Mañana volverá a ser San Fermín. Y mucha gente se pondrá "mirando para Pamplona". Y habrá quién diga, pues mira que simpático y original. Y otros, mira tú qué burrada. Y entonces iré yo y, así, como el que no quiere la cosa, cumpliré setenta años que es mucho y es nada según cómo se mire.
Un montón de recuerdos que van y vienen al ritmo y color de los estados del ánimo con la consiguiente repercusión en los niveles de autoestima. Nada en definitiva que no le pase a cualquiera sea el que sea su coeficiente intelectual.
Y sí, a veces dices, si hubiese sido más espabilado hubiese hecho esto y lo otro y ahora estaría... y de inmediato caes en en la cuenta de que es uno de los pensamientos más estúpidos que se pueden tener. Porque si las cosas hubiesen sido de otro modo, a lo mejor... pero también podría ser que estuvieses muerto. O en la trena.
Y entonces das gracias a los Dioses por lo que te dieron que, a fin de cuentas, no es otra cosa que lo que sabes. Si sabes, tienes; si no sabes, no tienes. En cualquier caso, puestos en lo mejor, siempre tienes muy poco porque, lo que se dice saber, apenas se sabe nada. Aunque también es verdad que ese casi nada de saber puede ser fuente de muchos regocijos.
En fin, sea como sea, el caso es que uno todavía tiene ganas de dar paseos, sea a pie o en bicicleta, sólo o acompañado. Y de ver películas. Y de leer novelas. Y de resolver ecuaciones. Y de estudiar una nueva partitura. Y de vaciar unas botellas con los amigos. Y de enfrentarse a la estupidez allá donde te la topes aun a riesgo de ver la propia cara partida. Y de unas cuantas cosas más que ahora no se me ocurren.
Y, luego, lo mejor, que no sé como me las he apañado para conseguir que mi entorno me respete y no se dedique a darme la vara con felicitaciones y ordinarieces por estilo. ¡Jo, qué alivio!
De una cosa no te puedes quejar: de los amigos que tienes que, año tras año cada san Fermín, pasamos de felicitarte solo por darte gusto.
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