martes, 7 de agosto de 2012

La isla desierta



Me habían dicho que no había raíz cuadrada de números negativos y entonces descubrí i y los números complejos. Me habían dicho que no había logaritmos de números negativos y entonces di con la Identidad de Euler. Y, así, como una cosa lleva a otra, por querer encontrar el intríngulis de la citada Identidad, fui y me topé con las Series de Taylor. Y en ello estoy por el momento y con no pocos quebraderos de cabeza. Sarna a gusto que le dicen. 

Cuando Robinson Crusoe llega a su isla desierta es una persona normal o, por mejor decirlo, del montón. Está acostumbrado a comer, beber, vestirse, trasladarse y todas esas cosas que hacemos los humanos en la más absoluta inocencia de lo que en realidad suponen, o han supuesto, de esfuerzo civilizatorio, si es que así se puede decir. Y ahí está el dato y la gran ventaja de ser arrojado a una isla desierta, que por definición o, si mejor quieren, necesidad, estás obligado a perder la inocencia y tomar conciencia de la gran complejidad que se esconde detrás de las pequeñas cosas que utilizamos e ingerimos cotidianamente y las grandes dificultades que se hubieron de superar para que así pueda ser. Y por eso es que, ya, una vez en posesión de esa conciencia, truecas quejas en gracias a los dioses por todo lo que te es concedido al margen de su calidad y cantidad. Por así decirlo, ¡a tomar pol saco las pequeñas preferencias! 

Pues sí, la isla desierta devuelve a Robinson a unos orígenes muy especiales. Porque no tiene de nada de todas esas cosas que no sólo sabe que existen sino que, también, estaba habituado a utilizar como la cosa más natural del mundo. ¡Qué desgracia! Y, también, qué gran oportunidad. El inmenso placer de redescubrir la civilización. El pan, por ejemplo, ¿cuantas barreras a superar desde que encuentra una espiga de trigo nacida por casualidad? El estofado, otra necesidad que exige millones de experimentos previos antes de conseguir un material moldeable y que resista el fuego. Y así, todas y cada una de las cosas que desea, porque en la isla desierta nada cae del cielo. 

Descubrir. El mundo es una isla desierta que esconde un inmenso misterio cuyo desentrañamiento nos brinda una inagotable fuente de placer. Aunque, a veces, en mitad de ese proceso nos encontramos con la huella de un pie que nos llena de terror. Hasta que descubrimos cual es su origen y que también de ello podemos extraer beneficio si sabemos ser sabios. 

La isla desierta. ¡Qué gran paradoja! 




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