y algo hartos de patria chica. Demasiada mierda de vaca para nuestro gusto, ya digo.
Ya era de noche cuando avistamos Astillero. Allí, a la izquierda, un bullicio inusitado en los alrededores del centro comercial a la orilla de la Ría de Solía. María me dijo que merecía la pena visitar aquello y ¡vaya que si la merecía! Tuvimos que dar varias vueltas para aparcar y al final lo hicimos en el quinto carajo como vulgarmente se dice. El caso es que todas aquellas tiendecitas que allí había antaño han sido arrasadas por "La Gran China". Es "La Gran China" una superficie de varios miles de metros cuadrados rebosante de todo lo que uno se pueda imaginar que existe en el mundo. Y a precios de risa. Por ejemplo, una bata de andar por casa, de un tacto exquisito, 13€. Compramos un escurridor de cocina de acero inoxidable y dos cuadernos de espiral por cinco €. ¡Dios, como estaba aquello! María se encontró como con veinte de sus alumnas que por allí pasaban la tarde dominical en compañía de sus progenitores. Todos con su árbol de navidad plastificado. En fin, fiesta, fiesta, fiesta, y con canciones cántabras de fondo, que es que estos chinos no se cortan un pelo.
Luego, en casa ya, traté de profundizar un poco, internet mediante, en el fenómeno sociológico del que veníamos de ser parte y arte. Muy interesantes los foros sobre el subject. Unos que lloriquean porque es el fin de un mundo armonioso, el de la vida de barrio. "Sabor de barrio/ tesoro antiguo/ falsamente popular", que diría el Gato Pérez. Otros, regodeándose por el fin de una casta de atracadores insaciables. Los de más allá aceptando el cotidiano transcurrir con sus inevitables vaivenes. Y todos conscientes de que algo de grandes consecuencias está teniendo lugar.
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