Al pasar por Boadilla de Rioseco he podido comprobar que tienen una calle dedicada a Fragoso del Toro. Fragoso del Toro era periodista, pero por lo que le conocía todo el mundo no era por sus méritos profesionales, que quizá los tuviese, sino porque era ese tipo de hombre que, por decirlo en luminosa expresión del inolvidable Dr. López Vélez, entra por el portal de su casa bajándose los pantalones. Y así era que no había año en el que no cayese un hijo. Acaso dos. Acumuló tantos que, año tras año, en la fecha convenida, en ceremonia organizada al efecto, Su Excelencia el Generalísimo le hacía entrega del galardón al que se había hecho acreedor por su inigualable puntería genésica. Efectivamente el señor Fragoso del Toro era como un toro y además como un toro fragoso. Y ahí residía precisamente la gracia y encanto de aquellas exaltaciones patrióticas encaminadas a repoblar los páramos, en que su máximo exponente unía a la función el nombre más apropiado que se podía concebir. Porque, imagínense que soso hubiese quedado todo si en vez de Fragoso del Toro el galardonado se hubiese llamado Manso del Cordero. Sin duda no hubiese sido lo mismo.
El caso es que si me ha dado por divagar a propósito del Sr. Fragoso del Toro no ha sido por casualidad. Es porque últimamente estoy comprobando que, por lo que sea a la gente le está dando por nombrar a las cosas de una forma un tanto chocante. El otro día entramos a comer en una bodega de Santander y el vino que nos dieron con el menú se llamaba "gulag". En otro lugar el vino se llamaba "rictus", una palabra que aunque debe significar gesto se le suele asociar al gesto que se pone cuando uno la está palmando. Rictus de muerte, se suele decir. Y hoy, al parar en la plaza mayor de Villada he visto que hay allí una fonda que se llama "La carcel". No sé, pero me da qué pensar todo esto. Acaso sea, me digo, que la crisis y todo eso hace aflorar el gusto por lo siniestro. Es difícil saberlo.
Total que hoy hemos recorrido los 50 kilómetros o así que separan Villalón de Carrión de los Condes de una sentada. Y con el viento en contra todo el rato para más inri. Hemos llegado reventados, justo a tiempo para repostar en el restaurante Cortes. Estaba de bote en bote, pero el dueño nos ha reconocido de anteriores incursiones y nos ha instalado al momento. El dueño es un francés, creo, de apellido Lacort. Y desde luego que sabe bien lo que se hace porque parece tener acaparada toda la hostelería de Carrión. O casi toda. Y es que se lo sabe montar. La comida está muy buena y el ambiente, mezcla de autóctonos y peregrinos acomodados, es, ya digo, bon enfant. Y no falta el humor: hoy hemos comido manos de ministro que es como en el restaurante Cortés llaman a las manitas de cerdo. En fin, estaban deliciosas, igual que las alubias pintas del principio. Aunque claro, después de toda la mañana pedaleando contra la brisa del norte...
Bueno, me parece que con esto y un bizcocho... mañana decidiremos, pero por mí, de aquí a Frómista a tomar el tren y a dormir en casa.
Lo siento, chacho, pero esa calle está dedicada a Víctor Fragoso, no a Manuel (creo que era), el padre de los veinte niños, todos sobrevivientes, lo que tiene su mérito.
ResponderEliminarFíjate tú la que montarían hoy las feministas: en todos los papeles de la época se habla sobre todod del mérito del padre. El nombre de la madre casi ni ha pasado a la posteridad.
Por cierto, un compañero mío del instituto tenía dieciséis hermanos. Su padre, que era empresario, nunca estaba en casa. Era una familia de lo más estrambótica. Se enriquecieron tres o cuatro veces, las mismas que se arruinaron. Una temporada comían mejor que en un restaurante de cuatro tenedores y a la siguiente casi pasaban hambre. Finalmente ningún hermano, que yo sepa, hizo estudios, pero se manejaron en la vida de forma envidiable, con sus propios negocios y cosas así. Da que pensar.
Pues no, el gran Fragoso se llamaba Jesús. En cualquier caso, a pesar de sus merecimientos no es el de la calle. No he encontrado en internet qué haría el tal Víctor para merecer la calle. Del gran Padre hay bastante información, incluso su obituario.
ResponderEliminarBueno, sea el que sea de la saga, no me digas que no tiene miga la cosa. Por usar el lenguaje al uso, el tío debía entrar a matar a ojos ciegas. Por cierto que hoy mientras estaba comiendo en donde lo del vino Gulag se me ha presentado un señor que me conocía de la infancia y hemos estados hablando de unos amigos comunes que son 16 hermanos. Parece ser que a todos les fue más o menos bien, aunque algunos la han palmado ya y a otros les ataca el alzehimer. En fin. 16 es una buena escuela de vida en lo que hace a la competitividad.
ResponderEliminar