El cartel esta pegado en las paredes del barrio por doquier. Cuando lo vi pensé que iba de coña. Pero no, qué va, es el anuncio de una exhibición más de las habilidades del machito español. Lástima que esas habilidades cuenten poco a la hora de cuadrar balances. Concurso de recortadores. ¡A ver quién da más!
El caso es que hoy me entero de que, con concurso o sin él, van a recortar las prestaciones de la biblioteca central del Comunidad de Cantabria Y Demás Hierbas. Van a mandar a su casa a veinte de los trabajadores que andaban por allí y van a cerrar sábados y domingos.
Yo, cuando vi esa biblioteca hice algunos comentarios críticos que no me pareció que fuesen muy bien acogidos. En principio me pareció mucha col para tan pequeño caracol. Acababa de ver la biblioteca municipal de Palencia y no había color. Juraría que en la de Palencia, infinitamente más modesta de continente, hay como cien veces más de fondos. De cine, ya, ni hablo, porque en esta de Santander, a la escasez de películas hay que añadir el grado de deterioro en que se encuentran. La mayoría no se pueden ver enteras.
Reconozco que la Biblioteca Central es un gran espacio de encuentro. Como la Estación de Pensilvania de New York o algo así. Grandes espacios, wifi, mesas, sillas y butacas, prensa nacional, fines de semana abierto. Todo eso está muy bien para aliviar los ocios del personal más avisado, pero... los perinquinosos peros que decía el gran maestro Critilo, cuesta mucho dinero mantenerlo que de alguna parte ha de salir.
Al final, como es preceptivo que diría un sindicalista, la naturaleza hace su trabajo y las aguas vuelven a su cauce. Hay lo que hay y estamos en los tiempos que estamos... que no son malos, por cierto, en lo que a gratuidades hace. Nunca estuvieron todos los libros del mundo más al alcance de cualquiera.
El problema es que hay unos políticos ignorantes y listillos que gobiernan a una población de nostálgicos ociosos más o menos depresivos. Una cosa sobre otra te da como resultado montajes ampulosos e inútiles, y carísimos por demás, propios de tiempos pretéritos. ¿¡Por Dios bendito, pero a donde va usted con una biblioteca como esa en pleno siglo XXI!? Todo apariencia, como gusta a los ignorantes y a los nostálgicos, y escaso contenido como anhelan los perezosos mentales. Los unos sobre los otros, el baile de los vampiros. Y a chupar de la piragua.
Pues no, mire usted. Cualquiera que se haya preocupado un poco por saber de qué van las cosas de este mundo sabe de sobra que hacer una biblioteca pública como esa de la que estamos hablado en estos tiempos que corren es una mamarrachada. Hoy día todo el que quiere sabe que, coges, agarras, haces click con el ratón, y en menos de lo que canta un gallo ya tienes el libro que deseas en el ordenador. Luego, si quieres, lo pasas a un kindle para poder leerlo mientras vas en el tren, autobús o metro. Es muy sencillo todo, y si las autoridades quieren echar una mano por aquello de no verse marginadas en algo tan prestigioso pueden facilitar portales en los que la descarga sea más sencilla si cabe.
En fin, que qué caro es pasar por el aro cuando uno se resiste.
Yo, vicioso de los libros de papel, no puedo estar más de acuerdo. Incluso si uno no soporta los aparatos, cualquier libro que merezca la pena lo encuentras por cuatro perras a poco que lo busques en internet. Bien se sabe que si uno quiere tomar la medida de la civilización de una gente, basta entrar en sus bibliotecas: cualquiera que haya pisado el Reading room de la Biblioteca Británica sabe de qué estoy hablando.
ResponderEliminarVivir en este país, aun cuando todos los días no tenemos un terremoto de escala nueve ni se nos excacharra una nuclear, puede ser algo fastidioso. Pero a mí cuando me preguntan por qué me quedé a vivir aquí digo que algo tendrá que ver el que me guste andar rodeado de gente que ama los libros y la música (la de verdad). Y eso.
Si, estás muy bien ahí. Los terremotos y fukosimas, pecata minuta por comparación con lo que hubieses tenido que aguantar si te hubieses quedado aquí. A mí me hace muy feliz que tú estés ahí y mis hijas estén en Londres. Son unas posibilidades que ofrecen estos tiempos y me parece pecado mortal no utilizarlas.
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