A las seis y cuarto cuando hemos bajado a desayunar había cuatro romeros en el bar del Hostal. No sé cómo se le podían haber colado al camarero porque andaba de muy malas pulgas con todo lo que tuviese que ver con la fiesta. A nosotros, sin embargo, nos ha atendido con extrema amabilidad. Y es que yo creo que cada vez hay más gente mosqueada con lo de la política de diversión continuada. Cuando hemos salido a la carretera, todavía de noche, estaban las calles abarrotadas de jóvenes que parecían recién salidos de la ducha. Y es que esa es la impresión que consiguen dar con la moda al uso de pelos engominados. Todos con la cresta brillante. Supongo que tendrá algo que ver con el deseo de gallear, pero eso es cuestión resbaladiza apropiada para las lucubraciones de los gurús de las ciencias blandas.
Así que pedaleando, pedaleando, viendo salir el sol, disfrutando de la brisa mañanera, hemos llegado a Medina hacia las nueve, no sin antes haber hecho un corto alto en el camino para descabezar un sueñecillo. En Medina, lo primero, arreglar un pinchazo, el segundo del viaje. Después, buscar dónde tomar un pincho digno de tal nombre. Nos han aconsejado el bar Riodorado y, la verdad, no se han equivocado. Tenían allí unos huevos duros rellenos de cangrejo y rebozados que muy bien pudieran estar entre los mejores de los mejores, lo que ya es decir. Se los hemos alabado al dueño, lo cual, viendo la cara que ha puesto, no creo que haya caído en saco roto. Y con la misma, hemos seguido camino.
Hemos comido en el último bar de carretera antes de Palencia. Diría que peor, imposible. Pero ya todo daba igual porque lo único que deseaba era llegar. Ay, Dios, como dijo el clásico, parece que todo el trabajo se lo lleva el último esfuerzo. Bueno, han sido 85 kilómetros. Nunca me vi en tal aprieto.
Lo de la gomina irremediablemente lo asocio con Mario Conde, eso sí, él la llevaba en una época en la que estaba pasada de moda.
ResponderEliminarAquí la gente, en especial las mujeres, tienen unos pelos de natural preciosos: negros, sólidos, enérgicos, con cuerpo... pero se empeñan en teñirlos de rubio y resultan de un color desagradable que contrasta de modo muy feo con lo demás del rostro. Las chicas (o los chicos) que se niegan a esa moda me parecen el colmo de la elegancia. De hecho nunca he visto a una gran concertista, poeta o persona de buen gusto que no lleve su cabello natural. Qué cruz esa de querer ser diferente al resto para acabar siendo todos iguales. Difícil de comprender, por lo menos para mí...
Esa es la paradoja de la moda. Siempre me llamó la atención. Absolutamente ingenuo. Querer diferenciarse pasando desapercibido. La búsqueda de una identidad propia por medios espúreos. Es curioso ver a personas muy mayores que siguen acogidas a la moda de su juventud. Y, entonces, de esa manera, sí puede que consigan diferenciarse.
ResponderEliminar