¡Goooooooooooooooooooool!
En realidad es difícil saber si lo que hemos padecido o disfrutado algunos, según como se mire, los días pasados ha sido un campeonato de fútbol u otro de ditirambos. Bueno, yo me regocijo y mucho de que hayan ganado los chicos de la selección española de fútbol porque, al fin y al cabo, España es el país en el que he nacido y vivo por el querer de los dioses que no por el mío. Seguramente se lo han merecido y, por otra parte, debido al valor simbólico que se le da a estos acontecimientos, la victoria habrá servido de consuelo a no pocas personas atribuladas por la coyuntura que estamos atravesando que, huelga decir, no es especialmente alentadora.
Pero lo de los ditirambos, qué quieren que les diga. Para mí que esto nos lo han pegado los argentinos que, como todo el mundo sabe, es gente a la que se le va casi toda la fuerza por la boca. Tirarse media hora pronunciando la o de gol a todo volumen cada vez que alguien mete el esférico en la red es una costumbre que no por venir de aquel lejano lugar es menos ridícula e, incluso, idiota. Porque, no nos engañemos, mostrar tan extremado entusiasmo por algo de tan poca importancia real como es un gol y que, además, es obra de otro, sólo lo puede hacer un idiota de remate o, quizá también, un fingidor redomado que pretende suscitar emociones desproporcionadas en sus seguidores. Un orgasmo, un suponer.
Pues sí, ni extasis con la selección, ni Iker es un mito eterno, ni España es única y eterna, ni ha cambiado el fútbol, ni nada de nada que no sea un campeonato más de los muchos que se juegan y que, si eres participante asiduo, a la diez, a la cincuenta o a la cien, acabas por ganar. Y no por nada especial, simplemente es que hay unas leyes matemáticas que son infalibles y así lo atestiguan. Y es natural que, entonces, quiénes se identifiquen con los vencedores, tengan su pequeña gloria, pero, ya digo, pequeña, porque de lo contrario están poniendo demasiada carne en lo que ni es asador ni es nada. En fin, que menos da una piedra, y cualquier distracción se agradece. Y eso es lo que cuenta.
Por lo demás, uno, que es incapaz de concentrarse en las evoluciones de lo que está en juego en el campo, contento con que le dejen toda la ciudad y las carreteras que la circundan para exclusivo uso privado, valga el pleonasmo. Entonces voy, agarro la bicicleta y me doy unos garbeos por donde en las condiciones habituales es imposible hacerlo.
Y luego, cuando el ditirambo se extingue, levantas la mirada y compruebas que allí sigue la prima de riesgo, tan pichi, como si Iker fuese mortal. Que lo es.
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