Yo, ya hace mucho que aprendí a cagarme encima de todo eso que llaman multiculturalismo. En cualquier caso sólo lo acepto si me dejan decir que hay siete mil millones de culturas, tantas como individuos hay sobre el planeta. Y no es que deje de comprender que la chusma de cada rincón esté apegada a costumbres o tradiciones que aunque son particulares y diferentes en las formas, en poco difieren en el fondo de las de los otros rincones por muy alejados que estén. Pero, ya digo, es sólo cosa de la chusma, porque cuando alguien se eleva por encima de ella automáticamente se convierte en ciudadano del mundo y ya sólo le preocupan las vicisitudes de Hamlet, los misterios del número e, la duración de los orgasmos, y muy pocas cosas más.
De todas formas, tampoco está bien dar imagen de exagerado y, por tal, voy a admitirles algunas diferencias entre las colectividades humanas surgidas al calor de la geografía. Concretamente, de la densidad demográfica. Porque mi intuición, mi experiencia, o lo que sea, me dicen que hay un punto crítico de esa densidad en la que el ser colectivo deviene individuo anónimo. O sea, de ir por la calle saludando a diestro y siniestro a pasar años deambulando de aquí para allá sin encontrarte un solo conocido. Y esa, créanme, no es cuestión baladí. Ni mucho menos.
Por así decirlo, provincia y metrópolis generan formas diferentes de mantenimiento del tipo. Y supongo que ello tiene que ver con la diferente relación que se establece entre la apariencia y el mérito en uno y otro sitio. En fin, huelga toda explicación al respecto porque ya sabemos de sobra en donde acaban por lo general las personas meritorias nacidas en las provincias. Por muy feas que sean.
Sólo una cosa más les diré, soy ya tan viejo y espero tan poco, que me la refanfinfla estar aquí o allá. Lo único que deseo, sea donde sea, es tener vecinos civilizados. Que no metan ruidos innecesarios y cosas así. Por lo demás, me seguirá importando un rábano lo que digan de mi. Pienso continuar haciendo y diciendo lo que me dé la gana con el único cuidado de no molestar a los que me inspiran respeto, ya sea por considerarlos personas meritorias, ya sea porque dan evidencia de suspicacia violenta.
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