lunes, 5 de noviembre de 2012

Burn after reading



Reconozco que me gusta el cine. Desde niño, por así decirlo. Pero no soy ni mucho menos uno de esos apasionados al uso. Me he tirado largas temporadas sin catarlo y no sentía sentimiento alguno de carencia. Simplemente, supongo, era que tenía otras posibilidades de entretenimiento que me atraían más. Y luego, también, que quizá llegó una época, los años ochenta o así, en la que lo poco que veía me parecía una castaña. Era aquel cine que a los que venían de los ambientes conocidos como progres les dio por decir que era "fresco". ¿Fresco? ¿Qué demonios querían decir cuando decían fresco? A lo mejor que trataba temas como el de la homosexualidad o las drogas de una forma natural. O sea, sin aspavientos y más que nada en clave de comedia. Sí, en cualquier caso, dio para mucho lo de "fresco". Bueno, últimamente he escuchado lo de "poema". Que tal película es un poema. La repanocha, vamos. El caso es sintetizarlo todo en una palabra de moda y todos contentos porque todos lo entienden. En fin, vamos a dejarlo. 

El caso es que los últimos años, circunstancias obligan, no se puede dejar de lado la menor posibilidad que se presente de robarle unas horas, o minutos, al estado de conciencia de uno mismo en el que se tiende a quedar atrapado cuando la vida está instalada en el ocio permanente. Y el cine, qué duda cabe, es un buen instrumento al respecto. Uno se puede pasar un par de horas flotando en la nubes, más, luego, el más o menos largo rastro de impresiones mientras vas descendiendo a la realidad. Una bicoca, porque, además, no cuesta un duro. O casi. 

Y estando en esas, mayormente inmerso en las delicias del clasicismo, voy y me topo con los hermanos Coen, Joel y Ethan. Veo "Fargo", veo "El Gran Lewosky" y quedo prendado. Por fin algo contemporáneo que tiene que ver con el mundo en el que vivo. Es lo que hay, más cómico que trágico por muy trágico que sea. Anoche le tocó el turno a "Burn after reading". Un disparate. Pero es que qué otra cosa es todo este tinglado que tenemos montado. Las personas no podemos poner límite a nuestras ansias de placer. El entorno nos lo exige so pena de quiebra económica. Y claro, cuando se anda por las alturas, concretamente en los alrededores de Capitol Hill, porque no se equivoquen, todos andamos por ahí, desaparecen los tapujos y se va al grano, es decir a los orgasmos. Es lo que tiene este mundo, que internet mediante y demás, no es que nos metamos en la cama con Obama y Michelle, pero casi. En fin, que aquí estamos para gozar y todo lo que se haga en ese sentido va en la dirección correcta. Y no importa que la cosa acabe en tragedia porque pesa mucho más todo lo que nos hemos reído por el camino. Es lo que hay. 

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