Hay pocas cosas que me fastidien más que traer a colación a esa gente. Me había prometido que nunca mais, pero no es fácil porque día sí y al siguiente también aparecen por todas partes lanzando sus amenazas.
Esta vez dicen que el "gran timonel" se ha reunido a puerta cerrada con sus trescientos generales... sí, si, trescientos, ni uno más ni uno menos, para decirles que ahora o nunca. Ahora o nunca, hemos de suponer, el "asalto final". Luego, como para suavizar la bravata, añade que será cosa de las dos próximas legislaturas. O sea, ocho años. Ocho años de lamerse las llagas, de dulce lamentar de los trescientos generales haciendo coro al gran timonel. Imagínense el espanto. ¡Denles la independencia ya, porfa!
Pero es que todo eso no sólo es cuestión de corrosión moral sobre nuestros espíritus. Es que todo parece indicar que está perjudicando seriamente a nuestros bolsillos. Porque ningún inversor en su sano juicio arriesga su dinero en un país que no sabe cuales serán sus fronteras mañana. Quién sabe, lo mismo se lían a tortas por un mojón sobre el que las partes no se ponen de acuerdo.
En fin, que qué desgracia nos ha caído encima. Es que es como una pestilencia que todo lo contamina. Hace tres días, por poner un ejemplo, estaba yo tan ricamente sentado en un terraza del Paseo Cupido de Reinosa. Me disponía a tomar un pequeño refrigerio antes de lanzarme a rodar Hoces abajo. Apareció el camarero con el pedido: un cortado y un bocadillito de jamón. Un pan de Reinosa, o sea, exquisito, y un jamón de tres chorreras por lo menos. ¿Y saben que imbecilidad habían cometido los cocineros? Habían puesto tomate entre el jamón y el pan. ¡Por Dios bendito, buen hombre, eso se hace cuando el jamón y el pan es una mierda! Como el de allá, de donde los trescientos generales. Con material de Reinosa eso es un crimen. Pues bien, ¿por qué ponen tomate al pan en Reinosa? Se lo diré: porque están contaminados por los de donde los trescientos generales. Tan hondo ha calado el mensaje pestilente que no importa destrozar el mejor pan del mundo. ¡Qué desgracia!
En fin, mejor dejarlo.
Mezclar el culo con las témporas es la mejor manera de que nadie te haga caso. Hace escasos días presencié como una niña de seis años, natural de UK, probó por primera vez en su vida el pan con tomate, le encantó, se relamía, a pesar de que tenía a su abasto otros alimentos exquisitos siguió prefiriendo el pan untado con tomate, aceite y sal.
ResponderEliminarSí, es ya muy cansino. Si no promovemos nosotros la independencia de España con respecto a Catalun-ya, este tostón se va a repetir por los siglos de los siglos. Que se vayan benditos de Dios. Por mucho más pobres que seamos, nos vamos a quedar muy agusto sin tanta matraca. Regla número uno: no te trates con quien te desprecia.
ResponderEliminarEl pan con tomate: yo a veces lo tomo, con aceite y su pizquita de sal y hasta pimienta, pero el puntito dulce del tomate me desagrada mucho que se pase al jamón. Pero habrá gente para todo. Yo he visto a quien le echa a un café delicioso una rodaja de limón, así que...
Sí, ojalá, hubiese para eso una cirugía limpia. El problema es lo entrelazados que están los intereses. Imagínate los cortes tan brutales que serían necesarios. Iba a costar mucho cicatrizar eso en el caso de que se consiguiese. En cualquier caso algo habría que inventar para acabar con la matraca. Por ejemplo negarse a comer pan con tomate y todo lo que huela a trescientos generales.
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