miércoles, 2 de febrero de 2011

Todo sirve para el convento versus el agobio de lo superfluo.

En mis paseos por el monte con los proscritos era normal que de vez en cuando alguno de ellos encontrase algo que consideraba podría serle de utilidad. Entonces iba y se lo cargaba encima.  Y no fallaba, alguien se aprestaba al momento a repetir una vez más y con no poco regocijo, el chiste de marras. Se trata de un monje que va con una puta al hombro. Unos que pasan por allí, le ven y le dicen: ¡¿ pero hombre de Dios, a dónde vas con eso?! Y el monje, circunspecto, les responde: todo sirve para el convento.

Si bien lo consideramos, podríamos afirmar sin miedo a extravío que pocas doctrinas están más arraigadas en la ciudadanía que la expuesta de forma tan concisa por el monje. Y ahondando un poco más en la teoría quizá llegásemos a la conclusión de que no hay fundamento más sólido que esa doctrina para explicar el mundo que nos ha tocado vivir.  

Axioma nº uno: llevar cosas al convento crea empleo. Crear empleo sube las cotizaciones a la S.S.. Ergo, garantiza las pensiones. Lo cual como que redunda en más cosas para el convento. Más empleo. Etc.. Y así tenemos sin habérnoslo casi propuesto el círculo virtuoso que consolida el Estado del bienestar.

Bien, no tendría nada contra eso si no fuese por el agobio que me causa lo superfluo. Y cada día que pasa más. Será, supongo, cosa de la vejera. Superfluo equivale a falta de espacio, a acumulo de polvo, a daño a la vista, a pérdida de tiempo, a malos olores y peores ruidos, a cacas por las aceras, a burocracias humillantes, a, en definitiva, falta de imaginación para recrearse en los inmensos confines de la nada.

Dice el autor: "Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro llenos de descripciones superfluas, de diálogos plagados de cháchara y de personajes secundarios innecesarios; resultan demasiado extensos y por lo tanto demasiado poco interesantes, demasiado poco dinámicos. Incluso en las más famosas obras maestras de los clásicos me molestan los abundantes pasajes arenosos y monótonos..."

Aprender a distinguir lo útil de lo superfluo. O, si quieren, a comprender la belleza de lo útil. Porque es que, además, es cuestión de supervivencia. Porque de tanto llevar al convento el círculo virtuoso cada vez se gripa más y ya casi no gira por mucho que se le engrase.

En fin, les pido perdón por la digresión, pero es que je viens de déménager y he intentado aprovechar el lance para sacarme de encima unas cuantas cosas que de tener algún valor apuesto que sólo era sentimentaloide. Soltar lastre que le dicen.

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