martes, 24 de enero de 2012

¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?


Nuestra Vicepresidenta del Gobierno tiene un marido que no cree en esas cosas. Por eso la Vicepresidenta está casada por lo civil y sólo por lo civil. Y nada parece indicar que por ello le vaya mal a la Vicepresidenta. A todas luces, Dios está haciendo la vista gorda al respecto. Bueno, por lo menos hasta ahora que ha creído oportuno entretenerse tendiéndola una trampa. Porque es que Dios lo sabe todo y lo que mejor sabe es que sus guardianes se adormecen si no les echa carnaza y, entonces, adiós chiringuito. 


El caso es que el alcalde de Valladolid ha invitado a la Vicepresidenta a pronunciar el pregón de la Semana Santa Vallisoletana que como todos ustedes saben es un acontecimiento catalogado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. O sea, lo más de lo más en lo que a atracción turística se refiere. La Vicepresidenta, ni que decir tiene, ha aceptado gustosa. Y entonces, ¡ay!, han saltado los fusibles. La Semana Santa, ha dicho el Arzobismo de Valladolid es un hecho religioso y, por tanto, debieran haberme consultado antes de nombrar a la pregonera. Porque el Arzobispo es un hombre tolerante y tal, pero su religión no le permite considerar a la Vicepresidenta de otra forma que como una mujer pecadora. En fin, ya digo, carnaza para los guardianes de la ortodoxia. 


A mí, la verdad, me cuesta un montón entender cómo pueden seguir funcionando tan bien todas estas cosas. No puedo encontrar otra explicación que la total degradación mental de ese espécimen que se ha dado en llamar "turista accidental". Bueno, comprendo que un nórdico se vaya quince días a una playa del sur a beber gintonics debajo de una sombrilla, pero clavarse una Semana Santa... eso, desde luego, para mí es signo  patognomónico de deterioro neuronal. 


Recuerdo un año, por los rimeros sesenta, que, ante la evidencia de que el ambiente estaba enrarecido en la casa familiar, decidí quedarme a pasar la Semana Santa en Valladolid en donde a la sazón cursaba estudios de medicina. Tengo que confesarlo: no recuerdo otra ocasión en la que haya pasado tanto tiempo seguido borracho. Por la mañana, por la tarde, por la noche, todo invitaba a la ebriedad. La clandestinidad proporcionada por las puertas entornadas de los bares era motivo de una mayor exaltación de la amistad con el consiguiente aumento de las rondas. Se bebía, se jugaba a las chapas, se celebraban las obscenidades, se escarnecía al clero y se tuteaba a la autoridad que también estaba borracha. Mientras tanto, en las calles, las mujeres y los niños aguantaban a pie firme esperando la llegada las procesiones. Y en la Plaza Mayor y aledaños, en tribunas levantadas al efecto, los turistas con sus super8 en ristre se impacientaban por la parsimonia del espectáculo. 


Nunca se me olvidará aquel Jueves Santo que relucía más que el sol. No nos habíamos acostado con motivo de la inexcusable asistencia a una procesión nocturna llamada del Silencio. Ya en la citada  procesión nos habían pegado varios toques a causa de nuestra inoportuna locuacidad. Porque estábamos  pillados: si callábamos nos entraba la risa y no sabíamos qué era lo que peor podía sentarles a los que iban allí en plan serio. En resumidas cuentas, que era ya media mañana cuando nos acercamos a la Plaza Mayor donde iba a tener lugar la, por así decirlo, cúspide de la devoción colectiva: el sermón de Las Siete Palabras. Las que se supone que pronunció Jesucristo cuando estaba en la cruz a punto de hacer mutis. La cosa empezó con una canción que se echó desde el balcón del ayuntamiento una señora peruana de mucho renombre por aquel entonces. Después, silencio sepulcral, y, de pronto, un dominico con mucho caché, empezó atronar por los altavoces: ¡Padre!¿Por qué me has abandonado? Primera ristra de chistes y primera lluvia de miradas hostiles. Y así hasta la tercera o cuarta palabra en la que unos señores salidos de no sé donde nos echaron de allí como quien dice a patadas. Así que nos fuimos para la calle Correos, justo allí detrás, donde las celebraciones dionisiacas estaban en su apogeo. 


Luego, a lo largo de la vida me han querido convencer de que las procesiones de Andalucía son dignas de tomarse la molestia, pero ni por todo el oro del mundo me pillan a mí en una de esas. Siempre lo he tenido claro. Siempre me ha parecido una mamarrachada montada por los mafiosos locales para, por un lado, atraer turistas y forrarse, y por otro, para cohesionarse entre sí y pasarse la pelota del negocio marrullero. ¡Ya te digo, piedades a mí!


