Sostiene Jünger: Es un ejemplo más de que, en la vida, el sentido de la totalidad es lo que determina las impresiones particulares.
El ejemplo no es otro que la terrible impresión que le produjo ver como le había quedado el dedo pulgar a un soldado que se enzarzo con la manivela de un camión. Sin embargo, parece todo el rato que le da igual, se la suda que le dicen, ver como mueren a su alrededor cientos, miles de personas. Claro, se comprende, lo de la manivela era una bonita mañana en la que se dirigían alegres a la lucha. Lo de los cadáveres es en plena orgía de destrucción.
Jünger es un tipo sensible. Pleno de virtudes caballerescas. Defiende a su país porque eso es lo correcto, pero admira las cualidades del enemigo. Sobre todo las de los ingleses. Su virilidad y nobleza, dice. Por eso sorprende tanto la descripción minuciosa de cuando se carga a uno de ellos que andaba descuidado por allí lejos: "... puse el alza a seiscientos metros, apunté con todo cuidado, un poco delante de su cabeza, y apreté el gatillo. El inglés dio todavía tres pasos y luego se derrumbó de espaldas, como si le hubiesen quitado de debajo del cuerpo las piernas; un par de veces batió los brazos y después cayó rodando en un agujero abierto por una granada. Largo tiempo vi brillar aún, con los prismáticos, la manga gris de su uniforme."
¿Por qué esa frialdad? Porque, aún en medio de todo el horror que le rodea, esa muerte, tal como la describe, parece innecesaria. ¿Que daño le hacía? Allí, lejos, desarmado... en el Oeste eso se respeta.
Efectivamente, es el sentido de la totalidad el que determina las impresiones particulares. De no ser así, ese episodio del relato no me hubiese llamado tanto la atención porque, objetivamente considerado, es de los menos espectaculares en lo que a horror se refiere. Aislas algo ínfimo del conjunto y, automáticamente, adquiere dimensión. Conviertes así una vulgar muerte entre miles de muertes en un horrendo asesinato. Por eso es tan importante andarse con cuidado cuando se cuenta algo o se escucha algo: sin contexto todo se vuelve charlatanería.
Les cuento todo esto porque no tengo otra cosa que contarles. Las circunstancias me tienen recluido y no puedo hacer otra cosa que leer. Y leo "Tempestades de acero" de Jünger. Y una vez más me maravillo al constatar la fuente inagotable de sorpresas que es la literatura. Uno cree a veces que ya lo ha leído todo y, de pronto, un nuevo libro te advierte de que apenas acabas de empezar. Y comienzas una nueva vida. Y te das cuenta de que, ¡madre mía!, lo tuyo no tiene parangón: setenta años viviendo en la molicie con el único incordio de los mosquitos en verano. Y sin parar de quejarse. Y con razón, porque el contexto es el que es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario