Sostiene Houellebecq en una entrevista que le hacen con motivo de la edición de sus poesías en español aquello que ya sostuvo Goethe en su tiempo, que "es mejor una injusticia que el desorden". El desorden, argumenta, es la vuelta al mundo precivilizado.
Bien, en principio, la sentencia suena tirando a reaccionaria. Reaccionaria a tope, para ser más exactos. Pero luego, parado a pensar, caes en la cuenta de que en realidad es una sentencia, más que nada, pleonásmica, si es que así puede decirse. Porque vamos a ver, ¿es que acaso no es la injusticia un puro desorden? ¡Absolutely!, por emplear la exclamación más a la moda en el mundo anglosajón.
La cuestión es jugar con las palabras para expresar de la manera más elegante posible lo que a uno le conviene. Es decir lo que le conviene a uno y, seguramente también, a todos los que se encuentran en similar estado anímico y, por así decirlo, socio-económico. Todos esos que de inmediato comprenderán lo aquilatado y bello de esa en apariencia pleonásmica expresión. Porque, dejémonos de juegos, cuando hablamos de injusticia estamos diciendo orden, por la misma razón que la justicia te garantiza el desorden. Lo remató muy bien Erasmo al señalar que "nada hay más injusto que una justicia a destiempo". Y si tenemos en cuenta que toda justicia tiende a perpetuarse mientras el mundo al que sirve cambia, pues ya la tenemos convertida en justicia a destiempo y por tanto en puro desorden.
Los clásicos que, como saben, no dejaron cabo suelto, sostenían que del caos nace el orden y viceversa. Y punto. No creo que se pueda concretar mucho más allá de eso. De todas formas comprendo perfectamente a Houellebecq, y también a Goethe, porque dadas sus acomodadas situaciones personales que, por cierto, su trabajo les ha costado, nada de extraño tiene que no quieran verlas alteradas por el caos que tienden a propiciar los que andan emputecidos por lo que sea.
¿Emputecidos? Sí, también para eso tiene una teoría Houellebecq. Dice que "el hecho de no construir nada es una de las grandes causas de la depresión contemporánea”. Depresión, emputecimiento, qué más da. El caso es que si no construyes nada es difícil encontrar el sentido de la vida y no haces más que darle vueltas al coco para llegar casi siempre a la conclusión de que, a lo mejor, si todo se pusiese patas arriba... quién sabe, a lo mejor yo estaría entre los que luego van a caer de pié.
En fin, que lo que parece lógico es que personas por estilo de Goethe y Houellebecq tengan una cierta devoción por las Compañías Antidisturbios que, dada la adversa circunstancia, son las únicas que pueden trasladar sus bizarras teorías a la forma de praxis. La letra con sangre entra. Y el orden también.
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