En los últimos tiempos, de un par de años para acá, no paro de cuestionarme la cantidad de cosas que sobran en este mundo. Empezando por mí, que soy bien consciente de lo pasada que está mi hora y lo poco que se iba resentir el mundo con mi ausencia. Pero, en fin, permitan que me excluya de esta razia inocente sin más objeto que divertir al enemigo.
El caso es que me decía el otro día Jacobo que esperaba como agua de mayo mi valoración de los presuntamente lamentables hechos acaecidos alrededor de la elegante figura del Sr. Urdangarín. Y, bien, ya le dije que, cuando vivía en Barcelona, tenía un vecino, vasco del PNV por más señas, que no hacía otra cosa que robar, robar y robar, de forma subrepticia. O sea, con los papeles siempre en regla. Por si las moscas. Por eso, a pesar de las miles de citaciones judiciales que tuvo que hacer frente en vida nunca se vio en la tesitura de tener que dormir a la sombra. Los del PNV, ya se sabe, tres cosas a las claras, bazoki, misa y familia. A las oscuras, putas y choriceo. En realidad nada que no tenga que ver con la doble moral propia de la burguesía decimonónica. Negocios permitidos por la Iglesia. La reina Victoria y todo aquello. Una reliquia del pasado que convendría arrasar.
Urdangarin, adepto del PNV, supongo que para no enfadar a papá, va y se casa con la princesa. Transido de amor, por qué no. Y a vivir que son dos días. No te preocupes que ya hablo yo con tal, no te preocupes que ya hablo yo con cual. ¿Y quien se va a atrever a no escucharle? Influencias por aquí, influencias por allá, al final no hay guiso del que no sea la salsa. El hombre en la sombra imprescindible para sacar subvenciones para cualquier mamarrachada. Un tonto del culo de dos metros de alto.
La monarquía, valor simbólico. ¿Sí? ¿Todavía? ¿No será un puro anacronismo? El mito de la transubstanciación tan ferozmente defendido por cierta Iglesia, la católica para más señas. Voltaire se ríe de él. Pinta a un obispo retorciendo la nariz al Príncipe delante de su padre el Rey. El Príncipe se queja y el Rey se cabrea con el obispo. Vea su Majestad, dice entonces el obispo, le hago daño al Príncipe y le duele a vuesa Majestad. ¿Acaso necesita otra prueba más fehaciente de la transubstanciación del padre en el hijo? ¡Menudo pájaro el obispo! El caso es que un día, hace muchos años, quizá siglos, un señor destacó por sus cualidades entre sus conciudadanos y estos le hicieron rey. En adelante sus descendientes seguirán ostentando el cargo porque las cualidades se transubstancian. No falla. Lo sostienen los obispos.
Para mí que con todo esto del valor simbólico convendría andarse con mucho cuidado. Por supuesto que, si por mí fuese, sería una de las cosas a enseñar en la escuela con mayor denuedo. La mitología clásica y todo su juego de significados encubiertos. O sea, la racionalización del pensamiento mágico. Pensamiento que señorea el mundo sin que haya visos de que la cosa vaya a cambiar por el momento. ¡Por Dios, bendito! ¿Entre linaje y merito con cuál se quedaría usted? Hay tanto que convendría ir arrumbando.
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