jueves, 11 de agosto de 2011

Barragen

Esta bien Miranda de Douro. Se nota que también allí pasaron unos años dorados. Y que ahora son negros. Y que la clase dirigente portuguesa tiene más clase que la clase dirigente española. Y que los arquitectos municipales cuidan su trabajo. Y que la gente, en general, no tiene miedo a que los demás vean lo que hacen en su jardín. En fin, cenamos bacalhau a bras. Y caldo verde. Si voy a Portugal y no como bacalhau a bras es como si no hubiese ido.

Hemos salido temprano. Con el aire todavía fresco. Todo parecía como si fuese el primer día de la creación. Pronto nos hemos metido por una carretera secundaria por la cosa del tráfico. No ha sido muy buena idea. Las secundarias en Portugal suelen ser penosas y más en una región que debe de ser de las más pobres del país. Y por pobre debe ser que está llena de esas maquinitas que se pasan el día dando marcha atrás para poder emitir su quejumbroso pitido. Y, luego, que como en un sitio pobre la gente suele ser pobre y los pobres, por lo general, no tienen nada que hacer, pues, entonces, van a toda leche de un sitio para otro para, supongo, tener la sensación de que están haciendo algo. Y te pasan rozando a una velocidad espeluznante. Y no paras de jugártela. Pero pronto hemos llegado a Vila Chá, un lugar en donde, al parecer, a muy poca gente se le ha perdido algo. Y luego, un poco más adelante, la bifurcación para ir a tomar de nuevo la general.

Al poco, ya estábamos en Sendín. Un refrigerio en una terraza emparrada que había a la entrada del pueblo y luego  a buscar un super para comprar agua. La tendera que nos la ha vendido ha alabado mucho nuestras piernas de ciclistas. Nos hemos aplicado las cremas a la sombra de los tilos del atrio de la iglesia y hemos seguido camino. El sol ya calentaba lo suyo, pero como esas eran las previsiones nada hemos objetado. Al poco, la bifurcación para Bemposta. Y por ende, Espanha. Para allá hemos tirado. A través del altiplano por esas carreteritas que en agosto están orladas con una cenefa de encaje dorado hecho con falsa avena. Hasta el pueblo de Bemposta y, luego, ¡puah!, el desideratum. Seis kilómetros de caída en picado hasta el barragen. Frenando todo el rato. Y eso que si hay algo que me guste es la caída libre, así, en plan un poco suicida. Pero era imposible. Era tanta la pendiente y tan cerradas las curvas que daba vértigo. Y más vértigo todavía si mirabas de reojo la serpiente que plateaba al otro lado del barranco. Porque ese era nuestro inmediato y oneroso destino.


Hemos parado en el barragen a echar un vistazo. Estaban en estado de obras. era tanta la furia de los elementos artificiales que sobrecogía. Y hacía pensar, pero para dentro por aquello de no dar la vara. Pensar en los Dédalos del presente y pedir a los dioses que no tengan hijos tan tontos como Icaro. Porque si a una obra de estas se le despegan las alas se arma la de Dios es Cristo. En fin, de nada sirve demorarse distrayéndose del porvenir. Al final siempre hay que afrontarlo.





Menos mal que compramos tres litros de agua en Sendin. De no haber sido así ni lo contamos. Seis kilómetros de subida sin tregua. Ríete tú de aquel calvario tan famoso. Bajo un sol de justicia. Sol de agosto y en su cenit. Háganse una idea de cómo habremos llegado a Fermoselle que al pedir habitación en una fonda nos han dado la que tienen reservada para clientes discapacitados. Pero mereció la pena, se lo juro.


Sométanse a semejante prueba y verán en que consiste una satisfacción como la que se siente cuando a la vuelta de una curva se topan con las primeras casas de un poblado. Y, luego, cuando se sientan a comer. Y cuando, después, se tumban en una cama impoluta... y el aire acondicionado, domage, no, porque a la compañía no se lo permite su religión. ¡Dios, porque nada podrá ser perfecto al cien por cien¡


2 comentarios:

  1. Con las religiones de los acompañantes hay que tener mucho cuidado, porque a uno le pueden llevar por la calle de la amargura. El del aire acondicionado es una variante quizá de lo más llevadera cuando se vive en un país sin demasiada humedad, en el que dejas correr el aire y santaspascuas, pero por el Oriente o las zonas tropicales puede ser realmente mortal. No es metáfora: ayer leía que con los treinta y cinco grados que habían alcanzado en Tokio varios abuelos habían pasado a mejor mundo por el empecinamiento de seguir las recomendaciones de ahorro energético del Gobierno y no usarlo. Por cierto, estas recomendaciones van dirigidas a la gente que lo puede soportar, no a los enfermos ni a los abuelos. Además, según parece, estos últimos llega un momento que no sienten la deshidratación y se quedan pajaritos de un rato para otro. En fin...

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  2. Pues, sí, la verdad, por aquí es llevadero, porque llega la noche y raro es que no tengas que ponerte a temblar para entrar en calor. Anoche fue una de esas noches raras. Y no fue por la religión sino porque el aparato era viejo o algo así. Pero hoy creo que será diferente.

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