jueves, 14 de abril de 2011

Del caserío no me fio.

Roland Barthes era un francés de aquellos a los que no había forma de ganar a la hora de dar la impresión de que se están diciendo cosas muy bien dichas a la vez que interesantes. El tipo agarraba cualquier tema, por ejemplo el catch, y escribía todo un tratado que no dejaba resquicios a la completa comprensión del fenómeno. Ibas, lo leías, y, aparte de lo que disfrutabas con las ingeniosas asociaciones de ideas,  acababas por sentirte sabio. 

Bien, pues Roland no le ahorró comentarios al caserío vasco. Al mito del caserío vasco. Ese lugar que representa a la perfección el mito de la vida idílica y pastoril cuando lo mío y tuyo no existía. El mito de la "hidalguía universal". El lugar de la utopía: lo contemplas y es imposible sustraerse al sentimiento de posesión. Quieres ir allí a costa de lo que sea. Y como es imposible, nostalgia al canto. Pensamientos malsanos.

Cuando era joven, las circunstancias me llevaron a alquilar una habitación en un piso de la calle Ortega y Gasset de Madrid. La propietaria era una señora de Régil  que disfrutaba contando los avatares de su dilatada historia. Régil, como supongo sabrán, es un pueblecito perdido en los valles vascos de la cordillera Cantábrica. Su condición de marginalidad geográfica ha permitido que se conserve tal cual, como encanta a los nostálgicos de la mítica Edad de Oro. Y esa conservación, digamos que espontánea, es lo que llevó a las autoridades de la región a declarar a Régil como lugar intocable. O sea, Régil tal cual for ever. Y esa misma prebenda es la que convirtió el lugar en objeto del deseo más acendrado por parte de los más conspicuos representantes de la burguesía retrograda regional. Y así es que un caserío en ruinas en aquel lugar puede suponerle a su propietario una sustanciosa renta de por vida, para él y sus descendientes hasta cuarta o quinta generación por lo menos. Una vez tuve ocasión de visitar uno de esos caseríos restaurados, de los padres de un colega, y me quedé patidifuso. El salón era un templo gótico. Lo demás, por el estilo. Claro, se pueden imaginar lo que llegan a dar de sí esos volúmenes manejados por un arquitecto megalómano instigado por propietarios que no lo son menos. 

En Régil nació uno de los mitos del deporte hispano de los comienzos del XX: Paulino Uzcudum. Un boxeador que hizo las Américas sin perder por ello la cabeza. Paulino vivía por aquel entonces en Madrid y para pasar el rato no tenía mejor cosa que hacer que ir a visitar a Juli. A escuchar a Juli, porque a él no se le entendía nada cuando hablaba. Los puñetazos recibidos por profesión, supongo.

Bien, a lo que iba, Juli contaba historias de cuando niña, allí, en el caserío de Régil. A ella la levantaban mucho antes del alba con las mujeres porque era una huérfana adoptada. A la otra niña, legítima de la casa, la dejaban en la cama hasta la hora de la escuela. Se levantaban, como digo, las mujeres, y encendían el fuego y preparaban el almuerzo para los hombres que dormían todos juntos en una cámara junto al pajar. Ya el fuego y desayuno  a punto, bajaban los hombres y se sentaban alrededor del fuego para atarse las alpargatas, cosa que, por lo visto, era harto complicado ya que mientras completaban la operación les daba tiempo a interpretar un rosario, tres letanías y un ora pro novis. En fin, que no se la veía muy entusiasmada a Juli con las historias de caserío. Todo lo contrario de las que contaba a propósito de sus viajes por el mundo en calidad de ama de llaves de un embajador del Reino de España. Pero esa es otra historia que no viene a cuento ahora.

Hoy día, por imperativo de las leyes de mercado, los caseríos suelen ser mayormente esos lugares a donde va Savater a zamparse una chuleta con pimientos verdes... y luego nos lo cuenta, lo bueno que estaba todo, lo incomparable del paisaje, lástima que... ya saben a qué me refiero: a los que padecen la nostalgia de lo que sólo existió en su imaginación. El fantasma de "la provincia", en definitiva. Y por tal es que matan.  

1 comentario:

  1. Por cierto, no sé si sabes que la auténtica patria ancestral de los Arzalluz era precisamente Régil (perdón "Erregil" quiero decir...)

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