Me envía Jacobus un artículo del The New York Times titulado "Skilled Work, Without the Worker". Trata de un asunto que viene siendo supersobado topic desde que el ser humano empezó a inventar máquinas, es decir, que, una de dos, o paramos de joder, sensu stricto, o no quedará más remedio que organizar guerras para deshacerse del material sobrante.
Y es que los empresarios lo tienen claro, el punto débil de su invento lo constituye el factor humano en su acepción más iletrada. Esa gente que sabe apretar tornillos, soldar cables, tocar botones, bajar palancas y labores por el estilo, tiene una inherente propensión a las acciones reivindicativas concertadas, lo cual, pues francamente, es sumamente molesto a la vez que pernicioso a la hora de cuadrar los balances.
Hubo un tiempo en el que, John Maynard Keynes mediante, se pensó que ese molesto material humano iletrado y sobrante se podría reconvertir en una suerte de disciplinado e insaciable consumidor, con lo cual ya se habría conseguido cuadrar el círculo de la inenmendable jodienda. ¡Vana pretensión! Han pasado los años, no muchos la verdad y, al hacer balance del invento, podemos constatar con razonable certeza su estrepitoso fracaso: cada vez hay más parados y está más pachucho el planeta. Y no se para de joder a troche y moche. Hoy somos 7.000 millones y para pasado mañana se calcula que seremos 9.000.
Y en éstas estando, van y vienen las empresas e inventan unos robots con los que se consigue que donde había diez obreros ya sólo se necesite uno. Sí, bueno, y ahora qué. ¿Es que alguien tiene ideas sobre qué hacer con esos nueve que sobran? A ideas que no sean mandarles al matadero, me refiero.
¡Jo! Mira que es complicado este mundo, cuando más se sofistica y libera de pesadas cargas más necesita del caos para restablecer el orden.
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