miércoles, 29 de junio de 2011

El chico de los recados











"Tú, hijo, primero, algo seguro. Después, ya se verá". Es lo que suelen aconsejar los padres pequeño-burgueses a sus retoños. Algo seguro, o sea, un sueldo por cuenta del Estado.

El caso es que llevamos una temporada, aquí, en España, que la cosa de la política está de un monótono que da casi asco. Los unos que quieren elecciones anticipadas y los otros que las elecciones cuando toquen. O sea, en román paladino: los unos quieren pillar sueldos, los otros no quieren perderlos. Porque que nadie se engañe, la política será muchas cosas bonitas e interesantes, pero sobre todo es sueldos. Cientos, miles de sueldos que se evaporan si pierdes el poder. 

Porque no se trata sólo de los sueldos del político visible, no, el gran botín son los otros miles que se construyen por delegación. Tertulianos en televisiones públicas, consejeros áulicos, etc.. Hay todo un ejercito de adheridos a los partidos políticos que se pasan la vida chinchando para ayudar a los suyos a conquistar el poder. Y cuando suena la flauta, ¡ale!, todos a chupar de la piragua sin parar.

Esa es la verdadera cuestión de la que nunca se habla. Los sueldos. La política como máquina de generar sueldos. Sueldos fabulosos para profesionales mediocres. No hay actividad que remunere mejor en términos relativos. Porque a diputado puede llegar el chico de los recados que pega sellos en la sede local del partido. Delibes lo explicó muy bien en aquella premonitoria novela, "El disputado voto del Señor Cayo".

Mal asunto en cualquier caso. Si alguien sabe se apartará de eso. No se querrá fatigar convenciendo a los recadistas. Y menos a los recadistas crecidos. Buena gana teniendo curre en otra parte. Aunque sea en ese mundo abyecto de la empresa donde sólo mueve el beneficio.

Lo demás es ciencia ficción. Como aquel país que visitó, creo recordar, Gulliver, en el que los políticos nunca podían ganar más en su cargo público de lo que ganaban anteriormente en su cargo privado. Y si no había habido privado nunca podía haber público. Todo un test de competitividad. 

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