Pues no estaremos para cenas, pero mis vecinos, desde luego, hacen caso omiso. Porque están que se salen. Por la tarde, cual si de vigilia preparatoria se tratase, sesión de black&decker. Siempre queda sitio en el hogar para una última estantería o cuadro o lo que sea. El caso es taladrar. Hacer agujeros. Ponerlo todo mejor. Una vieja aspiración humana conectada con el submundo, ya digo, el lado oscuro.
Luego, ya metidos en arena, con la familia, la excitación de los regalos, las luces rutilantes, ji, ji, ja,ja. Los langostinos, el capón de cascajares, los dulces de jijona, el champan de cataluña, los villancicos... ¡menuda nochecita nos han dado! Hasta las siete o así. Antes, cuando la chusma todavía creía en algo trascendente, a las doce menos algo se iban a la misa del gallo, pero ahora... ahora te los tragas toda la puta noche. Y si no te gusta, una de dos, te suicidas o te vas.
Bueno, esta mañana, hacia las nueve o así, cuando suponía que ellos trataban de conciliar el sueño, he sentido un extraño regocijo al tocar la guitarra como un poseso. A lo mejor les estoy jodiendo bien jodidos, pensaba, y rasgueaba con más rabia. Pero no sé, me temo que es como llover sobre el mar o clamar en el desierto. Cuando alguien sigue la estrella que lleva a Belén, ni siente ni padece. Tendré que aprender.
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