Cuando lo de María Castaña yo me hacía el estudiante en Madrid. Concretamente el tipo de estudiante tirando a culto que era una forma de sentirse mejor que los demás, o sea, la inmensa mayoría que se cultivaba leyendo "Marca". El caso es que había muchas cosas para ver y escuchar a precios muy asequibles, cuando no gratis, en aquel Madrid de los comienzos del desarrollismo. Estaban, por ejemplo, los conciertos de la naciente orquesta de Radio y Televisión Española que bajo la batuta de Igor Markievich tenían lugar todas las semanas en el Teatro Español. No me perdía ni uno. Iban allí muchos estudiantes de música que con partitura en mano denunciaban con escándalo las al parecer frecuentes pifias de la orquesta. A mi aquello me sorprendía y me encantaba. Y lamentaba profundamente ser tan cateto. Porque no me enteraba de nada. Todo me parecía de perlas y disfrutaba por escuchar en vivo lo que me sabía de memoria de tanto escucharlo en el tocadiscos.
Como es natural, donde hay ambientes cultos no puede dejar de haber ambientes cultísimos. Para minorías muy minoritarias que se solían dar cita en los conciertos que a la sazón tenían lugar en el Instituto Alemán sito en la Plaza de Ortega y Gasset, justo al lado de Ca la Juli donde me hospedaba. Una vez me dejé caer por allí y no entendí nada, así que me rajé. Mucho después comprendí que lo que allí se había estado cociendo era de Schoenberg hacia adelante. Tan hacia delante que un día hubo allí una sesión cuyos ecos me llegaron en forma de anonadamiento. Por lo visto, había llegado un tipo, se había sentado frente al piano, había abierto y cerrado la tapa tres veces a la vez que miraba un reloj que sacaba del bolsillo del chaleco. Pasados cuatro minutos y treinta y tres segundos se había levantado y largado de la sala. Se trataba sin duda de la composición 4´ 33´´ de John Cage, una especie de linea divisoria entre el antes y el después de la forma de ser culto. Como el urinario de Duchamp o algo por el estilo. Por así decirlo, en plan para minorías, "una abominación de la sedimentación simbólica en las obras artísticas como consecuencia del paso del tiempo y una exaltación de lo coyuntural, lo fugaz y lo contemporáneo. Una "abominación de la sedimentación simbólica" es, para los que no lo hayan entendido, aquello que tanta gracia le hacía al gran Alberto Pico cuando describía como las Inmaculadas de Murillo ya sólo servían para decorar las tapas de las cajas de dulce de membrillo.
En estas y otras cosas por el estilo di en pensar tras leer "A guide to John Cage´s music", un artículo aparecido en The Gaurdian que recomiendo muy vivamente a los que quieran abandonar la trillada senda de la sedimentación simbólica y comenzar a explorar por entre la vulgaridad y la nada de lo cotidiano que, si bien se sabe mirar, está llena de cosas que son como per lloguer cadires.
http://www.guardian.co.uk/music/tomserviceblog/2012/aug/13/john-cage-contemporary-music-guide
ResponderEliminarPues me imagino que en cualquier parte del mundo, a poco que uno rasque, encuentra cenáculos como los que tú dices de gente con la que aprender y de la que aprender. Hoy, no digamos, con el internet, pero hasta en la tísica Salamanca de mi juventud la había.
Lo de seguir una pieza musical con la partitura en la mano es una experiencia alucinante. Yo hace unos años empecé a practicarla y si bien hay que elegir obras no muy complicadas al principio, el esfuerzo merece mucho la pena. No hay que ser un experto en armonía para poder hacerlo.
Acabo de buscar el artículo sobre Cage, del que he puesto el enlace al principio de este comentario. Esa obra yo pensé interpretarla en un concurso de piano que había en mi pueblo hace unos diez años, pero me pareció que todavía no la tenía muy trabajada, así que lo dejé para que mi profesora no se enfadara por el bochorno público. En cualquier caso, siempre me ha impresionado la confesión que hizo el autor -está en la Wikipedia- sobre la génesis de la partitura. Un día, en una cabina de grabación, sintió nítidamente el latido de su corazón y el zumbido de su riego sanguíneo en su aparato auditivo. Comprendió que para los humanos el silencio absoluto no existe, de ahí el que no haya acuerdo si la masa sonora de esta obra en particular es negativa, o sea, el silencio del intérprete, o positiva, los ruidos inevitables de la sala o del ambiente exterior. Un problema muy peliagudo que tenemos todos, ¿es nuestra vida las acciones que obramos en ella, o la renuncia a las que elegimos no realizar a causa de aquéllas? Filosófico estas hoy, amigo Sancho. Pero si se habla de Cage, cómo evitarlo...
Gracias, Jacobo, por el comentario. Efectivamente en Cage todo es filosófico. Sobre todo los hechos. Su forma de vida siempre ha sido para mi una guía de la que hubiese querido salirme menos.
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