Hay un tal Sr. Buqueras al que pocos conocen, nadie hace caso y, sin embargo, es un tipo digno de los mayores respetos y agradecimientos. El Sr. Buqueras preside una Comisión para la Racionalización de los Horarios en España. Es decir una Comisión para lo que todos los indicadores socio-políticos-idiosincrásicos dan como una Misión Imposible. Y sin embargo...
El caso es que están estos días el Sr. Buqueras y sus presididos muy agitados con motivo de los horarios por los que se rige la, al decir de los entendidos, mejor liga de fútbol del mundo. Al parecer, los partidos que, para los que no lo sepan, duran dos horas, están programados para ser jugados a las once de la noche en vísperas de días laborables. Huelgan comentarios respecto a la insensatez de semejante organigrama.
Como les venía contando, mis correrías de días pasados por el Cerrato se han visto seriamente perjudicadas a causa del desbarajuste de horarios en el que vive inmerso el pueblo llano, es decir, el pueblo que de puro no tener nada que hacer en todo el día -ya les dije que los camareros son todos inmigrantes-, ha decidido, con mucho acierto al parecer, entronizar como lema de su vida aquel que fuera divisa de vándalos y demás campeadores: "los otros como si no existiesen hasta que no les necesito". Y así es que amparándose en la coartada que le presta el clima y la tradición se dedica a vivir de noche lo que es para el día y viceversa. Y al escaso pueblo que trabaja, o sea, que no es llano, que le den.
Bien, esa podría ser una forma de interpretar la realidad, por así decirlo, al modo benevolente. Pero hay otras maneras más retorcidas y no menos verosímiles de considerar esas enajenadas conductas. Maneras, digamos, freudianas, o sea, que tratan de desvelar los intríngulis del subconsciente, ese lugar del alma que ordena de forma insidiosa las conductas patológicas que sólo se consideran normales cuando se han convertido en costumbre.
Y así es que, hurgando unos y otros en ese subconsciente humano, se ha llegado a muchas y sabias conclusiones que tienen poca vuelta de hoja. Verbigracia, que el único real y verdadero consuelo del miserable es hacer todo el daño que pueda al prójimo. Eso sí, tiene que ser un hacer daño inocente, nonchalance, como el que no quiere la cosa, para que uno no sienta los pesares de la culpa. Un ¿pero qué de malo estoy haciendo yo si sólo trato de divertirme? Además, que son las fiestas del pueblo que han sido organizadas por el Sr. Alcalde.
En fin, poco futuro veo yo en esta España contemporánea a los altruistas designios del Sr. Buqueras. Y no por nada sino porque el grueso de la ciudadanía está formado, ya sea por miserables que necesitan más que el comer el consuelo del hacer daño y, por otra parte, por alcaldes ladinos que hacen del "pan y toros" el núcleo de su política municipal.
Lo demás, por añadidura, o sea, todos dormidos en el aula.
Cierta compañera mía de clase no tenía horario de dormir: se pasaba el día más o menos de fiesta y cuando le entraba el sueño -al principio a las tantas de la madrugada- se iba a dormir. Después de unos años el descontrol era tal que desarrolló un extraño insomnio de modo que era totalmente incapaz de controlar su ciclo de descanso. Temporadas enteras no iba por clase, y entonces sabíamos que le había pillado la hora de dormir por la mañana, que era el horario de las lecciones. Vivía en un piso con cuatro compañeras variopintas, todas ellas estudiantes de cosas de ciencias duras. A veces, aun sintiéndose despejada por la mañana, las acompañaba hasta su facultad de ciencias y, en lugar de ir a la nuestra de filología, se metía en aquella y escuchaba todas las clases de digamos cuarto de Física, sin entender ni una palabra; según contaba, lo que le atraía de aquello era precisamente lo arcano del tema, el estar allí -que diría mi abuela- como el negro en el sermón.
ResponderEliminarUno pensaría que con esta forma de ir por la universidad no aprobaría gran cosa. Pues no: lo cierto es que entre convocatorias de septiembre y febrero, sacó su título en los años justos y hasta convenció a su padre para que le subvencionara la ampliación del estudio y poder terminar otra especialidad en la misma escuela. Por desgracia un martes, a las cuatro de la madrugada, justamente en tu Plaza del Peso, tuvo un accidente, la policía le hizo soplar en la maquinita y dio cuatro o cinco veces lo que permitía la ley. El juez la condenó a un mes de prisión o en su defecto una multa más bien moderada. Ella, eligió la cárcel -estaba ilusionada y todo por la ºexperiencia¨- pero no se sabe qué alma compasiva llamó a su padre antes de que ella ingresara en la trena, él pagó la multa, cerró el grifo del dinero, y ahí no se acabó la cosa. No se acabó porque la chica es hoy en día funcionaria de la enseñanza, de esos que, dicho de aquella manera, tienen la sagrada misión de formar las nuevas generaciones de ciudadanos.
Es una historia muy larga, sorry. Pienso que quizá tenga moraleja.
Tú lo has dicho, tienen la sagrada misión de formar las nuevas generaciones de ciudadanos. Así que lo mejor que podemos hacer es encomendarnos a la Providencia Divina para que tire del caballo a tiempo a esa casta de dipsómanos noctámbulos.
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