Total, que no estará tan ocupada la Vicepresidenta cuando tiene tiempo para dedicarse a tan fútiles menesteres. Claro que, si se mira por el lado de la crematística, la chica es mona y apropiada para una puesta en escena del agrado de los tour operators. Hay que cuidar todos los detalles porque el turista cultural/accidental es muy exigente con los encuadres. 






 

6 comentarios:

  1. Recuerdo los agobios de chico viendo la semana santa en la Rúa, esperando interminablemente y envidiando a las familias que podían ver el espectáculo desde esos miradores salmantinos que tanto juego le dieron a Martín Gaite en su novela. Cuando llegué a la adolescencia era tanta la tirria que cogí que cuando llegaba el evento daba rodeos de kilómetros para evitar cruzarme con una. Luego cierto año un amigo noruego que tenía alquilado un piso en el lugar perfecto para verlo, con mirador y todo, me invitó y allí nos pasamos las tardes viendo películas de Bergman, bebiendo cerveza y echando un vistazo con el rabillo del ojo a las procesiones. Eso era otra cosa, mucho más llevadera.

    Mis amigas de familia bien cuando llegaba el jueves santo siempre se iban con sus novios toda la noche a Zamora, supuestamente a ver la procesión de las dos o las tres de la mañana. En todo el año era la única en la que tenían bula para no dormir en casa. Al día siguiente se las veía obviamente con una cara de sueño inmenso pero también de felicidad, supongo que causada por tanto empacho de arrobo místico.

    ResponderEliminar
  2. Por cierto, ¿qué es el juego de la chapas? Supongo que será lo de tirarle a la rana, pero creo recordar que había un juego de mesa de adultos que tenía ese nombre, aunque no logro sacar del coco en qué consistía.

    ResponderEliminar
  3. Lo del juego de las chapas es una tradicción muy arraigada en Valladolid y Palencia. Se juega en todos los bares los días de Semana Santa. Tiran monedas al suelo que tienen que quedar colocadas de determinada manera. La gente hace apuestas considerables, así que cuando llegan esas fechas no se habla de otra cosa en los pueblos que lo que ha ganado y perdido cada cual. Si te interesa puedes mirar la mecánica en la red.

    La procesión de Zamora que aludes es la que se conoce popularmente como de los borrachos. La gente se hace unos hábitos muy vistosos con bolsas de basura negra. La procesión parte de esa iglesia románica que hay en la plaza y para sacar al Cristo le desatornillan la cabeza y una vez fuera se vuelven a colocar. Una vez fuimos una colla desde Salamanca y ni te digo cómo acabamos.

    ResponderEliminar
  4. Acabo de recordar que fuiste tú el que me contó la mecánica de lo de las chapas, que en Salamanca no se estila. Allí se juega a lo de la rana, o se jugaba, que hace muchos años que no he visto ninguna en los bares, todo se lo lleva el tiempo. Al hilo de esto y de lo que habláis en el post anterior, me contaba una amiga americana que había dos mil novelistas profesionales de paperback de esos que escriben obras de misterio. Obviamente con la piratería los pobres tienen sus días sentenciados. En cualquier caso no creo que sean una pérdida infinita para la literatura universal. De hecho si hiciéramos una lista de grandes poetas que se hayan podido ganar la vida con su obra creo que no llegaríamos muy lejos.

    Lo de la procesión de los borrachos es una cosa muy mítica, por la que yo no he sentido nunca demasiada tentación. Soy de acostarme pronto y de, si es posible, levantarme al alba, pero no antes. Me pasa lo mismo con lo de escalar el monte Fuji, que es la cosa más parecida a lo de la procesión de los borrachos que me pueda imaginar. Ande yo caliente...

    ResponderEliminar
  5. Acabo de oir la verdad del asunto en el programa de Federico. Resulta que al Sr. Obispo le preguntaron que que le parecia el que una mujer no casada por la iglesia fuera la elegida y el respondio off the record que dijera lo que dijera lo iban a tomar a mal, pero que preferia que el alcalde en adelante le consultara. La historia en definitiva ha sido algo creado por la prensa, han ido a tiro fijo: si el Sr. Obispo dice que le parece muy bien, lo queman los suyos, si responde que le parece mal, lo lapidan los otros. La cosa es que, por lo que se ve, no ha dicho ni lo uno ni lo otro. En fin, una noticia mas para dejar de leer la prensa.

    ResponderEliminar
  6. Ya, sí, Pasiego, quieres dejar de leer la prensa y escuchas a Federico. Para mí eso es lo comido por lo servido.

    Bueno, a los obispos todo el mundo se los quiere comer. Pero él, en vez de entrar al trapo, bien hubiese podido dar una larga cambiada. Al fin y al cabo esa es la técnica que mejor dominan todos los que han pasado por el seminario.

    En cualquier caso, si te digo la verdad, yo dejaría de leer periódicos, de mirar televisión, y unas cuantas cosas más, pero el día es tan largo para un ocioso que me acojo al mal menor.

    ResponderEliminar