martes, 2 de agosto de 2011

Dogville

De entrada quiero decirles que hay que tener mucho cuidado con las metáforas porque de sobra es sabido que el mundo está lleno de analfabetos funcionales que las interpretan al pie de la letra. O sea, un suponer, tu vas y dices que ese señor, o señora, tiene el pelo nevado y, entonces, serán muchos, y muchas, los que piensen que ha salido a la calle sin sombrero un día de invierno que nevaba.

Digo esto porque he leído que Lars von Trier ha dicho que, ahora, a la vista de lo que ha pasado en Noruega, se arrepiente de haber rodado "Dogville". Y es que "Dogville" es una metáfora a lo bestia de lo que es uno de los episodios más penosos de la vida de cualquier persona que consigue hacerse adulta, lo cual, aunque muchos no lo sepan, suele ser bastante raro. Sí, convénzanse, la mayoría se quedan, o nos quedamos, para hablar con más propiedad, en una especie de adolescencia eterna.

"Dogville" o la altanería. Una reflexión sobre la altanería. Porque, ¿quién les parece a ustedes más altanero, el padre que impone un orden por la fuerza o la hija que se caga en ese orden porque comprende y perdona las debilidades humanas que, según ella, siempre son la consecuencia de las circunstancias?

La niña se va de casa con toda su frescura a cuestas. Enfrenta el mundo con amor y el mundo le devuelve realidad. Cuesta comprender, cuesta aceptar, cuesta, en definitiva, apearse del burro y volver al redil. Volver con la amargura del desengaño. Dejando, eso sí, las cunetas del camino llenas de cadáveres, valga la metáfora.

Toda la película es fantástica, pero la conversación que tienen en el coche al final de la película padre e hija es genial. "Porque los perros actúan por instinto, pero si no les castigas nunca aprenden nada", dice el padre. Y las personas igual. Si no las haces responsables de sus actos se convierten en unos verdaderos hijos de perra. Es la dichosa impunidad tan consentida y promovida por ciertas ideologías deudoras, por lo general, del cristianismo sureño. No juzgues y no serás juzgado y todas esas chorradas.

Claro, Lars von Trier cuenta todo esto como lo suele hacer el cine, es decir, exagerando para que dure la impresión. Impresión que al irse apagando, como los sonidos, va haciendo patentes los diferentes armónicos que la componen. La arrogancia de la inocencia, el doloroso aprendizaje, la rabia del desengaño, el desahogo del poder.

"Desde cuando me das el poder", pregunta la hija.
"Desde ahora mismo si quieres", le responde el padre.

Como diría el clásico, para escapar solo hay que dar con el portillo del caer en la cuenta. Y la niña para entonces ya había caído en la cuenta de que el mundo, su mundo, sería mucho mejor si aquella gente no existiese. Ya se había convertido en juez. El siguiente paso, ser verdugo, estaba chupado. Porque hay cosas que uno las tiene que hacer por sí mismo.

El caso es que, por lo visto, el psicópata de Oslo tenía esta película como una de sus preferidas. Y, según parece, la tomó al pie de la letra. Nada de sutilezas.




   

2 comentarios:

  1. Lo de la literalidad es la gran mandanga de la historia: ya ves a los literalistas cristiano o a los islámicos. A pesar de que ha habido legiones de exegetas que se han comido el coco durante milenios para hablarnos de interpretaciones alegóricas, simbólicas y tal, todavía los tenemos encima.

    Y es que no hay nada más fácil que el literalismo, y nada más complicado que la exégesis: de ahí que la iglesia católica lo tenga como posesión propia y de ahí el coño de la Bernarda que son las iglesias protestantes.

    Cosa complicada la fe o la interpretación de la realidad, o el ser humano o vete tú a saber qué.

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  2. Efectivamente, es la gran mandanga. O el gran peligro, si quieres. No, por cierto, me viene de lejos el haber caído en la cuenta de lo cuidadoso que hay que ser cuando se habla con cualquiera que no sea un, por así decirlo, conocido habitual. Conviene calcular las palabras con pies de plomo para que no se presten a dobles interpretaciones porque hay mucha susceptibilidad en el ambiente que suele llevar a tomar el rábano por las hojas y ya la tenemos armada.

    Entre la ignorancia y el nulo sentido del humor... ya me dirás.

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