martes, 5 de abril de 2011

Me gusta Madrid.





Estuve en Madrid y regresé con un trancazo considerable. Alifafes primaverales. Pero lo pasé bien. Las grandes urbes te permiten la exploración gruesa. Y también la fina. Cada estación de metro es un mundo diferente. Y cuando más te alejas del centro más se acentúa la diferencia. Te apeas, por ejemplo, en Manoteras, un barrio obrero de los 50/60 que al haber sido construido sin tanta usura del espacio como la que se dio años después, hoy le permite tener unas avenidas ajardinadas que parecen la mar de agradables. Además, el estar en los confines de la ciudad le ha permitido la adhesión de parques de bajo coste y grandes perspectivas. Y por uno de esos parques me fui andando y pude comprobar como cambiaba de forma brusca el tipo de construcción. El aspecto modesto desaparece para adquirir aires burgueses. Y cada vez más, hasta llegar, diría, a una burguesía tirando hacia lo alto. "Metro a 500 mtros", indicaba una flecha. Para allí me fui. No tarde en llegar a la estación de Pinar de Chamartín, allí por donde la gran avenida de Arturo Soria pierde su nombre. Todo eran, en aquel entorno,  torres de 16 o 20 pisos, aisladas, de magnífico aspecto, con poco trajín por las calles y con establecimientos de calidad. Bueno, me dije que, seguramente, allí podría instalarme de buen  grado si se diese el caso de tener los recursos para ello. Así que, como todo parece indicar que nunca se va a dar ese caso, lo mejor será tomar el metro y bajarse cerca del hotel, buscar un VIPS para comer algo y, con la misma, dando algún rodeo para hacer tiempo, ir al hotel a echar la siesta. 


Me gustan los VIPS. Incluso, una vez, por tal de trabar conversación con el empleado, consentí en que me hiciesen socio. De lo único, creo, que he sido socio en esta vida. Me contó el tipo que los VIPS eran de un empresario mexicano, lo mismo que los  TheWok, TíoPepe, Ginos, y un montón más de marcas que trufan todas las calles de Madrid y supongo que de otras grandes ciudades. Así que, porque el dueño es mexicano, o por lo que sea, es normal que cuando te sirven lo hagan con el deje que aprendimos a amar viendo las películas de Cantinflas. Pero es que, además, los VIPS tienen un estilo que de puro anodino ha adquirido un carácter inconfundible. Un carácter genuinamente cosmopolita. Es decir, un lugar en el que cualquier concesión al casticismo sería sacrilegio. Y porque el casticismo es la peste y la gente huye de la peste, será, supongo, que siempre hay clientes en los VIPS, de todas las edades, de todos los orígenes y condición. Concluyendo, que comer en el VIPS, no es sólo  meterse entre pecho y espalda una hamburguesa, o unas quesadillas, o unas verduras a la plancha, o un browning, o lo que sea, todo delicioso si lo comes con salud de cuerpo y espíritu, no, es que, además, en el VIPS, a poco que tengas desarrolladas las capacidades de observación, podrás disfrutar del espectáculo de la vida propio de los lugares en donde la gente se da al disfrute de los sentidos escondido tras el más absoluto anonimato. 


En fin, Madrid, no en vano fue un mejicano el que compuso la canción que mejor te identifica. 

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