lunes, 17 de septiembre de 2012

Piqueteros



Digamos que cuando me he levantado esta mañana me embargaba un cierto sentimiento de felicidad. Tenía muy presente en la conciencia que a las dos y cinco iba a partir hacia Madrid cómodamente sentado en un sillón del alvia, que iba a ir leyendo The Pickwick Papers y mirando de vez en cuando por la ventana para solazarme con los lejanos horizontes de Castilla y que si los dioses, o la autoridad competente, no ponían objeciones, a las siete p.m. iba a estar instalado en lo de Angelines y dispuesto a tirarme a la calle para, sin hacer esfuerzo mental alguno, sentirme ciudadano del mundo.

Y en esas estaba cuando he cogido, agarrado y encendido el ordenador. Y me he puesto a navegar como cada mañana a la misma hora. ¡Puerca miseria! Huelga en el metro. Huelga en Renfe. He quedado totalmente descolocado. Y me he cagado en la madre que les parió a todos los sindicalistas que son y en el mundo han sido. No he tardado mucho en tomar la suficiente tierra  como para saber que había que poner manos a la obra. ¿Información por teléfono? Vana ilusión. Me he llegado hasta la estación, un paseillo de nada. Sólo andaba por allí uno de seguridad. Vuelta para casa. He llamado a Angelines para decirle que pospongo la reserva para la semana que viene. Sin problemas. Lo de los billetes lo solucionaré mañana. Perderé uno eurillos de nada. Lo mismo que Angelines. Gajes del sistema en definitiva. 

La huelga, los sindicalistas, eh ahí un bonito tema para reflexionar y poder sentirse profunda y venturosamente reaccionario. Porque si alguna vez, según dicen, sirvieron para algo los sindicatos, desde luego ahora estoy convencido de que no para otra cosa que para poner palos en la rueda, como se suele decir de las cosas intrínsecamente nefastas. Cuando digo ahora me quiero referir a desde que existe un sistema de enseñanza público bastante competente y que llega hasta los últimos escalones de la sociedad. Porque, para mí, ahí están todas las madres de todos los corderos, en la escuela y como cada uno aprovecha esa ingente oportunidad puesta a su disposición y discreción. ¿Supiste, pudiste, quisiste aprovecharla? ¿Sí? ¿No? 

Bueno, querido progresista, no te me tires al cuello, así, de entrada, que sé reconocerte que son muchas las variables que intervienen en un proceso. Y, claro, por supuesto, en términos generales la escuela, la misma escuela, no es lo mismo para el hijo de un obrero que para el de un ilustrado. Y otras mil diferencias que huelga enumerar. Pero eso no quita para que unos padres, sean del origen que sean, marquen unas prioridades a sus hijos y otros otras. Y si los tuyos te orientaron mal, cúlpales a ellos y no a la sociedad. Sí, esa sociedad cuyos ofrecimientos no aceptastes porque te pedía a cambio ciertos esfuerzos. No muchos, la verdad, pero esfuerzos al fin y al cabo. 

Así es el mundo y es peligroso decirlo porque a muchos les suena a insulto.  Que unos aprovecharon las oportunidades y otros no. Y que los que no las aprovecharon van a remolque de los que las aprovecharon.  ¿De qué se quejarán? Si tendrían que besar por donde pisan los que las aprovecharon.    Porque, no nos engañemos, los que no las aprovecharon, por ellos mismos, estarían todavía subidos a las ramas.

En fin, perdonen el desahogo, pero es que los monos me acaban de hacer la puñeta.   

2 comentarios:

  1. Pues sí, la verdad es que del tema del que hablas yo podría decir bastante, pero me parece que me voy a callar. Lo que sí te contaré es que siempre me pareció un misterio el que la biblioteca central de la universidad en mi época estudiantil estuviera vacía entre el final de los exámenes de setiembre y el principio de curso a mediados de octubre. Era cuando mejor se estaba, con todos los libros para ti solo. Misterios de la naturaleza humana.

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  2. Pues sí, como decían en Asturias cuando yo andaba por allí, misterios muchos, pero milagros ninguno. Un milagro sería que, después de ver lo vacía que estaba la biblioteca y lo llenos que estaban los bares de copas, no hubiese miles sindicalistas dispuestos a justificar su ruina arruinando a los pocos que iban a la biblioteca.

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