Pido perdón de antemano porque soy consciente de que no soy el más indicado para tirar la primera piedra.
Sostenía Charlote Rampling que las mujeres guapas son prioritarias para muchas tareas sin estar en absoluto avaladas por el mérito. Bien, no es ese el caso de la señora de la foto, la juez Ayala, que por si no lo saben también es España. De vez en cuando conviene constatar cosas así para no caer en la desesperación.
El caso es que la juez Ayala anda estos días instruyendo un sumario que podríamos calificar de insólito si no fuese porque la experiencia dicta lo contrario. Desgraciadamente de raro, extraño y desacostumbrado no tiene nada. Más bien, todo lo contrario. Robar lo que sea y donde sea con tal de poder seguir esnifando cocaína es el pan nuestro de cada día. Pero, claro, hay casos y casos y el que viene ocupando a la juez Ayala reune suficientes ingredientes para constituirse de por sí en historia para no dormir.
Un jerifalte de la Junta de Andalucía, haciendo extrañas migas con su chófer, se dedicaba a sustraer enormes sumas de dinero de las arcas públicas para poder irse por ahí de juerga. Con coche y chófer oficial, por supuesto, que el tipo no se cortaba un pelo. Copas, cocaína, regalitos y, apostaría que también, nenas, o nenes, que pal caso... porque el tipo, por si no lo saben, era Director General de Trabajo, o sea, que su principal misión en esta vida era dar trabajo a cuanta más gente, mejor. ¡Y vive Dios que sí lo hacía! Porque, desengáñense, si hay un nicho de empleo inagotable ese es el de la industria del vicio. Y en Sevilla, ¡ya te digo! Desde los tiempos de Guzmán de Alfarache. Y puede que desde mucho antes.
En realidad, lo que me sorprende de todo esto no es el hecho en sí sino su dilatación en el tiempo. ¿Cómo es posible que una cosa así se pueda camuflar durante días, meses, años? Sólo me cabe una explicación: una sociedad moralmente podrida. Una sociedad perruna, de lealtades acríticas, y cobardía generalizada.
No te metas en lo que no te importa que te puede salir caro. ¡Pero, hombre de Dios, cómo que no me importa! El otro día, cuando fuimos a Bilbao, nada menos que Bilbao, entramos a comer en un restaurante. Mientras esperábamos que nos ubicasen sufríamos el tormento que nos infligía un infante tocando el tambor. Estaba el rufián en una mesa grande rodeado de padres, tíos y abuelos. Una docena o así, en total. Todos celebraban lo que estaba haciendo el niño. Nadie de entre los atormentados se atrevía a decir nada. Ni camareros ni clientes. Pero, claro, lo que no sabía aquella gente soez era que entre los que esperábamos mesa había una experta en desfacer entuertos educativos. Así fue que María se acercó a la mesa, dijo no sé qué cuatro palabras y el niño ceso de molestar con el consiguiente malestar de toda su familia. Nos sentaron en una mesa al lado de la suya y pudimos experimentar durante toda la comida el odio de sus miradas. Pero el niño no volvió a darle al tambor a pesar de las instigaciones permanentes a tal efecto del que parecía su abuelo. Sus padres, más letrados seguramente, se lo impidieron.
Dirán que qué tendrá que ver lo uno con lo otro. Para mí tiene que ver todo. Es la permisividad de las pequeñas injusticias la que alimenta las grandes. Es decir, el incivismo es la madre de la corrupción. Y de ahí que sea tan necesario que nos pongamos todos desagradables cuando la ocasión lo merece. Aunque a veces nos equivoquemos, que también en este asunto, y tal y como están las cosas, más vale que sobre que no que falte.
Cuando uno piensa en que hemos estado gobernados por gente como González, Guerra y tal, se acuerda de aquella frase de Adam Smith de que en cualquier gran nación hay mucha ruina. Debe de ser así, porque si no no se explica que hayamos podido vivir tantos años como hemos vivido.
ResponderEliminarReconocerás conmigo, querido Jacobo, que nunca hubo otro igual que González para vender burros teñidos en las ferias. ¡Se lo digo honestamente! Y Guerra, bueno, ese con todo lo que sabe de música... de cabeza a la Filarmónica de Berlín.
ResponderEliminarFíjate cómo le vendió el burro a Garzón, tanto que de querer meterlo en la cárcel de por vida pasó a ser su número dos en la lista de Madrid... aunque luego, cuando al burro se le cayó el tinte lo quiso empapelar de nuevo y, a pesar de todo, no lo consiguió. A Guerra, qué decir; padres y hermanos, parientes lejanos, que repite ahora Bono, muy amigo de él, por cierto.
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