Bien, hoy se celebra que tenemos una Constitución en la que, al parecer de algunos entendidos en la materia, el peso de los derechos que se nos garantizan sobrepasa con mucho al de las obligaciones que se nos exigen. Y por tal es que debemos estar la mar de contentos con ella. La Constitución, una madre para todos. O casi todos. Porque sabido es que los hay que no pasan por el aro. Ellos, respecto de esa madre se sienten hijastros y no paran de manifestarse en tal sentido tan pronto como la que pintan calva se presenta. Y aunque no se presente, que para ellos el hacer pasar al Pisuerga por Valladolid no es problema que les suponga trastornos de conciencia sino todo lo contrario.
Así es que estos últimos días se han oído al respecto cosas desternillantes a políticos de las comunidades por así decirlo bastardas. Que porque les tenemos sujetos con grilletes y cosas así, que si no salían corriendo y ya no podríamos seguir robándoles más. Bueno, bueno, échenle una ojeada a los foros que siguen a las noticias que da La Vanuguardia y amárrense los machos so pena de morir de risa.
El caso es que luego va uno y trata de hilar fino y se da cuenta de que las cosas no son como parecen a primera vista. Ni lo que dicen esos políticos y esos foros tiene mucho que ver con la realidad, ni, tampoco, el tiempo pasa en vano. Y es que, así, como por casualidad, mi vista ha caído sobre una entrevista que le hacen a Andreu Buenafuente con motivo de una obra de teatro que va a estrenar en Madrid.
Andreu Buenafuente estuvo muchos años al frente de talk show que emitía la televisión catalana. Al más puro estilo Jay Leno. Pero en cutre, todo hay que decirlo. Yo lo solía ver en mis zappeos de antes de ir a la cama. Raramente me enganchaba más allá de unos segundos. Y cuando resistía un poco más, era más que nada por la cosa del placer masoquista. Porque el bueno de Andreu no escatimaba elogios a su audiencia por el grosero procedimiento de denigrar al supuesto enemigo. Por eso era que siempre estuviese sacudiéndole la espalda a un funcionario de Madrit para quitarle la caspa. Y cosas por el estilo.
Pero, como digo, el tiempo no pasa en vano. Y por el camino la gente se suele caer del caballo. Lean lo que dice Buenafuente a propósito de Madrid a día de hoy:
"Estar aquí "es renacer como actor; aquí te enfrentas a un mundo nuevo, sin complejos, sin prejuicios y sin tópicos". Porque la gente cree que aquí todo es política, instituciones, bancos grandes, "y no es así". Y tanto que no es así, añade Buenafuente: "Madrid tiene un enorme magnetismo, es una gran ciudad mundial, es extrema en todos los campos". Aquí, como ocurre en Nueva York, en París o en Londres, "la gente parece que va de paso, pero vive la ciudad a tope, y muchas veces se queda a vivir, porque la ciudad le ofrece fascinación pero también calor de acogida".
Y añade:
"Y entre sesión y sesión de teatro (desde hoy hasta el domingo), a vivir Madrid. "En Madrid", dice Buenafuente, "vivo el doble. Como más, duermo menos, estoy como una esponja, absorbiendo todo... Y hay tanto que ver, hay tantas cosas pendientes. ¡Lástima que ya no esté Antonio López en el Thyssen! Pues veré a sus maestros, en el Prado, ¿no te parece?".
Como se suele decir, quién te ha visto y quién te vio. O era... no sé, pero lo que si es verdad es que este payo se apunta a todas.
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