miércoles, 9 de mayo de 2012

Conjeturando que es gerundio




Reconozco que tengo una tendencia, acaso enfermiza, a reiterarme en ciertas cuestiones que tienen que ver con la metodología del pensamiento. Y no creo que lo haga por convencer a alguien de mis tesis como no sea a mí mismo. Porque uno necesita estar siempre en guardia so pena de deslizarse una y otra vez por la resbaladiza pendiente de los errores conceptuales. 


De muy antiguo se sabe que, a causa de la omnipoderosa pereza mental que todo lo impregna, suelen los humanos convertir sus fugaces intuiciones en sólidas opiniones. Opiniones que, luego, de tanto repetirlas, acaban por ser consideradas como certezas, o convicciones, sin que para ello hayan sido necesarias las certificaciones expedidas por la autoridad competente en la materia. 


Creo que fue Ortega el que dijo que para pensar como es debido primero había que aprender alemán. Bien, parece ser que los hechos le están dando la razón. Porque podría ser que la actual situación de Alemania en el concierto de las naciones fuese la causa directa de su recto pensamiento. Su no caer con insistencia en el garrafal error conceptual de confundir las conjeturas con los hechos probados. Porque esa es la cuestión, que de Alemania para abajo, y algunos de los para arriba, no hacen otra cosa que estar los adversarios políticos todo el día tirándose los unos a los otros conjeturas a cual más disparatada sin otra consecuencia que la que ya señaló el clásico aragonés: caer todos ellos con más daño que escarmiento. 


Uno lo comprende en cierta medida porque los hechos en sí son tozudos y por tanto sumamente aburridos. Lo que es, es y punto. Mientras que la conjetura, ¡ay!, da para todo tipo de lucimientos florales. Coges, agarras y enfilas una suposición más o menos plausible y, a poco arte que te des, ya no hay quien te pare. O sea, que empiezas con pretensiones de analista y terminas con hechos de entertainer, esa profesión de la que tan necesitada está una sociedad cuyo mayor problema, y esto no conjetura, es el aburrimiento. 


Y digo que no es conjetura porque lo puedo demostrar con un aparato de medida de mi invención, el aburridómetro, que cualquier día de estos tendré sumo gusto en presentarles. Hechos en definitiva. Tiempo libre en el polo positivo, pereza mental en el negativo. Si las respectivas cargas aumentan, sabe dios qué tipo de dialéctrico tendrás que interponer para que no salten chispas de ingenio que a nada que te descuides te pueden llevar a ganar cualquiera de los infinitos juegos florales que se celebran por doquier en nuestro país de ensueño. 


Así que, ya digo -para mí sobre todo-, más hechos y menos conjeturas. O, lo que es lo mismo, más matemáticas y menos entertainment.  
  

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